La Bolsa como met¨¢fora de la sociedad
Una antigua tradici¨®n ha visto en la econom¨ªa la base determinante de todo el sistema social; otros la consideran un sustituto de los problemas sociales. Pero, m¨¢s all¨¢ de las concepciones marxista o neoliberal, existe la posibilidad de concebir la econom¨ªa como una met¨¢fora de la sociedad, es decir, como el campo de pruebas simb¨®lico en el que se registran los cambios sociales y se pone de manifiesto la l¨®gica que gobierna los asuntos de la sociedad.La descripci¨®n de una circunstancia econ¨®mica parece actualmente un retrato de psicolog¨ªa, pues todo se define en t¨¦rminos de confianza, percepci¨®n, inter¨¦s o miedo. Este lenguaje psicologista de los asuntos econ¨®micos indica que lo social ha pasado de ser una magnitud objetiva a constituir algo que tiene que ver con el sentido, que el gobierno de las cosas ha sido sustituido por la gesti¨®n de las posibilidades. La econom¨ªa da la impresi¨®n de ser algo imaginario y virtual, como esas vivencias subjetivas de entusiasmo o melancol¨ªa que terminan produciendo realmente aquello para lo que en principio no hab¨ªa ninguna base objetiva. As¨ª ocurre paradigm¨¢ticamente en la Bolsa, donde lo que piensan los inversores que se va a producir termina produci¨¦ndose en virtud de esa creencia.
La virtualizaci¨®n de la econom¨ªa confiere a un conjunto de acciones el estatuto de la irrealidad. La opini¨®n com¨²n ingenua se divide entre quienes consideran que es lo ¨²nico real y quienes ven a la econom¨ªa como un ¨¢mbito ficticio. A estos ¨²ltimos no les faltan razones. La econom¨ªa no responde a la realidad comprobable por los sentidos. Se compran cosas que no son realmente transferidas. Los cr¨¦ditos no se solicitan para financiar inversiones sino para financiar deudas. Lo valores no se adquieren para llevar a cabo importaciones o exportaciones sino para capitalizar las diferencias de curso entre la Bolsa de Nueva York y la de Francfort, para especular al alza o a la baja. Muchos de los que intervienen en esas actividades no producen nada que se pueda ver, tocar o gustar; propiamente no empaquetan, transportan, almacenan o reparan nada determinado. Algo tiene que ver esto con el hecho de que los mayores crecimientos econ¨®micos tengan lugar en el mercado financiero y en el negocio inmobiliario.
La virtualizaci¨®n es una met¨¢fora muy rica para explicar lo que ocurre igualmente en otras esferas sociales. El hecho, por ejemplo, de que el dinero se haya situado m¨¢s all¨¢ de las categor¨ªas de lo est¨¢tico y lo din¨¢mico es un indicio de que la sociedad se constituye en espacios virtuales o imaginarios que nada tienen que ver con el ordenamiento espacial t¨ªpico de la sociedad industrial. La sociedad del riesgo se caracteriza, entre otras cosas, por su invisibilidad: muchos de los nuevos riesgos (cat¨¢strofes nucleares, modificaciones clim¨¢ticas, exclusiones sociales, nueva pobreza, manipulaciones gen¨¦ticas) se sustraen a la capacidad de percepci¨®n inmediata. Se trata de nuevas amenazas que no son detectables por los afectados, en ocasiones debido a que los efectos s¨®lo se har¨¢n visibles en los descendientes. Pero lo que se escapa de la percepci¨®n no deja por ello de existir; su inadvertencia puede suponer un mayor grado de peligrosidad. Los riesgos son tambi¨¦n invisibles por el hecho de que a menudo las causas no son verificables emp¨ªricamente. La complejidad de relaciones entre los diversos agentes de la econom¨ªa, el derecho o la pol¨ªtica hace casi imposible en una sociedad compleja aislar causas ¨²nicas y establecer responsabilidades. A la divisi¨®n del trabajo le corresponde una complicidad generalizada y, en cierto sentido, una confusa irresponsabilidad. Es una de las molestias t¨ªpicamente contempor¨¢neas aquella que procede de no saber d¨®nde est¨¢ la causa o cu¨¢l es el culpable de un determinado acontecimiento, lo cual es especialmente ofensivo mientras las ciencias positivas disfrutan de una sobrada seguridad en la determinaci¨®n de los nexos causales, como experimentan a diario y con irritaci¨®n los economistas.
