Ayuno a la sombra del demonio
Hace a?os, la llegada del Ramad¨¢n se anunciaba con una actividad extraordinariamente febril. M¨¢s o menos como ocurre con la Navidad entre los cristianos, los primeros que aguardaban el mes de ayuno eran los ni?os. Aunque su edad les dispensa de una prueba tan exigente, se emocionaban con la perspectiva de las veladas prolongadas, las visitas familiares y las salidas nocturnas por las calles, abarrotadas de gente que intentaba pasar la borrachera recorriendo bulevares para digerir el bouraq y la zalabia.Cuando pienso en esos d¨ªas, no puedo evitar un suspiro, que la fuerza de la nostalgia hace irreprimible. Me refiero a la evocaci¨®n de un pasado irremediablemente caduco, aunque en ocasiones tenga la impresi¨®n de que bastar¨ªa tender la mano para acariciarlo. A veces, la lejan¨ªa no se mide en funci¨®n de a?os ni de kil¨®metros; consiste, sencillamente, en que el coraz¨®n ya no est¨¢ all¨ª.
Cu¨¢ntas cosas han desaparecido con las ilusiones, cu¨¢ntas desgracias ocultan con su negrura las se?as de identidad del pasado. En mi pa¨ªs, la mirada queda herida por lo que ve. Por m¨¢s que nos rodeemos de recuerdos a¨²n vivos, seguimos encerrados en la desolaci¨®n, incapaces de reconciliarnos ni convivir con los fantasmas de nuestros desaparecidos y las ruinas del hundimiento.
Sin embargo, hace s¨®lo unos a?os, pese al hambre de unos y la bulimia de otros, el mes de Ramad¨¢n llegaba con brillantez; y la fiesta reluc¨ªa en la mirada de nuestros cr¨ªos como una vela en una tarta de cumplea?os. Era, al mismo tiempo, maravilloso y pat¨¦tico. El ama de casa hac¨ªa acopio de provisiones, afinaba sus recetas y sacaba brillo a sus hornos con una escrupulosidad religiosa. El padre, aun atormentado por un salario inestable, hac¨ªa cuentas, romp¨ªa su hucha y promet¨ªa a su progenie, ya exaltada, festines reales y golosinas suficientes para volver diab¨¦ticos a los ogros m¨¢s avezados. Y, en nuestras calles febriles, los comerciantes descubr¨ªan que ten¨ªan vocaci¨®n de pasteleros. De repente, las estanter¨ªas cambiaban de aspecto, el tendero, de delantal, y, con un golpe de varita m¨¢gica, aparec¨ªa luciendo su atuendo de milagrero capaz de hacer magia a partir de una artesa y un barre?o de miel dudosos. ?No importaba! Las privaciones no nos permit¨ªan andarnos con cursiler¨ªas. Con la cesta preparada, nos precipit¨¢bamos a los zocos y recorr¨ªamos los puestos deleit¨¢ndonos con vituallas que, en general, a la hora de romper el ayuno, no lleg¨¢bamos a tocar. Porque el ayuno tiene esa cualidad exquisita de hacer que comamos con los ojos. Adem¨¢s, el verdadero encanto del Ramad¨¢n no reside en una mesa bien surtida, sino en la magn¨ªfica espontaneidad que, despu¨¦s de apurar la taza de caf¨¦ y consumir el cigarrillo, arroja a todo el mundo a las aceras efervescentes. De repente, tras el letargo de una jornada de hambre, las terrazas despiertan con las conversaciones de los jugadores de domin¨® y los reyes de las ocurrencias.
En aquella ¨¦poca, la risa resonaba en cada esquina. ?ramos felices como una familia reunida. Nuestros chiquillos se volv¨ªan insomnes. A medianoche se les o¨ªa dar a un bal¨®n o vociferar desde el fondo de las sombras, felices y ardorosos, tan inapresables como las pavesas.
