El ¨®rdago de la Viagra
LA RECIENTE autorizaci¨®n del f¨¢rmaco Viagra como tratamiento contra la impotencia por parte de la Comisi¨®n Europea, y su pr¨®xima comercializaci¨®n en Espa?a -probablemente en octubre-, ha colocado sobre la mesa de las autoridades sanitarias un verdadero ¨®rdago. La nueva droga, cuya acomodaci¨®n en los sistemas p¨²blicos de salud europeos ha abierto ya un acalorado debate, inaugurar¨¢ adem¨¢s una situaci¨®n -pagar o no pagar- que sin duda se va a repetir pronto con otros medicamentos que asoman en el horizonte inmediato, por ejemplo, los que se han ensayado con bastante eficacia cl¨ªnica en el combate de la obesidad o el refuerzo de la memoria.Si se aplicaran los criterios que hasta ahora han regido para la aprobaci¨®n y financiaci¨®n p¨²blica de los nuevos f¨¢rmacos, la Viagra deber¨ªa autorizarse sin ninguna restricci¨®n con cargo a la Seguridad Social, ya que es un tratamiento cuya eficacia est¨¢ probada y que presenta ventajas manifiestas sobre otras terapias alternativas. Desde la vertiente del gasto p¨²blico, sin embargo, el problema de la nueva droga contra la impotencia radica en su enorme proyecci¨®n no s¨®lo como producto capaz de corregir disfunciones org¨¢nicas, sino como medicamento de confort o de estilo de vida; en un ¨¢mbito, el de la sexualidad, especialmente subjetivo. Este potencial hace que las expectativas de consumo, y de abuso, de la nueva droga se disparen hasta cifras que pueden hacer tambalearse los presupuestos sanitarios.
Los expertos estiman que si no se aplican restricciones, la factura p¨²blica de la Viagra en Espa?a, donde hay dos millones de hombres con alg¨²n problema de disfunci¨®n er¨¦ctil, puede superar los 100.000 millones de pesetas anuales, sobre un presupuesto que este a?o ha sido de 830.000. Cifra ¨¦sta considerada inasumible por las autoridades sanitarias y el sentido com¨²n. De aprobarse la financiaci¨®n sin l¨ªmites de la Viagra, ser¨ªa obligado plantearse simult¨¢neamente qu¨¦ otros cap¨ªtulos se reducen para pagar el nuevo y caro medicamento. Y, aun en el improbable caso de que se pudiera incrementar el presupuesto sanitario en esa cifra astron¨®mica, cabr¨ªa preguntarse si ese dinero no estar¨ªa mejor empleado en cubrir necesidades ahora insuficientemente atendidas: por ejemplo, en mejorar las dotaciones asignadas a la radioterapia o intensificar la prevenci¨®n de los c¨¢nceres de mama y de pr¨®stata, lo cual salvar¨ªa la vida de muchas mujeres y hombres.
Es obvio que el sistema sanitario p¨²blico no puede financiar la Viagra para todos en cualquier circunstancia. Pero tambi¨¦n parece claro que no hay argumentos de peso para que un medicamento de clara utilidad terap¨¦utica quede totalmente excluido de la Seguridad Social; por la misma raz¨®n deber¨ªan entonces retirarse muchos de los f¨¢rmacos que actualmente figuran entre los de mayor prescripci¨®n, como por ejemplo el antidepresivo Prozac. Establecer un sistema de financiaci¨®n selectiva de la Viagra parece, pues, la soluci¨®n menos mala. Aunque acarree necesariamente el delicado problema de d¨®nde establecer el l¨ªmite.
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