Chile, fr¨ªamente
Chile en el coraz¨®n hoy no. Con perd¨®n, Neruda. Entiendo s¨ª las razones del coraz¨®n que, en este caso, la raz¨®n tambi¨¦n entiende. Otros, con m¨¢s legitimidad por sus muertos y desaparecidos, por sus exilios y sus sufrimientos, pueden transmitirles mucho mejor la emoci¨®n respecto a todo lo que sucede en Chile, y sus responsables, desde hace 25 a?os. Resultan admirables las declaraciones firmes y tranquilas de personas con m¨¢s derecho a proclamar su rabia y su dolor. Tencha e Isabel Allende, o Juan Pablo Letelier, simplemente dicen lo que deber¨ªa decir cualquier gobernante o l¨ªder pol¨ªtico chileno: ya era hora. Pinochet est¨¢ acusado de cr¨ªmenes. Hay que juzgarlo. En Chile a¨²n no es posible. Gracias, pues, a los que iniciaron la causa, a los jueces europeos que la prosiguen. No debe volver a Chile mientras el pa¨ªs no recupere su plena capacidad de autogobierno. Ahora no la tiene. Cuando las Fuerzas Armadas quieren, cuando se trata de defender sus privilegios y la impunidad de sus cr¨ªmenes o de sus corrupciones, los militares convierten al Gobierno en reh¨¦n. Ricardo Lagos, como siempre el m¨¢s contundente de los pol¨ªticos chilenos, dice en el fondo lo mismo: concluyamos primero nuestro proceso democr¨¢tico y entonces podremos juzgar a Pinochet y exigir su retorno. Lo extra?o es que debe ser el candidato con m¨¢s chances de ganar las elecciones presidenciales el que deba asumir una postura m¨¢s decidida, cuando le conviene presentarse como un moderado, mientras el Gobierno chileno parece a veces actuar al dictado de los militares y su presidente practica en ciertos momentos incluso un discurso nacionalista pat¨¦tico.Se cuestiona la injerencia de las democracias europeas en los asuntos chilenos. Sorprende o¨ªr esta acusaci¨®n no s¨®lo en portavoces de la extrema derecha, sino tambi¨¦n en pol¨ªticos de la Concertaci¨®n, es decir, democr¨¢ticos, que sufrieron la represi¨®n y en algunos casos el exilio y la c¨¢rcel. ?No reclamaban -y obtuvieron- entonces solidaridad y ayuda? ?No contribuy¨® acaso la injerencia internacional al inicio del proceso democr¨¢tico en Chile? Puede argumentarse que ahora, con un Gobierno electo, la injerencia no es necesaria ni admisible. ?Pero acaso las instituciones son plenamente democr¨¢ticas cuando un sistema electoral aberrante y la designaci¨®n de senadores por la dictadura falsifica la representaci¨®n y bloquea las reformas democr¨¢ticas pendientes? ?Acaso el Gobierno chileno puede ahora juzgar a militares que se han dado la inmunidad a s¨ª mismos, que mantienen no s¨®lo su privilegio de autojuzgarse sino el de perseguir a los civiles que los acusan? ?Debemos excusarnos porque el ambiente en nuestros pa¨ªses es contrario a Pinochet cuando con toda la raz¨®n y el derecho algunos que nos reprochan esta "parcialidad" contribuyeron con sus denuncias de los cr¨ªmenes de la dictadura a crearla? La detenci¨®n de Pinochet en Londres, su extradici¨®n a Espa?a, Francia o Suiza, que el camino de su reprobaci¨®n sea lo m¨¢s largo posible, es lo mejor que le puede ocurrir a Chile para sacarse de encima la losa de un poder militar antidemocr¨¢tico. Cada d¨ªa que pasa, la piedra angular de este poder, que a¨²n es Pinochet, se desmorona un poco m¨¢s. Como los malos abogados, sus defensores apelan a la vez a su "inocencia" y a "las circunstancias atenuantes" para justificar las fechor¨ªas del golpismo militar. Ahora ya apelan a la "piedad" por sus achaques, enfermedades y trastornos mentales. Solamente con un Pinochet totalmente derrotado Chile podr¨¢ vivir en paz con el mundo y consigo mismo.
