Climas
Me han re?ido tanto por mis columnas anteriores que hoy hablar¨¦ del tiempo. No hay espacio televisivo m¨¢s popular que el del hombre del tiempo. Con ellos, cada pa¨ªs y regi¨®n muestra su personalidad. El de la televisi¨®n italiana es un militar que pronostica de uniforme, con gorra de plato y alamares. En Francia suelen ser se?oritas de luminosa picard¨ªa. El de TVE es como un piloto de Iberia y utiliza el puntero como monoton¨ªa funcionarial sobre un retablillo barroco. En Catalu?a somos tan ricos que tenemos media docena: el se?or Rodr¨ªguez Pic¨® da un tiempo ¨¦pico que es como un cantar de gesta; el se?or Molina es l¨ªrico y da un tiempo casi bailable; el se?or Mauri es opi¨¢ceo y en cuanto abre la boca induce siestas hom¨¦ricas muy eficaces. ?C¨®mo ser¨¢ el de la televisi¨®n rusa, cuyo tiempo va de los C¨¢rpatos al mar de Bering? ?Y el de Gibraltar?La fascinaci¨®n del meteoro se debe a que el tiempo nos traspasa, nos usa, nos arruga, nos empuja hacia la muerte con mano secreta. No podemos verlo, s¨®lo medirlo, y las medidas no dicen nada. Que sean las tres, ?qu¨¦ m¨¢s da? Pero en el meteoro, la nube aborregada, el sol rojo, el soplo del cierzo, agarramos la imagen del tiempo. Los labradores ordenan los a?os seg¨²n el meteoro: "Fue cuando el a?o de la helada de mayo", y hablan del clima como los antiguos cristianos del Dios ignoto, a trav¨¦s de sus signos: "Se avecinan malos tiempos, ha nacido un ternero con dos cabezas". Los hombres del tiempo, como los ar¨²spices romanos, leen el rostro del tiempo, lo que su cara expresa cada d¨ªa. As¨ª confiamos en nuestro poder sobre lo invisible. Pero si de verdad fuera posible adivinar el tiempo sabr¨ªamos lo que nos espera. Sin embargo, el clima s¨®lo es la m¨¢scara del tiempo, un disfraz bello y voluble que nos miente sobre sus intenciones y lo hace soportable.
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