Predadores
El escritor norteamericano Paul Theroux, autor, entre otras novelas, de la divertida La costa del mosquito, y de exitosos libros de viajes, descubri¨® hace un tiempo que un anticuario brit¨¢nico ofrec¨ªa en su cat¨¢logo varios libros suyos dedicados de pu?o y letra a su amigo, modelo y mentor, Sir Vidia S. Naipaul. Indignado, pidi¨® explicaciones. Una nueva humillaci¨®n lo esperaba: en vez de contestarle Naipaul en persona, lo hizo su nueva mujer, una periodista paquistan¨ª tan bella como expeditiva, que desahuci¨® a Theroux con unas l¨ªneas burlonas. La venganza de ¨¦ste es un libro infame y entretenid¨ªsimo, Sir Vidia"s Shadow: a Friendship across Five Continents, que desaconsejo comprar, e incluso hojear en una librer¨ªa, porque quien lo haga terminar¨¢ ley¨¦ndolo de cabo a rabo.Theroux conoci¨® a Naipaul -unos diez a?os mayor que ¨¦l- hace tres d¨¦cadas, en Kenia, en la Universidad de Makerere, donde ambos trabajaban, y qued¨® fascinado por el talento y la personalidad del escritor indio-trinitario-ingl¨¦s, a quien sus espl¨¦ndidas novelas Una curva en el r¨ªo y Una casa para Mr. Biswas ya hab¨ªan hecho famoso. Se convirti¨® en su disc¨ªpulo, su ch¨®fer, su mandadero, y, en premio a su devoci¨®n, Naipaul se dignaba de tanto en tanto instruirlo sobre los secretos de la genialidad literaria, y, tambi¨¦n, a veces, como quien lanza unos cobres a un mendigo, sobre su concepci¨®n del mundo, del ser humano, del ?frica y de la historia. Estas ense?anzas debieron ser fulgurantes y quedaron grabadas con fuego en la memoria del joven aprendiz porque, treinta y dos a?os m¨¢s tarde, las reproduce literalmente, con sus puntos y comas y ademanes acompa?antes.
Ni qu¨¦ decir que las opiniones de Naipaul eran impublicables, y que, en ellas, la incorrecci¨®n pol¨ªtica y la pedanter¨ªa se aderezaban de supina arrogancia. A los j¨®venes poetas africanos que le le¨ªan sus poemas en busca de consejo, los conminaba a cambiar de profesi¨®n, y, en alg¨²n caso, completaba el desafuero reconociendo que el catec¨²meno "ten¨ªa una aceptable caligraf¨ªa". Juez de un concurso literario, pontific¨® que, dado el material, s¨®lo deb¨ªa darse un tercer premio. Y, a quienes protestaron, replic¨®: "Ustedes dan al ?frica una importancia que no se merece". Preguntado por su opini¨®n sobre la literatura africana, pregunt¨® a su vez: "Pero ?existe?". No ten¨ªa escr¨²pulos en afirmar que, cuando los blancos partieran, el continente negro se barbarizar¨ªa, y, para irritar a los nativos, se empe?aba siempre en llamar a los pa¨ªses africanos por sus antiguos nombres coloniales. Y a su primera mujer, la inglesa y estoica Pat -"de lindos pechos", dice Theroux-, la trataba con tanta dureza que en el libro la vemos, siempre, relegada al asiento trasero del autom¨®vil, lagrimeando. As¨ª, hasta el infinito.
De todos los escritores que conozco podr¨ªa escribir un libro tan perverso como ¨¦ste, porque a todos les he o¨ªdo alguna vez, en la alta noche, al calor de la amistad y de las copas, en la tertulia y en las cenas rociadas de buen vino, decir barbaridades. Todos, sin excepci¨®n, se abandonan alguna vez a la exageraci¨®n, la fanfarronada, el exabrupto, el chiste cruel. Era lo que hac¨ªa el querido Carlos Barral, por ejemplo, un hombre bueno y generoso como un pan, que a la segunda ginebra profer¨ªa las m¨¢s feroces extravagancias, los dicterios m¨¢s malvados que yo he o¨ªdo o le¨ªdo jam¨¢s. Despojadas del contexto, del interlocutor, del tono, el gesto, la circunstancia y el humor en que se profirieron, aquellas afirmaciones mudan de naturaleza, pierden su gracia, se vuelven viles, racistas, prejuiciosas o simplemente est¨²pidas. Y, como Paul Theroux es un excelente escribidor (de segundo orden), se las arregla para que su ignominioso latrocinio tenga ¨¦xito: el personaje Vidia S. Naipaul que dise?a su libro es casi tan repelente como el del narrador (que es Theroux mismo).
