La novela de la ciudad
CARLOS COL?N Cuando entra seriamente el oto?o, y se asienta, como ha ocurrido este fin de semana, nos damos a leer la ciudad como si fuera una novela ya conocida, con c¨¢lido olor a papel que amarillea, el lomo curvado y con estr¨ªas, huellas de otras lecturas en las p¨¢ginas. Uno de esos libros que hacemos como que olvidamos, para tener una excusa y releernos sin que nos pese el reproche, tan severo, de los que aguardan a ser le¨ªdos. Estos reencuentros carecen de la pasi¨®n y del desatento placer, r¨¢pido e intenso, del descubrimiento. Pero lo compensa el manejo sabio del amante experto. Se sabe cu¨¢les son los puntos de respuesta segura, se goza en el conocimiento de lo que aguarda y, adem¨¢s, se sabe lo que s¨®lo se puede aprender por la experiencia: que siempre hay un gesto nuevo, una caricia que despierta en un cent¨ªmetro de piel una sensibilidad hasta entonces dormida. Hay quien relee la novela de la ciudad serenamente, sin saltarse cap¨ªtulos ni partes. Aunque, a veces, abrumado por la pasi¨®n, detiene la lectura, respira hondo, levanta la mirada de las p¨¢ginas y la deja perderse, un instante; despu¨¦s ojea el ¨ªndice para asegurarse del gozo que le espera, pasa las p¨¢ginas r¨¢pidamente, con gesto de jugador de cartas, y las huele, porque en el olor de un libro puede estar -a veces no- la condensaci¨®n de todo lo en ¨¦l escrito y la remota memoria de todo lo le¨ªdo, como si fuera la esencia del placer de la lectura. Hay quien la relee a saltos, consumido de impaciencia, utilizando los dedos como se?aladores, anticipando la consumaci¨®n de los placeres. Hay quien, previsor, s¨®lo relee lo subrayado. Y quien escribe en los m¨¢rgenes, con letra peque?a y apretada, a l¨¢piz, para releerse a s¨ª mismo en las emociones que la lectura le fue despertando. As¨ª es la novela de la ciudad, ahora que se asienta el oto?o. Tiene una estructura f¨¦rrea, de relato cl¨¢sico, que la divide en cuatro partes que se corresponden con exactitud a los trimestres y se subdividen en los cap¨ªtulos de los meses. De la entrada del oto?o a la Navidad. Del A?o Nuevo a la Semana Santa. De la Feria al verano. Y de ¨¦ste al oto?o. Nada nuevo, como se puede ver, nada original en este Amarcord sevillano que ha empezado este primer fin de semana espl¨¦ndido de lluvias breves, soles fugaces, nubes grandes, adoquines mojados, abrigo de casas y de caf¨¦s. Lo triste es que quienes deciden lo que es, y por ello lo que ha de ser, la ciudad, no suelen releer su novela. Por eso creen que lo real es s¨®lo lo que es y no tambi¨¦n lo que podr¨ªa ser; se encierran en lo cierto sin abrirse a lo posible, y destrozan la ciudad reduci¨¦ndola a la medida de su indigencia. Recomendamos por ello a quienes nos gobiernan, y muy especialmente a quienes con la boca dicen amar a Sevilla mientras con sus decisiones la destrozan, que lean y relean la novela de la ciudad. En ella se transparentan muchos otros textos, como en todos los libros. Por ejemplo, ¨¦ste de Nietzsche, que les recomiendo aprendan de memoria: "S¨®lo tensando al m¨¢ximo vuestras facultades m¨¢s nobles detectar¨¦is todo lo grande, digno de ser conocido y conservado... De lo contrario, rebajar¨¦is lo pasado hasta vuestra bajura".
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