Cibeles
Los jugadores del Real Madrid se montaron en la Cibeles. Con todo el morro.Ganar la Copa Intercontinental les debi¨® parecer raz¨®n suficiente -a ellos y a sus partidarios- para montarse en la Cibeles y cortar el tr¨¢fico en el centro de Madrid a una hora punta. Aunque no son los ¨²ltimos responsables, pues la Delegaci¨®n del Gobierno ya hab¨ªa autorizado semejante algarada sin raz¨®n que lo justificara. Ganar un partido de f¨²tbol -con su copa- no es motivo de jolgorio universal, no da patente de corso para hollar el derecho que tienen cuatro millones de ciudadanos a circular libremente por la ciudad donde viven, ni para asaltar sus monumentos.
Y la autoridad fue c¨®mplice.
La autoridad mont¨® un dispositivo de seguridad que constituy¨® una clamorosa chapuza y empeor¨® la situaci¨®n.
En tanto las radios anunciaban que los jugadores del Real Madrid, con sus directivos al frente, llegar¨ªan a la Cibeles hacia las diez y media de la noche, los agentes municipales proced¨ªan a cortar la circulaci¨®n, ?y faltaban cuatro horas!
A las seis y media de la tarde ya no se pod¨ªa cruzar la plaza de la Independencia en sentido Cibeles, tampoco Cibeles hacia Alcal¨¢, y esas v¨ªas cruciales, con sus calles adyacentes -y el paseo de la Castellana, y Col¨®n, y Goya-, se convert¨ªan en un caos de autom¨®viles cruzados, de embotellamientos, de gente desesperada. Tambi¨¦n interven¨ªa la Polic¨ªa Nacional, que daba cobertura a los municipales -seguramente por si alguno de los perjudicados se desmandaba- y se supone que proteg¨ªa de los posibles ataques de alg¨²n gamberro los monumentos y el mobiliario urbano.
Cuatro horas antes, por si acaso.
El aparatoso despliegue policial -fuerza uniformada, coches patrulla, camiones- con esa absurda premura record¨® aquella estratagema que se urdi¨® hace a?os con ocasi¨®n de una operaci¨®n retorno, en la que para apuntarse el ¨¦xito de que no hab¨ªa atascos -y, efectivamente, no los hubo a la entrada de Madrid- tuvieron retenidas las caravanas de coches a 50 kil¨®metros de la ciudad y los iban chorreando por turnos, poco a poco.
Nadie pregunt¨® a los automovilistas que mandaban a fre¨ªr g¨¢rgaras el corte de la Cibeles y su entorno d¨®nde iban, ni les importaba a los agentes de la autoridad cu¨¢les eran sus necesidades o sus urgencias. Se les trata a los ciudadanos como si fueran im¨¢genes virtuales, dibujos animados, objetos sin alma, masas amorfas. Y, sin embargo, cada uno tiene su af¨¢n y su problema, su disgusto o su alegr¨ªa. Transe¨²ntes y automovilistas se dirigen a un lugar concreto porque quieren o porque deben, y ni la autoridad ni nadie est¨¢ legitimado para imped¨ªrselo, menos a¨²n porque un equipo de f¨²tbol haya ganado un partido.
El alcalde coment¨® que esa moda de tomar la Cibeles no responde a ninguna tradici¨®n. Y es verdad. M¨¢s parece desafortunada imitaci¨®n de los barcelonistas, que cuando por casualidad ganan un t¨ªtulo invaden Canaletas. Los seguidores del Real Madrid deber¨ªan estar acostumbrados a semejantes hitos. Las vitrinas del club se encuentran repletas de copas, placas y otros testimonios de la gran cantidad de t¨ªtulos que el equipo ha ganado a lo largo de su historia. Y, adem¨¢s, no van desnuditos por la vida, no precisan refugiarse debajo de un puente. Antes al contrario, cuentan con un hermoso estadio de ancho c¨¦sped donde caben m¨¢s de cien mil personas, y all¨ª pueden celebrar sus fastos, desfogarse a sus anchas, bailar la jota, entonar el alir¨®n, y los jugadores montarse encima de los directivos, que no son la Cibeles pero seguro que los llevar¨ªan gustosos a caballito.
A guisa de coda: la Copa Intercontinental nunca posey¨® especial relevancia. Exorna, pero no es comparable con la Liga o con la Copa de Europa; ni siquiera con la Copa del Rey. Otros¨ª: ganar la Copa Intercontinental -Europa, Am¨¦rica- no equivale a ser campe¨®n del mundo. El mundo cuenta con otros tres respetables continentes, que pasan de ese asunto. El mundo es ancho y ajeno, que dijo Ciro Alegr¨ªa; y dijo bien.
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