La culpa no es de los espa?oles
La derecha chilena se ech¨® a las calles de Santiago, inmediatamente despu¨¦s de la detenci¨®n de Augusto Pinochet, a quemar banderas brit¨¢nicas y espa?olas sin querer caer en la cuenta de que no hab¨ªan sido espa?oles ni brit¨¢nicos los principales responsables de la suerte corrida por el ex dictador, sino chilenos, los otros chilenos, los que decidieron no sumarse al pacto de silencio y olvido que facilit¨® la transici¨®n del pa¨ªs hacia la democracia. El juez Baltasar Garz¨®n y la polic¨ªa brit¨¢nica no han sido, en realidad, m¨¢s que los instrumentos utilizados por esos chilenos disidentes para buscar la justicia que les negaban. Pero Garz¨®n -y sobre todo el juez Manuel Garc¨ªa Castell¨®n, que fue quien instruy¨® durante dos a?os la causa de las v¨ªctimas de la dictadura chilena y quien cedi¨® esta semana a su colega de la Audiencia Nacional los miles de documentos sobre las atrocidades- no hubiera tenido material con el que actuar si cientos de chilenos no hubieran estado dispuestos a declarar contra el hombre que exig¨ªa reconocimiento nacional y que insult¨® a la democracia de su pa¨ªs haci¨¦ndose nombrar senador vitalicio.
Las quejas de los pol¨ªticos chilenos -no s¨®lo de los dem¨®cratas cristianos sino de los socialistas tambi¨¦n- por los peligros que supone la detenci¨®n de Pinochet son justas; efectivamente, la transici¨®n pac¨ªfica en Chile est¨¢ gravemente amenazada, pero la culpa no la tienen los espa?oles, la culpa es de esos pol¨ªticos que toleraron una salida en falso de la dictadura, y especialmente de la derecha y de Pinochet, que no buscaron la reconciliaci¨®n, sino el reconocimiento de su victoria contra la izquierda. En Espa?a, aludiendo a la comparaci¨®n que tanto se est¨¢ utilizando estos d¨ªas en Chile, la derecha acept¨® que la guerra civil no la gan¨® nadie sino que la perdieron todos.
El arzobispo de Santiago, Francisco Javier Err¨¢zuriz, sac¨® a relucir algunas de las deficiencias de la transici¨®n chilena al recordar esta semana que muchos de los problemas actuales podr¨ªan haberse evitado con una actuaci¨®n m¨¢s firme de la justicia: "Si realmente en nuestro pa¨ªs se hubiera podido juzgar determinados casos de ciudadanos chilenos y castigar todo lo que era contrario a la justicia, nunca se hubiera producido un hecho como el que estamos viviendo". Esto fue contestado con la siguiente frase de un antiguo jefe del cuerpo de Carabineros: "Curita, m¨¦tase en lo que le importa".
"En Chile no se ha producido una reconciliaci¨®n nacional en torno a valores constitucionales", afirma Joaqu¨ªn Leguina, buen conocedor de ese pa¨ªs. Eso ocurre, sin duda, porque a la mitad de los chilenos les cuesta reconocerse en una Constituci¨®n elaborada por la dictadura, que fue ¨²til como mecanismo para salir de la dictadura, pero que ahora no sirve para llegar a una democracia moderna.
Es dif¨ªcil en estos momentos plantear en Chile un debate sereno sobre las exigencias de la transici¨®n. ?ste es todav¨ªa el momento de las pasiones y del miedo. La mayor¨ªa de los chilenos tiene hoy miedo, miedo a la incertidumbre, miedo a lo que pueda pasar, a lo que puedan hacer los militares. Desde ese miedo, se quejan amargamente de que los espa?oles, los europeos, les hayan hecho pasar por este trance sin tener en cuenta las consecuencias. Tienen raz¨®n en eso. Es muy posible que esta situaci¨®n no se hubiera presentado en otros pa¨ªses donde las violaciones de los derechos humanos han sido mucho mayores, pero donde los intereses occidentales son mucho m¨¢s decisivos que en Chile, una peque?a naci¨®n de diez millones de habitantes. Pero eso no puede ocultar la responsabilidad que los chilenos tienen en construir una democracia a la medida de todos.
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