Autoridad en el PSOE
Los socialistas pusieron ayer en marcha la comisi¨®n encargada de preparar el programa electoral. El secretario general, Joaqu¨ªn Almunia, presidir¨¢ la comisi¨®n, y el candidato a la presidencia del Gobierno, Jos¨¦ Borrell, coordinar¨¢ sus trabajos. Esta sutileza sem¨¢ntica no oculta, sino subraya, el problema de autoridad que afecta al partido socialista.Seguramente tiene raz¨®n Borrell al plantear que el candidato no puede estar ausente de las situaciones que se avecinan, por ejemplo, en todo lo relativo al proceso de pacificaci¨®n del Pa¨ªs Vasco. Si hay que concertar decisiones sobre esa cuesti¨®n con el presidente del Gobierno, el candidato socialista a sustituirle tendr¨ªa que estar all¨ª, aunque s¨®lo fuera porque deber¨¢ ejecutarlos al menos en parte quien gane las pr¨®ximas elecciones. Y se supone que los socialistas quieren que las gane Borrell.
Pero no parece ser ¨¦se el esquema de divisi¨®n del trabajo establecido en el ¨²ltimo congreso del partido, que asign¨® la direcci¨®n pol¨ªtica al secretario general sin despejar la cuesti¨®n de la candidatura electoral. Vinieron luego las primarias y los afiliados prefirieron a Borrell. A partir de ah¨ª se ha planteado un dilema complicado que d¨ªa a d¨ªa pone en evidencia que el PSOE no estaba preparado para la bicefalia de facto que surgi¨® de las primarias; ni psicol¨®gica ni organizativamente. La idea del t¨¢ndem Almunia-Borrell se basaba en la impresi¨®n de que ambos pose¨ªan cualidades complementarias: la solidez de uno reforzar¨ªa la brillantez del otro. Pero hasta el momento no se ha verificado. En momentos clave, como el de la condena de Vera y Barrionuevo, Almunia ha aparecido demasiado pegado a su antecesor, lo que ha restado credibilidad al secretario general como la persona capaz de dirigir la necesaria renovaci¨®n y de garantizar al candidato los apoyos necesarios. Al tiempo que crec¨ªa la impresi¨®n de que la apuesta del partido por Borrell era demasiado condicionada: un contrato temporal.
El resultado ha sido que ninguno de ellos ha aparecido ante la opini¨®n p¨²blica con suficiente autoridad. Es dif¨ªcil que la gente crea en el candidato si tiene la percepci¨®n de que su partido no acaba de apostar por ¨¦l. Pero gestos como la brusca desautorizaci¨®n por su parte de Felipe Gonz¨¢lez, a prop¨®sito del asunto Pinochet, resultan demasiado enf¨¢ticos: la autoridad no se proclama. Se tiene o no se tiene. Y no se adquiere con lamentaciones sobre las dificultades para ejercerla. El de pol¨ªtico es un oficio duro, incompatible con la melancol¨ªa.
Pero los militantes del PSOE que apostaron por Borrell tienen pleno derecho a exigir para su candidato el apoyo de toda la organizaci¨®n. Tal vez el espejismo de las encuestas realizadas tras las primarias desenfoc¨® las dificultades reales de cualquier candidato socialista. La combinaci¨®n entre una buena situaci¨®n econ¨®mica y la perspectiva de soluci¨®n al problema terrorista favorece las expectativas del PP. Frente a esa combinaci¨®n, los portavoces socialistas, sobre todo algunos especialistas en minucias, no acaban de encontrar un discurso diferenciado. No es f¨¢cil en pol¨ªtica econ¨®mica, dado el escaso margen que Europa deja a los gobiernos nacionales en materia monetaria y de presupuestos. Y la situaci¨®n creada por la tregua de ETA obliga a relativizar los reproches al oportunismo del PP en sus relaciones con los nacionalistas, que provocaron la ruptura del consenso antiterrorista.
La principal debilidad del Gobierno, su pol¨ªtica auton¨®mica, improvisada por necesidades coyunturales, no ha encontrado una alternativa clara: la improvisaci¨®n no es seguramente un reproche que se pueda dirigir s¨®lo al partido del Gobierno. Definir el modelo de convivencia entre los territorios da trabajo de sobra para un buen secretario general y para un buen candidato, y si es cierto que tal vez Borrell debiera ser el interlocutor de Aznar, convertir esa cuesti¨®n en tema de debate -o de lamento- mina la autoridad de ambos, secretario y candidato. Eso no se resuelve retrat¨¢ndose juntos o culpando a los periodistas de no ce?irse a las fuentes autorizadas.
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