Anguita: el hombre que no quiso ser el l¨ªder
Este cordob¨¦s nacido en Fuengirola (M¨¢laga) en 1941 ha hecho aparentemente de s¨ª mismo su propia caricatura. Posiblemente, en un ejercicio perfectamente estudiado y planificado. Y con su propia iron¨ªa como defensa de lo que ¨¦l cree un ataque injusto a lo que considera -con todo su derecho- la verdad. Julio Anguita deja, despu¨¦s de diez a?os, la Secretar¨ªa General del PCE, a la que lleg¨® tras jurar que no la aceptar¨ªa "ni muerto". Vivo y bien vivo, hubo de echar sobre sus hombros la responsabilidad de la m¨¢xima direcci¨®n del partido comunista en un gesto que dignific¨® lo que en otro habr¨ªa sonado a palabrer¨ªa hip¨®crita.La vida ni siempre es justa ni casi nunca piadosa y, por eso, raramente respeta los afanes personales. ?l, que siempre ha llevado como pend¨®n glorioso su coherencia personal, se ha visto obligado a asumir no pocas contradicciones en lo pol¨ªtico y -ay, lo que m¨¢s le duele- en lo humano.
M¨¢s cordob¨¦s que nadie, naci¨®, sin embargo, en Fuengirola. Y, en una ¨®smosis inexplicable, ha sido la ciudad de los califas la que ha dejado en su coraz¨®n no s¨®lo el pensamiento, sino los aires de un aut¨¦ntico hijo del caid.
Pero Anguita lleva en sus venas sangre de militar y si se busca en sus ascendentes aparecer¨¢ un abuelo y un bisabuelo guardias civiles a los que ¨¦l jam¨¢s ha negado y a los que, por el contrario, ha defendido con afecto.
?l no fue militar casi por razones econ¨®micas. La escasa soldada que su padre recib¨ªa por sus desvelos por la patria no era suficiente para pagar la carrera militar del joven Julio. No obstante, lleg¨® a preparar durante tres meses las oposiciones para ingresar en la Academia General de Zaragoza.
Muchos han querido buscar en ¨¦stos y otros meandros del pasado un oscuro origen ideol¨®gico del l¨ªder comunista. Pero ha sido ¨¦l mismo quien no s¨®lo no ha ocultado su vocaci¨®n militar, sino que ha hablado de ella con naturalidad absoluta, deshaciendo as¨ª cualquier maliciosa interpretaci¨®n de su pasado.
Anguita estudi¨®, pues, Magisterio en C¨®rdoba y, m¨¢s tarde, Historia en Sevilla y Barcelona.
Fue, dicen, premio fin de carrera Jos¨¦ Antonio. Y algo de verdad debe de haber en ello cuando ¨¦l mismo coment¨® a Pedro J. Ram¨ªrez su admiraci¨®n por la vigencia de la doctrina del fundador de la Falange. Era entonces alcalde de C¨®rdoba y ya se le conoc¨ªa como el Califa Rojo. Un apelativo que cuid¨® primorosamente, acentuando su barba puntiaguda de Ali-Kan, aquel enemigo implacable del cristiano Guerrero del Antifaz.
Fue alcalde de C¨®rdoba, como luego fue secretario general del PCE: a la fuerza o medio obligado. Pero nadie niega que su paso por la alcald¨ªa estuvo sembrada de aciertos e impuso una forma de gobierno hasta entonces desconocida en unos ayuntamientos que empezaban a respirar aires m¨¢s frescos. Conoce, posiblemente mejor que algunos eclesi¨¢sticos, el lenguaje religioso y los libros sagrados, que utiliza profusamente en sus intervenciones p¨²blicas o privadas. Ese amor por lo sacro -lleg¨® a decir: "La izquierda disputa a Dios el poder de crear"- no le impidi¨® mantener un rifirrafe con el obispo de C¨®rdoba por un qu¨ªtame all¨¢ una iglesia que convirti¨® en mezquita. Santa Clara perdi¨® ante Mahoma.
Buen conversador, le encanta contar an¨¦cdotas de sus a?os de maestro, profesi¨®n que a?ora y ama con la nostalgia de las cosas perdidas. A ¨¦l, personalmente, le gusta contar lo del alcalde comunista, "que era muy chico" y cuya menguada estatura sirvi¨® de broma a un consejero socialista andaluz:
-Co?o, qu¨¦ alcalde m¨¢s bajito tienen los comunistas, cuenta Anguita que dijo el socialista. El alcalde aquel mir¨® para arriba al consejero y respondi¨® sin inmutarse:
-Es que yo soy hijo de un solo padre.
Muchos de los que hoy se consideran -y ¨¦l considera- enemigos de Anguita fueron los que le auparon a la Secretar¨ªa General del PCE en 1988. El tiempo cambia hasta el paisaje, conque no digamos amistades y fervores. Se dice que fue Rafael Rib¨®, hoy enfrentado con ¨¦l, quien dio su nombre cuando ya se sab¨ªa que Gerardo Iglesias hab¨ªa decidido abandonar la direcci¨®n del partido.
Sus enemigos dicen que su falta de cultura de partido ha sido uno de sus principales problemas Y le han negado incluso el pedigree de comunista hist¨®rico. Pero tambi¨¦n le reconocen que, tal vez por eso, ha situado al PCE en un dif¨ªcil equilibrio en sus relaciones con Izquierda Unida. Partidario primero de hibernar el PCE, comprendi¨® enseguida que su labor en IU ser¨ªa in¨²til si se enfrentaba con una direcci¨®n que tra¨ªa como bandera algo de lo que ¨¦l carec¨ªa: el prestigio de haber defendido con duros a?os de clandestinidad y c¨¢rcel los principios del comunismo.
Y fue sin duda el PCE su mayor apoyo para arrasar con la contestaci¨®n interna de IU. As¨ª, en una operaci¨®n probablemente discutible estatutariamente, expuls¨® a los miembros de Nueva Izquierda. No los ech¨®, cierto, pero s¨ª les puso en la puerta y les pidi¨® que la cerraran por fuera.
Obsesionado con los medios de comunicaci¨®n, se ha empe?ado en hacer suya una guerra que cree declarada por otros. Trata de salvar al profesional de la informaci¨®n sobre los intereses del empresario. A qu¨¦ negar que siempre ha intentado diferenciar los afectos personales de los latigazos informativos.
Dos veces le ha dado un aviso su coraz¨®n. La primera le pill¨® en pleno traj¨ªn electoral y, al margen de ideolog¨ªas, toda Espa?a estuvo pendiente de sus latidos. A ese fallo achaca los no tan buenos resultados de los comicios de 1993. Qui¨¦n lo sabe. Hace unas semanas volvi¨® a sentir el v¨¦rtigo del infarto. Y nuevamente comprob¨® la firmeza de los afectos. Pero, posiblemente, en su decisi¨®n de dejar la direcci¨®n del PCE haya sido la raz¨®n la que se ha terminado imponiendo sobre lo que su coraz¨®n cansado le ped¨ªa.
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