No deja adem¨¢s de ser curioso que sean los pol¨ªticos e ide¨®logos que m¨¢s han exaltado la globalizaci¨®n, los pinochetistas propagandistas del supuesto milagro chileno, los fan¨¢ticos del libre mercado y de las fronteras abiertas para productos y capitales los que se escandalicen ahora de la globalizaci¨®n de los valores y de los derechos humanos. Como dice el muy liberal y poco sospechoso de izquierdismo The Economist, en una fant¨¢stica portada: "Los dictadores ya no son inmunes". Y escribe luego: si se cometen cr¨ªmenes contra la humanidad, la humanidad tiene derecho a juzgarlos. Y si no lo hacen en su casa, lo deben hacer los de fuera. La derecha chilena quiere globalizaci¨®n para enriquecerse. Toma casta?a, pues. Vamos a globalizar tambi¨¦n la justicia. Lo cual les preocupa. No s¨®lo por lo mucho que deben a Pinochet y a los milicos, sino porque intuyen que "su milagro econ¨®mico", si la democracia chilena progresa, ya no ser¨¢ ni tan milagroso ni tan beneficioso para ellos.
Es evidente que estamos ante una innovaci¨®n pol¨ªtico-legal trascendental, aunque incipiente. Lo novedoso no es que se persiga y se juzgue incluso "extraterritorialmente". Siempre se ha hecho as¨ª, con delincuentes comunes y con revolucionarios. Lo novedoso es que se aplique a gobernantes que a¨²n mantienen, como Pinochet, prerrogativas de poder. Es de justicia. La m¨¢s necesaria de todas. Los gobernantes tienen tantos privilegios cuando gobiernan (y a veces incluso cuando dejan de gobernar), que es justo que sean tratados tambi¨¦n con m¨¢s rigor que el resto de los mortales. De Benedetti, el poderoso empresario italiano que fue encarcelado por su complicidad con la corrupci¨®n gubernamental, declar¨® entonces que le parec¨ªa l¨®gico que cuando se disfrutaba tanto del poder, en el que ¨¦l se inclu¨ªa, se pagara tambi¨¦n por ello. Italo Calvino, en un hermoso relato, se inventaba un pa¨ªs cuyos gobernantes, una vez terminado el mandato que les procuraba un poder absoluto durante algunos a?os, eran sistem¨¢ticamente condenados a muerte. Siempre hab¨ªa voluntarios. No pedimos tanto. Simplemente que se les aplique la misma justicia que al resto. Y que la cosa no quede en Pinochet. Por ejemplo, ?hubiera existido Pinochet sin Kissinger, que lo aliment¨® con armas, armamentos, d¨®lares y campa?as de prensa? Es significativo observar la actitud inc¨®moda de EEUU. Por una parte, no puede defender a un dictador despreciado por el mundo entero y responsable, adem¨¢s, del asesinato en suelo norteamericano de una personalidad internacional, Orlando Letelier, y de una ciudadana norteamericana. Y de algunos ciudadanos norteamericanos en Chile (Missing). Por otra parte, su presidente podr¨ªa decir lo mismo que hace 60 a?os dijo Roosevelt de Somoza: "Es un hijo de puta. Pero es nuestro hijo de puta". ?Para cu¨¢ndo el juicio o la extradici¨®n de Kissinger?
La reacci¨®n de las opiniones p¨²blicas y de los medios de comunicaci¨®n si no es un¨¢nime casi lo parece. Acabo de regresar de Argentina y Brasil y sorprende el contraste entre el ambiente a favor del enjuiciamiento de Pinochet, que se respira en la calle y que expresan los principales peri¨®dicos, con la prudencia que, sinceramente, me parece excesiva de un presidente democr¨¢tico como Cardoso (por cierto, la posici¨®n del conservador Pastrana ha sido por ahora m¨¢s clara a favor de castigar los atentados a los derechos humanos) o las aberrantes declaraciones en defensa de la impunidad de Pinochet de Menem, que parece apuntarse siempre que puede a las causas m¨¢s infames. Esperemos que Europa, sus Gobiernos y sus jueces no defrauden unas expectativas que significan un progreso en la conciencia moral de la humanidad. Un camino de progreso a¨²n m¨¢s dif¨ªcil y tortuoso que el del progreso pol¨ªtico y social.
