La cabeza muerta y el cielo de luna
Por su ¨²ltima sala ¨²nicamente merece una visita la exposici¨®n de Lorca en el Reina Sof¨ªa (que es bastante mejor de lo que ha dicho mi querido Ian Gibson; perfiles que en una biograf¨ªa son irrenunciables no tienen por qu¨¦ destacar en una muestra art¨ªstica e iconogr¨¢fica). Es quiz¨¢ la estancia m¨¢s peque?a de la enorme exposici¨®n, y s¨®lo cuenta con tres elementos: una luz baja, una imagen en movimiento y la prosa inapelable del certificado de defunci¨®n que firma un juez de Granada. La bell¨ªsima imagen cinematogr¨¢fica (18 segundos proyectados continuamente) es muda y estremecedora como la muerte. Federico, que, por ser vitalista, ve¨ªa la guada?a fatal todos los d¨ªas, aparece disfrazado de la se?ora Muerte, y al final de su breve interpretaci¨®n, se dobla exageradamente como una v¨ªctima m¨¢s o un consumado actor de roles femeninos del teatro chino. Un foco alumbra en la pared contigua el documento judicial.Es un acierto de s¨ªntesis po¨¦tica genuinamente lorquiana, y tambi¨¦n sirve para recordar el gusto por el cine que tuvieron los mejores poetas del 27, y que en el caso de Garc¨ªa Lorca se reflej¨® en la respuesta inmediata al est¨ªmulo del cineasta y pintor mexicano Emilio Amero, escribiendo para ¨¦l en unos pocos d¨ªas el gui¨®n de Viaje a la luna. En este mes final de la muestra (que a partir del 14 de octubre se ver¨¢, ampliada, en Barcelona), el museo madrile?o ha organizado una serie de interesantes proyecciones, aunque me parece que se ha desaprovechado la ocasi¨®n de una mayor retrospectiva que examinara no s¨®lo los influjos concretos en su obra de algunas pel¨ªculas vistas por Federico, sino tambi¨¦n las adaptaciones f¨ªlmicas que el teatro del autor ha tenido a lo largo de los a?os. Es una l¨¢stima, por ejemplo, que ¨¦se u otro ciclo, o, m¨¢s apropiadamente, Televisi¨®n Espa?ola, no rescate la singular¨ªsima Yerma que para la RAI realiz¨® Marco Ferreri, un director tan influido por Espa?a como influyente en el cine espa?ol, y que a primera vista parece opuesto al universo lorquiano. Con un reparto extraordinario en el que destacan Michele Placido y Franco Citti, Ferreri, utilizando la traducci¨®n italiana de Duilio del Prete, convierte a ratos la obra en un agit-prop que no teme los t¨®picos religiosos y pol¨ªticos de la Espa?a negra: Semana Santa, encierros taurinos, pandillas de fascistas. Mientras en el escenario se desarrolla el drama voluntariamente ritualizado, una pantalla de transparencias nos provoca -?y tambi¨¦n al autor de la obra?- con las im¨¢genes ¨¦picas y aun grotescas de los bombardeos y las matoner¨ªas de la guerra civil.
Naturalmente, Lorca, como los mejores, resiste esa libre y desafiante apropiaci¨®n que un gran artista de otro medio acomete. En la misma l¨ªnea ha trabajado el pintor y escen¨®grafo catal¨¢n Frederic Amat al dirigir para el cine el gui¨®n que Amero nunca lleg¨® a realizar. En el Reina Sof¨ªa s¨ª se proyectar¨¢, todos los viernes de septiembre, el Viaje a la luna de Lorca y Amat (no confundir con otra filmaci¨®n ilegal, desautorizada por la familia, y que, a la vista de unas fotos que public¨® El Pa¨ªs de las Tentaciones, remit¨ªa a la est¨¦tica navide?a de los spots de vino con burbujas). Son 22 minutos inolvidables, en los que un conjunto de formidables talentos (el core¨®grafo Gelabert, el m¨²sico Commelade, el operador Pladevall, los actores, y m¨¢s que no me caben en este par¨¦ntesis) entienden a la perfecci¨®n lo que Amat, en la estela del gran cine pict¨®rico irracionalista de los Man Ray, Dal¨ª o Cocteau, tan brillantemente lleva a cabo. No la ilustraci¨®n de un texto sincopado y fulgurante (?c¨®mo se rueda una secuencia como la 17: "De los gusanos de seda sale una gran cabeza muerta, y de la cabeza muerta, un cielo con luna"?), sino su metamorfosis en un poema cinematogr¨¢fico de hermosa plasticidad y profundo sentido dram¨¢tico que concluye, casi setenta a?os despu¨¦s, ese viaje original que Lorca emprendi¨® con el paisaje de fondo de la muerte.
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