Escenas sueltas sin el brillo necesario
Esta historia sucedi¨® en la vida real, m¨¢s o menos como se relata en esta ficci¨®n: un enfermo, quiz¨¢ de acromegalia, adquiri¨® una forma elefanti¨¢sica; le abandon¨® su madre en un orfelinato, le recogi¨® de ¨¦l un feriante brutal y crudo, que le exhib¨ªa en la barraca de los monstruos; el pueblo se burlaba, le tem¨ªa, le encontraba rasgos demon¨ªacos y le apedreaba en el Londres de la ginebra y de la Reina Victoria -dos males-. Le rescat¨® un m¨¦dico, le llev¨® al Hospital de Londres, y pas¨® a ser un monstruo particular de la aristocracia. La explotaci¨®n nueva consist¨ªa en la recaudaci¨®n de fondos de ayuda que en realidad se invert¨ªa en la generalidad del hospital.De las memorias del m¨¦dico, de otros testimonios de la ¨¦poca, Bernard Pommerance hizo una obra de teatro que se convirti¨® en famosa en el mundo entero. En una versi¨®n de Nueva York, para huir de la falsedad de la caracterizaci¨®n se emple¨® a un actor extraordinariamente bello, con lo cual se creaba un contraste entre la repugnancia que mostraban los personajes y las descripciones que se hac¨ªan de ¨¦l y lo que ve¨ªan los espectadores: de esta forma surg¨ªa una dial¨¦ctica entre las causas antinaturales de la exclusi¨®n o de la marginaci¨®n, completamente ajenas a la realidad objetiva. Tambien sali¨® una pel¨ªcula extraordinaria, que dirigi¨® David Lynch.
El hombre elefante
De Bernard Pomerance, versi¨®n de Juan Cavestany. Int¨¦rpretes: Vicente D¨ªez, Pere Ponce, Ana Duato, Adolfo Fern¨¢ndez, Claudio Rodriguez. M¨²sica de Jos¨¦ Antonio Guti¨¦rrez; escenografia y vestuario, Carlos Abad. Iluminaci¨®n, Mario Gas. Direcci¨®n, Mariano Barroso. Festival de Oto?o. Teatro Alb¨¦niz.
Una vez que pas¨® eso, no se ve la necesidad de devolverla al teatro, a no ser en unas condiciones tambi¨¦n extraordinarias. No es este el caso. La obra es en s¨ª como un gui¨®n de cine: escenas sueltas separadas por oscuros. Aqu¨ª se fragmentan demasiado, los oscuros son m¨¢s largos de lo que se suele aceptar, y la interpretaci¨®n no tiene el brillo que deber¨ªa tener; ni siquiera la calidad de las pr¨®tesis del hombre elefante ocultan su artificio.
En cuanto a la tesis, m¨¢s que de la acci¨®n se desprende de unos discursos finales, que quedan a medias devorados por la mala ac¨²stica del teatro, que, sin embargo, otras compa?¨ªas consiguen vencer.
Hubo, s¨ª, un excelente ¨¦xito. Montada y representada principalmente por buena gente del cine, tuvo mucha solidaridad en el patio de butacas: el esfuerzo de todos, el largo trabajo, la necesidad de doblar papeles, y la incomodidad de la interpretaci¨®n, lo merec¨ªan.
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