La muerte correcta
Dicen que hace unos d¨ªas un muy distinguido periodista, con fuertes niveles de responsabilidad, exclam¨® ante una noticia relacionada con Lorca: "Ya est¨¢ bien de Lorca". No s¨¦ a qu¨¦ Lorca se refer¨ªa. Si se refer¨ªa al Lorca sandunguero, que escribi¨®, al parecer, sus poemas para musicantes de toda laya, que lo cantan en pop, en flamenco y en cupl¨¦, y que un d¨ªa, nadie sabe c¨®mo -?ser¨¢ posible?-, desapareci¨® de este mundo, al distinguido periodista le asist¨ªa toda la raz¨®n.De Lorca se ha abusado mucho: se abus¨® mucho en los a?os cuarenta cuando estaba prohibido y las folcl¨®ricas se mesaban los cabellos y se acariciaban el bajo vientre cantando letras que lo remedaban malamente. De Lorca se sigui¨® abusando bastante tiempo cuando se le perdonaba la vida por haber sido homosexual. De Lorca abusan los profesores del tres al cuarto y los aficionadetes que se lanzan en tromba a interpretarlo sin leerlo a fondo y armados de cuatro t¨®picos topicones.
Pues bien, para no abusar de Lorca, con el prop¨®sito expl¨ªcito de no hacerlo, se exhibe desde hace unos d¨ªas en el C¨ªrculo de Bellas Artes una exposici¨®n que re¨²ne las obras que Pepe Caballero dedic¨® a su muerte. En ellas aparece el poeta delante de los fusiles, cayendo al suelo, rodando por el suelo, destrozado por el suelo, su cabeza manchada por la sangre, su cara sucia por la sangre, su ropa inservible por la sangre. Ah¨ª est¨¢ Lorca aterrado en el Gobierno Civil de Granada, angustiado ante la muerte que sabe inminente, porque los hombres hombres se aterran ante la muerte. No hay gloria sino infierno en estos cuadros, el mismo infierno que se llev¨® consigo Federico para siempre y que algunos parecen querer borrar como si no hubiera existido, porque el asesinato de un gran poeta -y de cualquiera- es muy desagradable.
"Esta exposici¨®n debe servir de advertencia", dec¨ªa una conmovida visitante el d¨ªa de la inauguraci¨®n. Me permito disentir: no debe servir de advertencia, sino de recuerdo, de homenaje al sufrimiento de un hombre bueno, generoso y libre, que ha incorporado simb¨®licamente el sufrimiento de muchos que dieron su vida por creer en un pa¨ªs diferente. Nadie, nadie escarmienta en cabeza ajena, y si ma?ana en alg¨²n lugar del mundo un poeta es sorprendido entre los fuegos de una guerra civil, no cabe enga?arse: acabar¨¢n con ¨¦l, no lo duden.
La era de lo pol¨ªticamente correcto tiende a evitar todo lo desagradable, hasta la verdad, o sobre todo la verdad, porque la verdad amarga, como sab¨ªa Quevedo, que quer¨ªa por eso echarla de la boca. Nos dicen que no hay que abundar sobre la muerte de Lorca, ya se ha hablado mucho de todo eso, y de la guerra, y del dictador del r¨¦gimen anterior, hay que mirar hacia el futuro -?qu¨¦ significa esta frase?-, claman los bienpensantes y sentencian que lo pasado pas¨®. Pero yo reivindico justamente lo contrario: del infierno hay que hablar, del infierno y de cuanto no encaja en nuestras civilizadas mentes. Hay que hablar de la depuraci¨®n en Francia, como lo ha hecho Herbert Lottman; hay que hablar de los horrores del comunismo, con el sacrosanto Lenin al frente, por lo menos igual que del nazismo; hay que hablar de los bombardeos angloamericanos sobre Alemania, que fueron atroces; hay que hablar del maccarthismo; hay que recordar los bombardeos de Vietnam -30 a?os ya: ?no fue Johnson un genocida?-; hay que decir la verdad sobre c¨®mo y por qu¨¦ se consinti¨® la reciente matanza en los Balcanes.
De todo eso y de muchas cosas m¨¢s hay que hablar. Porque no todo est¨¢ dicho, aunque algunos crean que s¨ª, que a lo mejor no creen nada, pues lo m¨¢s f¨¢cil es dejarse el sentido com¨²n, y el sentido a secas, entre las burbujas de la actualidad.
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