Violencia
Septiembre vino de cuchillos largos. Una mujer apu?alada por su marido en la puerta de un ambulatorio, otra que corri¨® la misma suerte en M¨®stoles. Pero no s¨®lo mujeres. Un hombre apareci¨® apu?alado junto a un seto, un joven muri¨® apu?alado por otro durante una discusi¨®n. Muchas disputas acaban en el hospital o en el dep¨®sito de cad¨¢veres. Y lo curioso es que ya apenas se comentan estos sucesos. Quiz¨¢ nos estemos acostumbrando a la atrocidad. Da la sensaci¨®n de que estas barbaridades no ocurr¨ªan antes con tanta cotidianidad. No se refiere uno a los ¨²ltimos cincuenta a?os, menos a¨²n a la dictadura, su opresi¨®n, su mano dura y el secuestro de las libertades que la manten¨ªan, sino a toda la vida. Echa la mirada atr¨¢s, y si se excluyen periodos at¨ªpicos de guerras, de revueltas, de pendencias pol¨ªticas y reivindicaciones sociales, ni el homicidio, ni el crimen, ni el asesinato forman parte de la cotidianidad. Antes al contrario, cuando uno de estos sucesos se produc¨ªa, causaba esc¨¢ndalo p¨²blico, era materia principal de comentario, abr¨ªa un cap¨ªtulo en la historia negra de la criminalidad. El crimen del Monchito, el crimen de la calle de Bordadores, el crimen del correo de Andaluc¨ªa son ejemplos, podr¨ªamos llamar legendarios; y si se atiende a sus macabros detalles resulta que no superan en truculencia a los de muchos de los cr¨ªmenes que hoy se producen, y los peri¨®dicos no pasan de dedicarlos algunas gacetillas.Antiguamente aun deber¨ªa ser menor la frecuencia de los asesinatos. Cierto que no hab¨ªa peri¨®dicos para contarlos, pero es significativo que las referencias a la criminalidad apenas tengan relevancia en el testimonio de los cl¨¢sicos y de los cronistas de cada ¨¦poca. El Quijote, por ejemplo, que entre muchas otras cosas es un fundamentado retrato de las costumbres de su siglo, no menciona ni una sola vez las palabras asesino o criminal. ?nicamente contiene, al efecto, dos homicidas. Uno es la pastora Marcela, que no mataba a nadie por su voluntad sino por su belleza, y es su v¨ªctima el pastor Porfirio, que acabar¨ªa muriendo de amor por ella, y eso le dio pie a llamarla homicida. Otro es el rey de Argel, y lo trae a colaci¨®n un soldado que fue cautivo en aquella tierra y cuenta c¨®mo ese rey, al que llama "el homicida del mundo", empalaba, ahorcaba o desorejaba a los cristianos, no tanto por sectarismo como por gusto. Los que salen en el Quijote son gigantes unos cuantos, cada cual con unas potencialidades apocal¨ªpticas que, obviamente, ser¨ªan fruto de la fantas¨ªa. Y en lo que se refiere a la vida terrenal, p¨ªcaros, truhanes, follones, malandrines y villanos, gente nada recomendable evidentemente, la escoria de la sociedad, pero Cervantes no les atribuye crimen alguno.
Sale, entre cientos de similar jaez, Gin¨¦s de Pasamonte, grand¨ªsimo embustero y maleador, ladr¨®n contumaz, a quien no redimen las galeras ni nada; sale Caco, cuyo arte en tomar lo ajeno sent¨® c¨¢tedra; sale Brunelo, a quien con mayores motivos corresponder¨ªa el t¨ªtulo del anterior, aunque s¨®lo fuera por su nunca vista e irrepetible haza?a, que consisti¨® en hurtarle a uno el caballo de entre las piernas sin que se diera cuenta.
Don Quijote -ya se sabe c¨®mo era- intenta hacer de redentor en todos estos casos y fustiga a los respectivos delincuentes con la indignada vehemencia que merecer¨ªan los actuales asesinos; y no hab¨ªan hecho m¨¢s que robar. Claro que, por cuanto se ve, lo peor que toleran es la reprimenda, y liberan su frustraci¨®n apaleando a Don Quijote y, ya que est¨¢ a mano, a su escudero Sancho Panza tambi¨¦n.
Las historias que cuenta Cervantes son verdaderamente divertidas y no habr¨ªa m¨¢s que decir ni sacar de ellas moraleja alguna. Pero en el supuesto de que a uno le entrara la funesta man¨ªa de pensar colegir¨ªa que si traslad¨¢ramos aquellas broncas al mundo actual, seguro que acababan a pu?aladas; y Don Quijote y Sancho exhalando su ¨²ltimo suspiro en brazos de los m¨¦dicos del Samur.
Dicen expertos que los sentimientos de piedad y honestidad son el punto de equilibrio necesario para la integraci¨®n del ser humano en la sociedad. El problema es cuando la sociedad somete a revisi¨®n sus valores y los pone del rev¨¦s. Y a lo mejor eso es lo que est¨¢ pasando.
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