Esta circunstancia explica otro corolario que acompa?a a la complejidad de lo econ¨®mico en nuestra sociedades. Las posibilidades y las amenazas de la civilizaci¨®n constituyen un nuevo reino enigm¨¢tico comparable con los dioses y demonios de otras ¨¦pocas que cautivaban o amenazaban la vida del hombre sobre la tierra. En las cosas ya no se ocultan esp¨ªritus sino posibilidades comerciales, radiaciones o contenidos t¨®xicos. Con la sociedad del riesgo comienza una era especulativa de la percepci¨®n, traducida en la terminolog¨ªa econ¨®mica como un poder de adivinaci¨®n que ve cosas tan et¨¦reas y reales a mismo tiempo como lo puedan ser una recesi¨®n o un coste de oportunidad. Tal vez esto explique por qu¨¦ hay tanta superstici¨®n en las bolsas. La aparente racionalidad financiera es perfectamente compatible con la existencia de un Astrological Investor en Internet, boletines de astrolog¨ªa burs¨¢til y un buen n¨²mero de adeptos a los hor¨®scopos financieros. En el oto?o de 1996 se produjo un esc¨¢ndalo in¨¦dito en la calculadora City londinense: nada menos que la tesorer¨ªa del Banco Europeo para la Reconstrucci¨®n y el Desarrollo reconoci¨® haber utilizado regularmente los servicios de un astr¨®logo para prever la evoluci¨®n de los mercados financieros.
La sociedad del riesgo no es una sociedad revolucionaria, sino catastr¨®fica: la Bolsa es una cat¨¢strofe cotidiana, con sus p¨¢nicos, atascos, comportamientos contraintuitivos, o sea, problemas producidos por la conducta que pretend¨ªa impedirlos: el atasco de los que tienen prisa, la ruina de los que no quieren perder, el enga?o que sufren los desconfiados... Lo que reflejan las cotizaciones no son hechos econ¨®micos sino expectativas sobre desarrollos futuros. Est¨¢n llenas de profec¨ªas que se auto-cumplen, p¨¢nicos que producen lo que se tem¨ªan, optimismos infundados que acaban generando su fundamento. Dicho parad¨®jicamente: la Bolsa expresa la opini¨®n de mucha gente acerca de la Bolsa. En este sentido, el mercado de valores es irreal si entendemos por "realidad" la dependencia del sistema "mercado de valores" de un sistema fuera de s¨ª mismo. Pero el mercado financiero es lo m¨¢ximamente real si entendemos por realidad el di¨¢logo del hombre con sus propios productos y condiciones.
La Bolsa es entonces una met¨¢fora adecuada de la realidad en lo que tiene de semidisponible para el hombre. Como la sociedad, la Bolsa es resultado de las acciones humanas sin ser una realidad sometida a su control. La categor¨ªa m¨¢s pertinente para comprender estas realidades es la de contingencia. Son asuntos que no carecen de l¨®gica, aunque se resisten a ser gobernados. La eficacia de las tecnolog¨ªas y procedimientos que se han desarrollado para dificultar un hundimiento traum¨¢tico de las cotizaciones no consiste en excluir completamente esa posibilidad, sino en hacerla m¨¢s inveros¨ªmil.
Bajo las condiciones actuales, la pol¨ªtica no puede ser otra cosa que precisamente esa gesti¨®n de la verosimilitud. Tras la furia desreguladora y su brusca rectificaci¨®n proteccionista de los ¨²ltimos a?os, lo que ha quedado es un espacio que ni se autorregula ni se pliega a nuestro control autoritario. No estamos absolutamente entregados a la necesidad econ¨®mica, en cuyo caso las cosas ser¨ªan m¨¢s f¨¢ciles. El determinismo fatalista -en versi¨®n pasiva o intervencionista- no est¨¢ a la altura de la actual complejidad econ¨®mica. La sociedad es un espacio de negociaci¨®n con posibilidades y la Bolsa es su met¨¢fora.
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