Fracasan las marchas comunistas en Rusia
Si el destino de Bor¨ªs Yeltsin se hubiese jugado ayer, el presidente ruso podr¨ªa dormir tranquilo. Aunque la participaci¨®n en la jornada de protesta nacional fue m¨¢s numerosa que en la del pasado abril, o en la de marzo de 1997, los sindicatos y los comunistas no atrajeron sino a una peque?a parte de los 40 millones de personas que esperaban movilizar en la calle o en los centros de trabajo. La rabia de millones de personas que llevan meses sin cobrar salarios o pensiones se difumin¨® ante la evidencia de a¨²n es pronto para exigir al nuevo Gobierno de Yevgueni Primakov que rinda cuentas.
Los convocantes y las autoridades dieron cifras dispares de la participaci¨®n en las protestas. Al filo de las 10 de la noche, los comunistas no ofrec¨ªan cifras concretas, s¨®lo hablaban de ¨¦xito y de que la afluencia hab¨ªa sido mucho mayor de la que se daba oficialmente. El secretario de prensa de Yeltsin afirmaba al caer la noche que tan s¨®lo se hab¨ªan echado a la calle 615.000 personas, en 494 localidades. La misma fuente aseguraba que la marcha m¨¢s importante, la convocada por los sindicatos en Mosc¨², hab¨ªa atra¨ªdo a unas 50.000 personas, un tercio de lo que afirmaban los convocantes. En San Petersburgo, segunda ciudad de Rusia y cuna de la revoluci¨®n bolchevique, la polic¨ªa hablaba de 25.000 manifestantes. Los comunistas multiplicaban la cifra por cinco.Las banderas azules de las marchas sindicales y las rojas de las comunistas, junto a las pancartas en las que se ped¨ªa el pago de los atrasos salariales y la salida de Yeltsin del poder dominaron durante horas la explanada situada entre la catedral de San Basilio, las murallas del Kremlin y el r¨ªo Moscova, donde converg¨ªan las manifestaciones. All¨ª estaba gente como Valent¨ªn Iv¨¢novich, un coronel de aviaci¨®n retirado, de 62 a?os, un privilegiado (cobra puntualmente su pensi¨®n) que echa la culpa de que millones de su compatriotas no sean tan afortunados a Yeltsin, quien en esos momentos, estaba apenas a unos centenares de metros, en el recinto amurallado que simboliza el poder m¨¢ximo en Rusia.
Natalia, de 55 a?os, que trabaja pintando aviones en una empresa aeron¨¢utica, y que no cobra desde febrero, no llevaba ninguna pancarta como las que, a su lado, ped¨ªan el procesamiento del presidente, le tachaban de asesino o exig¨ªan escuetamente: "?Bor¨ªs, pi¨¦rdete!" En realidad, lo ¨²nico que parec¨ªa importarle a esta mujer, que para colmo tiene dos hijos que tampoco cobran, es que le paguen los 5.000 rublos que le deben.
El l¨ªder comunista, Guennadi Ziug¨¢nov, volvi¨® a repetir su cantinela de que Yeltsin debe irse y que, si no lo hace voluntariamente, habr¨¢ que echarle mediante el proceso pol¨ªtico que se le ha abierto en la Duma. Un general con el pecho repleto de medallas reconoc¨ªa que los militares no deber¨ªan meterse en pol¨ªtica, pero dec¨ªa que es inevitable cuando se pone a soldados y oficiales al borde del mot¨ªn. De la marcha sali¨® una resoluci¨®n en la que se exigen no s¨®lo elecciones presidenciales, sino tambi¨¦n legislativas, ya que "no se observa el fruto de los esfuerzos de la Duma para aprobar las leyes que protejan los derechos del pueblo trabajador".
La falta de pasi¨®n, de convencimiento en la viabilidad del objetivo te¨®rico de la protesta, era patente. Y no s¨®lo en Mosc¨², sino tambi¨¦n en otras partes del inmenso territorio bicontinental ruso donde las manifestaciones se dirigieron a veces hacia l¨ªderes locales. Fue el caso de Kursk, cuyo gobernador, Alexandr Rutsk¨®i (vicepresidente con Yeltsin hasta que se rebel¨® contra ¨¦l), tuvo que aguantar que los manifestantes pidieran su cabeza, antes incluso que la del l¨ªder del Kremlin.
En Krasnoyarsk, capital de la regi¨®n siberiana del mismo nombre, el general retirado Alexandr L¨¦bed, elegido gobernador hace cinco meses, y que se proyecta desde ese puesto a la presidencia, se puso al frente de la protesta, y se dirigi¨® a los manifestantes para decirles que sus exigencias son justas, que les han robado literalmente el dinero de sus bolsillos, pero que los culpables est¨¢n en Mosc¨². Pero no falt¨® quien le reproch¨® que se pasa demasiado tiempo fuera de la regi¨®n. "Siberianos", dec¨ªa una pancarta con una caricatura de L¨¦bed, "me necesit¨¢is tanto en Par¨ªs como un ind¨ªgena de Pap¨²a necesita unos esqu¨ªs".
Apat¨ªa y escepticismo
La pavorosa sombra que la crisis proyecta sobre Rusia, especialmente lejos de Mosc¨², facilitaba en teor¨ªa la canalizaci¨®n del descontento, pero la apat¨ªa y el escepticismo que salvan al pa¨ªs de una revuelta social dej¨® a muchas v¨ªctimas de la crisis en casa. Aunque el capitalismo corrupto est¨¦ en el origen del actual desastre, quienes quieren una vuelta al pasado son una clara minor¨ªa. Y el Gobierno dirigido por Yevgueni Primakov, que busca su rumbo entre bandazos a derecha e izquierda, tampoco es ahora mismo un objetivo f¨¢cil de atacar. Primero hace falta saber hacia donde se dirige.
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