Crimen y justicia
Desde una perspectiva hist¨®rica, no existen demasiadas razones para alegrarse por la aparici¨®n en la escena jur¨ªdica del concepto de "crimen contra la humanidad". Si ¨¦stos han tenido que ser inevitablemente tomados en cuenta es porque nuestro siglo, en cuanto a la violaci¨®n de los derechos humanos, ofrece muchas veces un aspecto propio de un museo de horrores. Incluso si establecemos un ranking entre los matarifes del siglo, el chileno Pinochet se encontrar¨ªa en una modesta serieB, detr¨¢s de una primera fila en la que tendr¨ªan asiento Hitler, Stalin (con Lenin posiblemente de mentor y acompa?ante), Pol Pot, Suharto, el turco Talaat Pach¨¢ del genocidio armenio, Franco, Videla y sus compa?eros de Junta, el croata Pavelic y los serbios Milosevic y Karadzic. Demasiados cr¨ªmenes, incluidos los cuatro mil del general chileno, como para que no surgiera a partir del proceso de N¨¹remberg una saludable reacci¨®n defensiva para poner un freno a esa propensi¨®n asesina, casi siempre de golpistas, pero alguna vez servida tambi¨¦n por jefes de Estado que alcanzaron el poder por medios legales.El proceso de Pinochet, hecho posible por su vocaci¨®n de turista que ignora la lecci¨®n de cautela para dictadores dada por Franco, tendr¨ªa as¨ª un valor impagable de ejemplaridad. El gobernante o el golpista asesino sabr¨¢ que su suerte a escala internacional es la del delincuente cuyo procesamiento puede ser exigido desde cualquier Estado democr¨¢tico. Todo lo contrario de lo realizado por EEUU con el asalto a Panam¨¢ y la captura de Noriega; no es la fuerza bruta del poderoso la que impone el derecho cuando le conviene, y cuando no calla como ahora, sino la acci¨®n de la justicia a la cual el poder pol¨ªtico democr¨¢tico ampara y da los medios para cumplir su funci¨®n.
El presidente de Chile debiera haberlo sabido antes de meterse ¨¦l solo en la jaula desde la que descalific¨® a Espa?a, como si fueran el pueblo espa?ol o su Gobierno los promotores del caso, y procedi¨® a sancionar la identidad Pinochet igual a Chile, con lo que daba alas desde el primer momento a la extrema derecha de su pa¨ªs. Si en Espa?a no hubo el proceso al franquismo fue simplemente porque la fuerza en la transici¨®n segu¨ªa en manos franquistas; nadie les reprocha a los dem¨®cratas chilenos su aceptaci¨®n de las reglas de juego impuestas por el dictador. Pero por lo menos hubieran debido, por su propio inter¨¦s, abordar la defensa del "senador vitalicio" distanci¨¢ndose del planteamiento patriotero y agresivo de los pinochetistas. Y entender que si media Europa reclama al exdictador es porque su acci¨®n al frente de la Junta Militar supuso una violaci¨®n masiva de los derechos de los chilenos, no s¨®lo como chilenos, sino como hombres, y alcanz¨® a ciudadanos de otros pa¨ªses. Y si hay alg¨²n chileno no pinochetista que se siente "humillado" por lo que est¨¢ sucediendo, lo mejor es recomendarle que vea Missing m¨¢s de una vez y luego reflexione.
Jorge Edwards evoca para explicar el esp¨ªritu de condena hoy imperante la imagen siniestra de Pinochet "con sus gafas oscuras y de m¨²sculos faciales contra¨ªdos". Es una trivializaci¨®n excesiva. Las ra¨ªces de la movilizaci¨®n contra Pinochet son m¨¢s profundas. No es la jeta de un milico mal encarado lo que provoca el clamor por la justicia, sino las im¨¢genes de los aviones de la Junta atacando la residencia del presidente democr¨¢ticamente elegido a quien se aboca al suicidio. Todo un espect¨¢culo de brutalidad eficaz e impune que sirvi¨® de antecedente a otros golpes militares como el de Argentina. Era la muerte de la democracia. El espect¨¢culo actual supone una respuesta al organizado por Pinochet en 1973, del cual sigue el general asumiendo la responsabilidad con orgullo. Desde Espa?a, mejor que desde cualquier otro pa¨ªs, cabe entender lo que es una democracia vigilada, pero tambi¨¦n por eso mismo decir que las concesiones a los poderes f¨¢cticos s¨®lo refuerzan y prolongan su presencia y su amenaza. Es la "doble funci¨®n" del Ej¨¦rcito que constituy¨® el n¨²cleo de la dictadura de Suharto en Indonesia y que a¨²n hoy se encuentra vigente en Chile, con organismos como ese Consejo de Seguridad Nacional que legaliza las interferencias militares en el funcionamiento de la democracia. Una situaci¨®n que deber¨¢ ser superada, para lo cual resulta imprescindible liberarse de la sombra de Pinochet.
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