?Y qu¨¦ queda hoy de todo eso, fuera del eco de una verbena fantasmag¨®rica que los gritos de las v¨ªctimas cubren o falsean? Nada. Nada excepto la sensaci¨®n de salir de un sue?o de ternura para ir a parar a un drama incre¨ªblemente absurdo. ?Qu¨¦ ha sucedido? ?C¨®mo hemos llegado a esto? S¨®lo hay una respuesta: quien se esconde como el avestruz, con la esperanza de que el cielo no le caiga sobre su cabeza, tiene muchas posibilidades de que le golpee en los ojos el infierno de las entra?as de la Tierra. Eso es lo que nos ha pasado.
?Qu¨¦ decir de nuestro Ramad¨¢n a la sombra de los demonios? ?Qu¨¦ podemos decir de nuestro mes sagrado -el que Dios prefiere, el que dio acogida a la Revelaci¨®n- cuando, en las monta?as de mi pa¨ªs, unos seres hirsutos, los ojos inyectados en sangre, se disponen a arrasar una aldea perdida para sembrar el terror? ?Qu¨¦ se puede decir de este mes, antes magn¨ªfico y hoy maldito, cuando hay familias desvalidas, olvidadas de dioses y hombres, que van a conocer, sin aviso ni motivo, el martirio m¨¢s espantoso? ?Qu¨¦ decir de este mes que, se supone, debe reunir a los creyentes en torno a un mismo sentimiento de compasi¨®n y convivencia, si hay reci¨¦n nacidos que, cuando llame el muec¨ªn, van a acabar degollados como animales, despedazados, crucificados en la puerta de sus cuchitriles?... Nada. No decimos nada. No se habla cuando nuestros vecinos gritan en agon¨ªa; no podemos sino callarnos, recogernos y esperar, desde el fondo de nuestra miseria moral, que el cielo se apiade. Desde el ascenso del integrismo, en mi pa¨ªs, las hordas criminales que invaden nuestros montes y nuestros escasos instantes de respiro han decidido convertir un tiempo de oraci¨®n en un tiempo para trascender la barbarie. Les vemos, todas las ma?anas, enorgullecerse de sus atrocidades de la noche, y exhibir la cabeza de sus v¨ªctimas como si se tratase de trofeos.
?Qu¨¦ se puede esperar de un asesino de ni?os, un propagador de sobresaltos, un sembrador de terror, sino la tragedia?
El Ramad¨¢n est¨¢ entre nosotros desde este fin de semana. No he visto a ni?os entusiasmados con la perspectiva de las veladas prolongadas. No he visto al ama de casa preocupada por su despensa. No he visto al padre de familia sacando dinero de sus hipot¨¦ticos ahorros. Los tiempos han cambiado. El caf¨¦ tendr¨¢ un regusto amargo, y el cigarrillo, un aroma de opio. Las calles de mi pa¨ªs suspirar¨¢n por las ocurrencias y las tonter¨ªas de los transe¨²ntes. Nuestros ni?os tendr¨¢n miedo de la oscuridad; ya no se atrever¨¢n a golpear el bal¨®n y permanecer fuera hasta horas tard¨ªas. Tendremos la impresi¨®n de tener hambre, de no observar el ayuno, de no rezar como es debido. Pero, sean cuales sean los errores del momento, por encima de la pesadilla y la sinraz¨®n, s¨¦ que nuestras tradiciones seguir¨¢n ah¨ª, agazapadas en nuestra verg¨¹enza; s¨¦ que honraremos el Ramad¨¢n exactamente como antes, porque s¨®lo as¨ª conservaremos nuestra dignidad.
En cuanto a los verdugos que se esfuerzan por estropearnos las fiestas, pueden seguir causando estragos, pero nunca ser¨¢n m¨¢s fuertes que nuestra fe. Para nosotros no son m¨¢s que miserables, frustrados, atrapados en su monstruosidad, tan lamentables que no provocan sino desprecio. Y ma?ana, cuando resuene la llamada del muec¨ªn que nos invita a romper el ayuno, empezaremos por romper el miedo, porque, de todos los pueblos de la tierra, nosotros pertenecemos a los que jam¨¢s se han doblegado.
Yasmina Khadra es el seud¨®nimo de una escritora argelina que vive en Argel.
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