Indignaci¨®n popular y justa
Al salir el sol tras la cat¨¢strofe que acaba de asolar Nicaragua, nos damos cuenta de que otra vez hemos retrocedido d¨¦cadas, un retroceso marcado por otros huracanes, y sequ¨ªas, y erupciones volc¨¢nicas, y guerras, y maremotos, y terremotos. En los ¨²ltimos veinte a?os, desde el terremoto que destruy¨® Managua en 1972, cada vez nos hemos parecido m¨¢s a S¨ªsifo, el personaje mitol¨®gico que cuando consigue llevar la piedra hasta la cumbre, la piedra rueda otra vez hasta el fondo del abismo, y tiene entonces que empezar de nuevo a empujarla.Quiz¨¢ hemos estado empujando hacia arriba esa piedra desde siempre, y desde siempre vi¨¦ndola rodar otra vez hacia abajo, desde las primeras erupciones, los primeros ¨¦xodos, las primeras guerras fratricidas, los primeros aluviones; pero lo ¨²nico que no hemos perdido nunca es la esperanza. Y sobre todo, nunca hemos perdido la conciencia, y el sentimiento, de que los seres humanos, y su dolor, importan m¨¢s que cualquier c¨¢lculo econ¨®mico, o que cualquier ambici¨®n pol¨ªtica.
En un pa¨ªs peque?o como el nuestro, no hay cat¨¢strofe que no afecte toda la vida social, y que no deje de crear un inmediato sentimiento de solidaridad en toda la tribu. La desgracia nos vuelve una sola familia. Todos nos reconocemos de inmediato como vecinos, y hasta los m¨¢s pobres aparecen en las pantallas de televisi¨®n dando lo poco que tienen para quienes en ese momento son m¨¢s desgraciados que ellos. Es ese esp¨ªritu de piedad, de compasi¨®n, de solidaridad, el que ning¨²n encono, ninguna confrontaci¨®n, ha podido destruir entre nosotros.
Somos un pa¨ªs de gente que ofrece esa solidaridad sin c¨¢lculos, sin segundos pensamientos; pero, adem¨¢s, un pa¨ªs de gente inteligente, capaz de hacer juicios muy r¨¢pidos sobre la conducta de los dem¨¢s, y averiguar sin dilaciones cu¨¢ndo esa conducta es correcta, o censurable. Y sobre todo, cuando el juicio recae sobre quienes ejercen el poder p¨²blico. En momentos de emergencia, el ciudadano com¨²n espera que los gobernantes se comporten como ¨¦l mismo lo est¨¢ haciendo, sin dobleces. Y es entonces cuando menos valen las m¨¢scaras.
Al salir en respaldo de sus hermanos golpeados por el infortunio, con lo que tiene a mano, el nicarag¨¹ense aguza su juicio, y se prepara para que nadie lo enga?e, una agudeza de sentido ausente por desgracia durante las campa?as electorales frente a promesas abstractas envueltas en celof¨¢n de colores.
Pero cuando hay r¨ªos que se desbordan y se llevan las casas, cuando hay aludes de lodo que sepultan a miles, cuando hay gente que salvar, que auxiliar, que curar, que alimentar, nada es abstracto. El ciudadano no tolera las promesas falsas ni acepta las mentiras. Reclama que el Gobierno act¨²e como lo har¨ªa ¨¦l mismo, con decisi¨®n y con rapidez. Con el mismo sentimiento de solidaridad, con el mismo cari?o, con la misma compasi¨®n.
Y si ve que el Gobierno no quiere reconocer la magnitud de la tragedia, si ve que trata de minimizarla, si oye a sus funcionarios decir que esperar¨¢n el paso de un sat¨¦lite fotografiando a Nicaragua desde los cielos lejanos para conocer que hubo da?os, se siente indignado; y si otro alto funcionario dice que no hace falta que vengan donaciones de alimentos, porque en Nicaragua hay suficiente comida, todav¨ªa se siente m¨¢s indignado. Y si se excluye a quienes pueden ayudar, como los organismos no gubernamentales, bajo el alegato de un nacionalismo pueril, o de la desconfianza ideol¨®gica, a¨²n m¨¢s indignaci¨®n todav¨ªa. Todo lo que rompe la l¨®gica m¨¢s elemental, causa indignaci¨®n.
Tambi¨¦n sabe la gente que en un pa¨ªs pobre, ya damnificado desde antes, el Gobierno no tiene derecho a rechazar la ayuda m¨¦dica ofrecida por otros Gobiernos, como ocurri¨® con el ofrecimiento del Gobierno de Cuba, por razones de antipat¨ªa ideol¨®gica, porque no es una asistencia m¨¦dica ofrecida a la persona del presidente, sino al pa¨ªs postrado por la desgracia.
Y hay cosas que la gente no acepta, y otras que le disgustan; y el disgusto es tambi¨¦n una forma de juicio pol¨ªtico: los ministros vistiendo camisetas rojas para llevar a los hospitales auxilios comprados con fondos p¨²blicos, se vuelve chocante. La desgracia explotada con fines politiqueros es algo que disgusta a¨²n a los votantes liberales, y humilla al necesitado de socorro. Porque los damnificados tienen derecho, adem¨¢s, a que los socorran, como vi decir en la televisi¨®n a un indignado habitante de Ciudad Dar¨ªo, que lo hab¨ªa perdido todo. Son ciudadanos que esperan del Gobierno no caridad de ocasi¨®n, sino responsabilidad.
Y tampoco esperan encubrimientos de lo que es palpable. Vi el mensaje televisado en solicitud de auxilio a la comunidad internacional del presidente Flores Facusse de Honduras, y me impresion¨® su sinceridad, y la lealtad con su pa¨ªs. Antes que nada, reconoci¨® que dejaba de lado su orgullo para extender la mano, porque el pa¨ªs estaba destrozado. Que el sufrimiento de los dem¨¢s debe pesar mucho m¨¢s que la arrogancia, es algo que no deber¨ªamos salir a averiguarlo afuera.
Siento, por otra parte, a trav¨¦s de las declaraciones del presidente Alem¨¢n y de sus ministros, que tienden a ver una conspiraci¨®n en las manifestaciones de rechazo y de protesta que han empezado a producirse. No deber¨ªan verlo as¨ª, sino como una prueba de la impotencia, y del desconsuelo que embarga a muchos de entre los m¨¢s pobres que cre¨ªan haberlo perdido ya todo y ahora se dan cuenta de que no hab¨ªan terminado de rodar hasta el fondo. Es a los que han sido electos para gobernar, a quienes les toca cambiar con sus actos concretos, visibles, bien intencionados en favor de la gente, los malos juicios sobre el Gobierno.
No hay duda de que ante una cat¨¢strofe como la que vivimos, y cuyas consecuencias totales a¨²n no son visibles, el pa¨ªs debe estar unido. Pero la uni¨®n para salir adelante, necesita una cabeza confiable para todos, que es un presidente capaz de convocar a todo el mundo, dejando de un lado los rencores, las antipat¨ªas y los prejuicios. Y capaz de quitarse la camiseta roja, ¨¦l y sus ministros.
?se es el ¨²nico pacto que los nicarag¨¹enses estar¨ªan dispuestos a aceptar.
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