El contenedor
Hace ya mucho que no consigo concentrarme cuando el juez Garz¨®n entra y sale de la Audiencia Nacional. Puede parecer un frivolidad lo que voy a decir, pero la culpa de la disipaci¨®n que sufro es un contenedor abarrotado de cascotes y afincado a la derecha de la entrada -seg¨²n se ve por televisi¨®n- desde tiempos ya incalculables. No puedo precisar, debido a la rapidez de las tomas, si dentro del contenedor se apilan tambi¨¦n maderos, cristales y restos de carpinter¨ªa met¨¢lica o, como es a la vez habitual, restos org¨¢nicos capaces de segregar olores y composiciones de realismo sucio muy repetidas por las aceras de Madrid.El contenedor pudo ser, al comienzo, el signo de obras menores, peque?as reformas o arreglos de alba?iler¨ªa interior, pero as¨ª nunca habr¨ªa adquirido su notable poder. El hecho es que en la actualidad, despu¨¦s de un tiempo de presencia inmensurable, resulta inconcebible nuestra Audiencia Nacional sin el acompa?amiento esc¨¦nico de esa miseria a la que han provisto adem¨¢s de una adicional tela met¨¢lica como para reforzar su decisivo valor.
Por no dar la impresi¨®n de fijarme en cuestiones laterales, o por no verme obligado a confesar mi problema de desatenci¨®n a lo judicial, he venido callando y callando. Si me atrevo ahora a intervenir es debido al patriotismo, porque se me ocurre que a los millones de telespectadores espa?oles que diariamente siguen las noticias se estar¨¢n sumando, con motivo de Pinochet, otros millones de europeos y latinoamericanos, y hasta gentes remotas de la CNN repartidas por la inmensidad del globo. ?Creer¨¢n ya estos cientos de millones de seres humanos que el contenedor cumple alguna simb¨®lica funci¨®n local? ?Creer¨¢n como yo, distra¨ªdo, que la Audiencia Nacional es como un inmundo barrac¨®n de drogatas y asesinos aterrorizados por la nueva visita de Garz¨®n?
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