P¨ªldora
Con cada nuevo invento odio m¨¢s a los laboratorios y sus chamanes, y no s¨®lo por el hecho de que no dediquen alguna calderilla de sus ping¨¹es beneficios a mandar p¨ªldoras al Tercer Mundo para acabar, por ejemplo, con la malaria o el dengue. No, los odio sobre todo porque las nuevas creaciones de la qu¨ªmica con que a diario atiborran las err¨¢ticas p¨¢ginas de ciencia y sociedad de los peri¨®dicos no tienen m¨¢s que un objetivo: venderle al mimado y cargado de man¨ªas ocupante del Primer Mundo nada menos que el sustituto de la felicidad; mejor dicho, el sustituto de la lucha y de la b¨²squeda de la felicidad, lo que es tanto como decir que quieren vendernos unas manoplas para que agarremos el astado de la vida sin peligro y sin esfuerzo.Bien a precios de infarto o bien mediante la Seguridad Social (si las caries salieran en el pene, hace tiempo que los arreglos de dentadura entrar¨ªan en el seguro p¨²blico), los caballeros podr¨¢n presumir de don de genes gracias a la Viagra, pero, no contentos con ello, ahora quieren los brujos de laboratorio nada menos que cambiar un pa¨ªs entero, ?Inglaterra!, proporcion¨¢ndoles lo que llaman la p¨ªldora contra la timidez.
No quiero vivir en un mundo en donde, en la esquina de Oxford con Shaftersbury, un ingl¨¦s descargue tremenda palmada sobre mi hombro y me endilgue un "?Hola, t¨ªa! ?Qu¨¦ tal la Liga? ?C¨®mo le va a Huuuulio?". Que es lo que suele preguntarte el tanto por ciento no ingl¨¦s de la poblaci¨®n mundial. Bendita sea la timidez, que se suple con cortes¨ªa, y con una tradici¨®n teatral de mucho fuste que s¨®lo se explica por la verg¨¹enza que les da a los ingleses hacer el ganso en la calle. Pero subidos a un escenario se visten de Mar¨ªa la Sanguinaria y de lo que haga falta. Y son, entonces, los grandes osados del arte esc¨¦nico.
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