Jos¨¦ Antonio Ardanza
Dec¨ªa Carlos Cano, estudiante dimitido de Telecomunicaciones y cantor en activo de la Andaluc¨ªa universal, que Amalia Rodrigues "cantaba con las tripas", de la ¨²nica forma que se puede cantar un fado. Quiz¨¢ por eso, quiz¨¢ por la musicalidad manifiesta de esa se?ora de saudades o porque contribu¨ªa a la necesaria decoraci¨®n de interiores que reclaman los personajes p¨²blicos en demanda de su imposible condici¨®n de robinsones, Jos¨¦ Antonio Ardanza guarda las canciones de la diva portuguesa en un rinc¨®n del alma. A Jos¨¦ Antonio Ardanza le cost¨® personalmente tanto acceder al alquiler electoral de Ajuria Enea, como le costar¨¢ retornar a la intimidad abandonada del hogar establecido. All¨¢ por 1984, se debat¨ªa entre el servicio p¨²blico que se residencia en Ajuria Enea o la intimidad de las peque?as plazas, el domicilio sentimental que defin¨ªa Federico Garc¨ªa Lorca. Fue una decisi¨®n tomada con las tripas, convencido por su entorno ¨ªntimo y subyugado por las condiciones adversas que reclaman las decisiones solemenes: el partido, partido casi en dos; Garaikoetxea destituido, la comunidad aut¨®noma alborotada (en lo ¨ªntimo siempre, destripada a veces, convulsa, a menudo). Un paisaje costumbrista que amarilleaba las ambiciones de un hombre discreto, proveniente del esp¨ªritu de Mondrag¨®n y con el pedigr¨ª nacionalista que le otorgaba su condici¨®n geopol¨ªtica: nacido en Elorrio (Vizcaya), alcalde de Mondrag¨®n, diputado general de Guip¨²zcoa y, finalmente, lehendakari residenciado en el coraz¨®n de ?lava. Las decisiones personales (de los que eligen y de los elegidos) tienen siempre mucho de rotundidad y algo de coyuntural. Ardanza hizo de la condici¨®n virtud y asumi¨® el reto de lo aleatorio. Lo pas¨® mal, pol¨ªtica y humanamente, obligado en ocasiones a hacer de tripas coraz¨®n y de coraz¨®n, tripas. La sinfon¨ªa del lehendakari tuvo sus partes: la marcha de la sucesi¨®n, el intervalo del batacazo electoral de 1986, los desajustes de asesor¨ªa interna y, finalmente, el descubrimiento del liderazgo con el Pacto de Ajuria Enea. El Pacto resolvi¨® su intimidad pol¨ªtica, convertido en la tercera residencia donde cohabitar lo personal, lo partidario y, por fin el com¨²n denominador que hab¨ªa de definir su dise?o para el resto del mandato. Con un perfil favorable a la convivencia en coalici¨®n (una constante que le ha acompa?ado hasta la despedida), ajust¨® el discurso en torno a la paz y a la violencia y ocult¨® algunas carencias personales o globales en una estricta escala de valores. Sus colaboradores anhelaban una multipliciplidad de discursos (la econ¨®m¨ªa, la sociedad, la funci¨®n p¨²blica, la cultura) y el lehendakari (ya se impon¨ªa el adjetivo al apellido, para entonces) segu¨ªa inc¨®lume en su discurso particular, a veces intercalado de parrafos dictados por el coraz¨®n m¨¢s que por la cabeza. De nuevo las tripas del fado por encima del pentagrama, a veces celebrado en su sinceridad, a veces criticado por la inmediatez imprevisible de un pa¨ªs milimetrado. Jos¨¦ Antonio Ardanza hab¨ªa llevado la teor¨ªa de la paella al entremado sociopol¨ªtico del pa¨ªs. Al todav¨ªa lehendakari le gusta el brasero de la paella, pero no es partidario de mezclar los ingredientes: o carne, o pescado, o verduras. El Pacto de Ajuria Enea fue su ingrediente prioritario, su escudo frente a las situaciones internas (partidarias), su espejo social ante la ciudadan¨ªa. A menudo, la condici¨®n de m¨¢xima autoridad reclama un pedigr¨ª que encarne la solvencia. Ardanza, como Garaikoetxea -su precedecesor- no dispon¨ªan de m¨¢s hojas rellenas que las que otorga la vida cotidiana. Las obras examinaban la novedad. Y tras las dudas personales (Ajuria Enea s¨ª, Ajuria Enea no) encontr¨® la pol¨ªtica cotidiana como argumento de los d¨ªas laborables durante cuatro legislaturas. Ardanza barruntaba la despedida con anterioridad a cuando se ha producido. El tiempo le devolvi¨® al inicio, como el t¨²nel en el que devienen las historias personales (repletas de satisfacciones, cansancios, errores, aciertos, y voluntades explicitas y proscritas). Su fulgor, tan ajeno a lo esplendoroso como cercano al d¨ªa a d¨ªa, asom¨® a la balaustrada institucional difuminando a la persona. Y se va este personaje familiar, empe?ado en la estruendosa sencillez, con el esp¨ªritu de Mondrag¨®n intacto y el esp¨ªritu de Ajuria Enea en la solapa del corazon pol¨ªtico. Qui¨¦n se lo iba a decir cuando discut¨ªa ¨ªntimamente con los fantasmas de un palacio que preve¨ªa demasiado amurallado y convulso...
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