Desorden mundial
La t¨¦cnica actual va haciendo a los hombres m¨¢s pr¨®ximos; no parece, por ahora, que m¨¢s semejantes, pero s¨ª m¨¢s pr¨®ximos. A la vez, persisten los esquemas de organizaci¨®n pol¨ªtica en compartimentos estancos, aunque cada vez menos. El desajuste entre ambas realidades produce sensaci¨®n de desorden, un cierto desaliento ante la ausencia de medios, instituciones, procedimientos, para hacer frente a los problemas que la proximidad generada por la t¨¦cnica plantea.Ah¨ª est¨¢ la globalizaci¨®n de la econom¨ªa. Una pol¨ªtica no muy prudente sobre la regulaci¨®n y vigilancia de instituciones financieras en un pa¨ªs, Jap¨®n, est¨¢ a punto de provocar una crisis econ¨®mica generalizada; pero esas instituciones s¨®lo se someten a una regulaci¨®n, la japonesa, aunque las consecuencias de su endeblez puede padecerlas todo el mundo. De momento, lo que puede hacer es instar a las autoridades japonesas a que arreglen su casa, como medio para no afectar a los dem¨¢s. Y ?qui¨¦n insta a esas decisiones? Muchos piden, pero s¨®lo uno lo puede hacer con eficacia, quien ostente m¨¢s poder econ¨®mico que Jap¨®n.
El general Pinochet comete la imprudencia de irse a Londres, lo que pone en marcha mecanismos que pueden conducir a su enjuiciamiento en varios pa¨ªses por cr¨ªmenes cometidos en el suyo, o desde el suyo. Esta situaci¨®n es, sin duda, mejor que la que exist¨ªa cuando los compartimentos estancos judiciales funcionaban en plena coherencia con criterios territoriales, lo que conduce frecuentemente a la impunidad m¨¢s vergonzosa; pero es una situaci¨®n de desorden, est¨¢ muy lejos de cerrarse el c¨ªrculo de la persecuci¨®n y castigo universal de algunos delitos, al menos de ¨¦stos m¨¢s clamorosos, con nitidez. S¨®lo cuando hay un poder hegem¨®nico (el poder que da la mayor fuerza), la cosa empieza a funcionar, como en el caso de cr¨ªmenes cometidos en la antigua Yugoslavia o en pa¨ªses centroafricanos.
Un hurac¨¢n arrasa varios pa¨ªses de Centroam¨¦rica; pero la comunicaci¨®n permite conocer, "en tiempo real", su alcance y devastaci¨®n; se producen reacciones de solidaridad, m¨²ltiples, en diversos lugares; est¨¢ muy bien, pero sigue apareciendo la sensaci¨®n de desconcierto. ?Qu¨¦ hacer, c¨®mo ayudar, c¨®mo encauzar? Y eso que estamos en presencia de autoridades territoriales que agradecen la solidaridad y est¨¢n dispuestas a ser coherentes con ella; no es extra?o, sin embargo, que las autoridades o poderes de hecho territoriales pongan obst¨¢culos al ejercicio de esa solidaridad, como en Sud¨¢n u otros lugares cerrados.
Y es que la comunicaci¨®n hace, por diversas v¨ªas, que los problemas de las instituciones japonesas sean problemas de todos; que los cr¨ªmenes de Chile, conocidos desde que se cometieron, sean "nuestros" cr¨ªmenes; que la devastaci¨®n de un hurac¨¢n o de una guerra sea nuestra devastaci¨®n, y no s¨®lo porque los vemos inmediatamente, sino porque afectan a nuestro sentir, a nuestra escala de valores, a nuestro sentido de la convivencia, incluso a nuestro bienestar.
Hay grandes esfuerzos para establecer un orden que pueda contraponerse a esas vulneraciones de la paz, pero de momento lo ¨²nico que funciona con cierta eficacia es el orden del m¨¢s fuerte; si tenemos la suerte de que sus criterios coincidan con los nuestros, seremos m¨¢s afortunados; de lo contrario, a la injusticia del desorden se sumar¨¢ la del orden del m¨¢s fuerte. Todo lo cual produce angustia, desconcierto y sensaci¨®n de impotencia. Porque es necesario ese orden a la altura de nuestros conocimientos y nuestra realidad efectiva. Y deber¨ªa ser un orden convenido, de alguna manera un orden democr¨¢ticamente establecido. A situaciones universalizadas, reglas de juego igualmente universalizadas.
Un obst¨¢culo es la inercia de la absoluta soberan¨ªa territorial. El principio de soberan¨ªa territorial absoluta es incompatible con esas nuevas realidades sociales, en esencia universalizadas. No vivimos aislados; necesitamos regulaciones adecuadas a esa intercomunicaci¨®n, econ¨®mica y de informaci¨®n. El principio de soberan¨ªa territorial absoluta conduce a la consolidaci¨®n de los mayores oprobios y miserias.
Otro obst¨¢culo, en mi opini¨®n, es la tendencia agudizada hacia la exaltaci¨®n de los particularismos de todo tipo. Los nacionalismos son s¨®lo una cobertura del principio de absoluta soberan¨ªa o una cobertura de la tendencia al particularismo m¨¢s ego¨ªsta. Hay quien piensa que es una contrapartida necesaria ante la universalizaci¨®n que se nos viene encima. Creo que no es as¨ª, sino una forma de cubrir el ego¨ªsmo insolidario, el mantenimiento de parcelas de poder que se sustraigan a las regulaciones universales; la seguridad que da un conjunto amplio regulado democr¨¢ticamente es muy superior a la que puede obtenerse de la exaltaci¨®n de la propia idiosincrasia.
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