De todos los argumentos que desde Chile se esgrimen contra el enjuiciamiento europeo, el m¨¢s interesante, porque no es patriotero ni niega los cr¨ªmenes y sus responsables, es el que alerta sobre el peligro que acecha al proceso democr¨¢tico. Es cierto que ahora se a¨²nan la presi¨®n de los militares, el vocer¨ªo de la derecha (por ahora, m¨¢s pinochetista que "post", porque el sistema de democracia limitada y vigilada vigente garantiza sus privilegios) y la exaltaci¨®n nacionalista. Y parece l¨®gico respetar y tener muy en cuenta las opiniones de los responsables pol¨ªticos que viven d¨ªa a d¨ªa desde hace 10 a?os este muy peculiar proceso. Permitan, desde la amistad y un cierto conocimiento de un pa¨ªs en el que he estado trabajando varias semanas entre agosto y octubre pasados; en el que viv¨ª los meses que precedieron al golpe del 73, el golpe y las dram¨¢ticas semanas posteriores; desde el afecto a un pa¨ªs y sus gentes al que volv¨ª, cuando pude hacerlo a pesar de una orden de expulsi¨®n, varias veces por a?o, a partir del 1983 hasta el plebiscito de 1988; desde la complicidad con las personas e instituciones con las que colaboro profesionalmente, y muy agradablemente, desde algunos a?os como son la Alcald¨ªa (democristiana) de Santiago y el Ministerio de Obras P¨²blicas (socialista); un pa¨ªs en el que tengo algunos de mis mejores amigos con los que trabajo y hago proyectos; desde la posici¨®n de alguien que quiere estar a su lado, que desea ser considerado tambi¨¦n chileno, permitan que les diga que a mi parecer no es cierto que les estemos creando problemas. Los problemas los ten¨ªan ya. Ahora emergen. Y creo sinceramente que ahora podr¨¢n abordarlos y resolverlos mejor que antes. No mitifiquen sondeos que expresan estados de opini¨®n moment¨¢neos ni manifestaciones exaltadas que traducen histerias colectivas heterog¨¦neas. La relaci¨®n de fuerzas evolucionar¨¢ a favor de los dem¨®cratas. Recordemos algunos datos. El pinochetismo parec¨ªa mayoritario en 1988. Pinochet convoc¨® desde el poder dictatorial un plebiscito y lo perdi¨®. A lo largo de la ¨²ltima d¨¦cada, el pinochetismo ha descendido gradualmente del casi 50% a un 25% cada vez menos homog¨¦neo. La derecha que se reclama de Pinochet presenta un candidato, Lavin, a presidente que se desmarc¨® ya antes de la detenci¨®n, incurriendo en la ira de la familia Pinochet (la hija lo atac¨® con dureza en la revista Cosas el pasado mes de septiembre). El otro candidato de la derecha, Pi?era, hace ya tiempo que se alej¨® del pinochetismo. ?Qu¨¦ quiere decir esto? Que cuando se trata de ir a las elecciones, de responder ante el sufragio universal, reclamarse de Pinochet y del gobierno militar no conviene. Ahora se ha dado un nuevo y enorme paso adelante. El miedo, como titula Le Monde, ha cambiado de lado. Los militares reclaman el retorno de Pinochet, pero ya no son un¨¢nimes en su defensa ni en negar la posibilidad de un juicio. Los pol¨ªticos pinochetistas admiten abiertamente esta posibilidad, lo cual era impensable hace algunas semanas. La Concertaci¨®n de centro-izquierda se atreve a plantear la urgencia de las reformas democr¨¢ticas pendientes, y Lagos reconoce que Chile ha avanzado poco hacia una democracia presentable. Un Pinochet hundido, asustado y derrotado, paseando su aprobio por Europa, es lo mejor que le puede ocurrir a Chile para democratizar plenamente sus instituciones y tambi¨¦n para promover unas pol¨ªticas que retornen al pa¨ªs un ambiente de solidaridad y tolerancia y reduzcan el clima de hipercompetitividad ego¨ªsta, de arrogancia y de revanchismo que el pinochetismo dej¨® como herencia. Si el proceso a Pinochet sigue adelante, puede tener efectos parecidos al fracasado golpe militar del 23-F en Espa?a. La derecha aceptar¨¢ y asumir¨¢ m¨¢s claramente las reglas democr¨¢ticas, y los que se reclaman del pinochetismo se convertir¨¢n muy pronto en una expresi¨®n pol¨ªtica residual, como los franquistas en Espa?a.
Muchos, aunque no todos, gobernantes chilenos demostraron su coraje personal, f¨ªsico incluso, durante la dictadura. Hoy se les pide un coraje pol¨ªtico que aparentemente exige menos valor, pero que probablemente les preocupa m¨¢s, pues deben pensar que no es lo mismo poner en riesgo su libertad personal que la democracia en su pa¨ªs. Nadie, desde fuera, puede decidir por ellos ni resolver sus contradicciones. Pero s¨ª que podemos decirles que el avance pol¨ªtico de un pa¨ªs exige tambi¨¦n asumir riesgos personales y colectivos y que ahora el viento sopla en su favor. Les pedimos cierto coraje, pero sobre todo un coraje moral que, como dec¨ªa Stefan Zweig, no exige v¨ªctimas. Ni Pinochet. Simplemente como humanos y como amigos de Chile queremos que se nombre y se combata el mal, que el malvado desaparezca de nuestro panorama mental. Y para que as¨ª sea es preciso que sea juzgado por sus cr¨ªmenes. Es un derecho de la humanidad que sufri¨® por la muerte de Allende y de muchos chilenos m¨¢s. Y es un derecho y una urgencia hist¨®rica para los chilenos.
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