Chile en el coraz¨®n
POCOS ACONTECIMIENTOS conmocionaron tanto a las generaciones ahora adultas de ciudadanos espa?oles como los ignominiosos hechos que comenzaron, ayer hace un cuarto de siglo, en Santiago de Chile. El 11 de septiembre de 1973 se produjo all¨ª mucho m¨¢s que un golpe de Estado. No fue una de esas guerras de caudillos tan tristemente habituales durante este siglo en el subcontinente ni un relevo entre totalitarismos. Fue la traici¨®n de un sector del Ej¨¦rcito contra la ciudadan¨ªa y contra unas reglas de juego, las democr¨¢ticas, que los traidores hab¨ªan jurado defender.Relativizar ahora es f¨¢cil. Entender el drama hist¨®rico lo es menos. M¨¢s dif¨ªcil a¨²n es conjugar la repugnancia hacia los hechos y sus art¨ªfices con la comprensi¨®n de los motivos de los sectores sociales que se unieron al bando de los verdugos, la necesidad de la reconciliaci¨®n entre los chilenos entonces enfrentados y la convicci¨®n de que, si el perd¨®n es necesario, es premisa imprescindible un arrepentimiento que el m¨¢ximo responsable de los cr¨ªmenes, Augusto Pinochet, niega al pueblo chileno.
No debe extra?ar que el golpe conmoviera tanto en Espa?a. Aqu¨ª vimos repetido, en otras dimensiones, en otras circunstancias, el asalto criminal contra las leyes desde instituciones creadas para defender el orden constitucional. Vimos triunfar la brutalidad y la procacidad del general Pinochet y sus secuaces. Si criminal era atentar contra la voluntad del pueblo chileno y el proyecto libremente elegido que encarnaba el presidente Salvador Allende, peor fueron los m¨¦todos utilizados despu¨¦s. El encanallamiento general de las fuerzas golpistas, repetido pocos a?os despu¨¦s en Argentina, demuestra que, una vez rotos los diques del respeto a la legalidad, los servidores del Estado tienden a deslizarse vertiginosamente -por obediencia, cobard¨ªa o miseria moral- por la pendiente de la deshumanizaci¨®n.
El aniversario, sin embargo, no s¨®lo debe evocarnos la tristeza que produce el recuerdo de aquella villan¨ªa y de sus miles de v¨ªctimas entre muertos, desaparecidos, torturados y represaliados. Debe hacernos entender que hay muchas cosas en este mundo que han cambiado. La abierta complicidad e instigaci¨®n para aquel crimen, que proced¨ªa directamente de Washington, ser¨ªa hoy impensable. Aunque la falta de escr¨²pulos y el desprecio al d¨¦bil siguen muy presentes en el escenario internacional, no adoptan ya aquellas formas extremas marcadas por la guerra y el enfrentamiento a muerte de dos sistemas antagonistas. Las democracias han avanzado en Latinoam¨¦rica y el resto del mundo, con todas sus dificultades, de forma entonces impensable. Muchos, la mayor¨ªa de quienes traicionaron en Chile, Argentina u otros muchos lugares, pueden seguir impunes, pero son hoy despreciados hasta por aquellos que los instigaron. Son parias internacionales, como Pinochet o Videla.
Dif¨ªcil es hacer juicios sobre motivaciones de individuos en circunstancias hist¨®ricas lejanas. No lo es comprender que la traici¨®n, la tortura y el crimen son afrentas cuya categor¨ªa en los baremos de la infamia son inamovibles. Un cuarto de siglo despu¨¦s puede parecer ocioso especular sobre lo que hubiera sido aquel experimento pol¨ªtico del socialismo democr¨¢tico en Chile, encabezado por un hombre de la dignidad de Salvador Allende. Pero no puede negarse ni olvidarse su ejemplo de honestidad ante la historia y ante su pueblo.
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