Sir Vidia"s Shadow (La sombra de Sir Vidia) destila resentimiento y envidia en cada p¨¢gina, pero, aunque el lector tiene conciencia desde el principio que el autor escribe por la herida, sin pretensiones de objetividad, desahogando el dolor y la c¨®lera por la traici¨®n de alguien que idolatr¨®, se resiste a echar esa basura a la basura. ?S¨®lo porque sucumbe a la eficiente magia con que el of¨ªdico narrador presenta y engarza las an¨¦cdotas, las colorea y las remata? Tambi¨¦n por eso, sin duda. Pero, sobre todo, tal vez, porque, sin propon¨¦rselo, en este testimonio de amigo y disc¨ªpulo despechado y rabioso, Paul Theroux consigue mostrarnos esas cuotas de peque?ez y mezquindad, de mediocres emulaciones y s¨®rdidas envidias, que cargan consigo inevitablemente los seres humanos, y que est¨¢n siempre all¨ª, avinagr¨¢ndoles la vida, estrope¨¢ndoles las relaciones con los dem¨¢s, envenen¨¢ndoles el alma y rebajando o impidiendo su felicidad.
Leyendo este libro, record¨¦ de pronto un ensayo de Ortega y Gasset, acaso el mejor de los suyos, que me impresion¨® mucho cuando lo le¨ª: un largo pr¨®logo a un libro sobre la caza, del conde de Yebes. Lo que al principio parece un devaneo un tanto fr¨ªvolo para que sirva de p¨®rtico al ensayo de un arist¨®crata amigo, se va convirtiendo en una profunda meditaci¨®n sobre el hombre ancestral, cavernario, agazapado en el seno del contempor¨¢neo, y transpareciendo en ¨¦l, a veces, en ciertos quehaceres y comportamientos, con sus instintos desbocados y su irracional urgencia predatoria. Ortega examina la relaci¨®n del ser humano con la Naturaleza, la oscura y remot¨ªsima atracci¨®n que la muerte (propia y ajena, recibida o inferida) ejerce sobre ¨¦l, y los diferentes t¨¦rminos con que el humano y el animal experimentan la violencia. As¨ª como Huizinga vio en el juego la representaci¨®n emblem¨¢tica de la evoluci¨®n hist¨®rica, Ortega, en este complejo y misterioso texto, divisa, en las distintas manifestaciones que a lo largo del desenvolvimiento humano, desde la caverna prehist¨®rica hasta la edad de los rascacielos y el avi¨®n, ha tenido la cacer¨ªa, una cifra de la condici¨®n humana, esa vocaci¨®n destructora, sanguinaria, mort¨ªfera, de la que ninguna civilizaci¨®n, religi¨®n o filosof¨ªa ha conseguido librarlo. El hombre necesita matar, es un ser predatorio. Comenz¨® haci¨¦ndolo, hace millones de a?os, porque era la ¨²nica manera de sobrevivir, de comer, de no ser matado. Y ha seguido haci¨¦ndolo siempre, en todas las ¨¦pocas de su historia, de manera refinada o brutal, directamente o a trav¨¦s de testaferros, con pu?ales, balas, ritos y s¨ªmbolos, porque si no lo hiciera se asfixiar¨ªa, como un pez fuera del agua. Por eso, la imagen del b¨ªpedo con botas y cazadora apuntando su carabina cargada contra la indefensa silueta de una corza (que algunos consideran una imagen galana) aparece en este ensayo estremecedor como un retrato espectral de la condici¨®n humana.
La literatura es un arte predatorio. Ella aniquila lo real de manera simb¨®lica, sustituy¨¦ndolo por una irrealidad a la que da vida ficticia, con la fantas¨ªa y las palabras, un artificio armado con materiales saqueados siempre de la vida. Pero, generalmente, esta operaci¨®n es discreta, y a menudo inconsciente, pues quien escribe roba y pilla -y manipula y deforma- lo vivido, la experiencia real, m¨¢s por instinto e intuici¨®n que por deliberaci¨®n consciente; luego, su arte, su hechicer¨ªa, su prestidigitaci¨®n verbal, tienden unos velos impenetrables sobre lo hurtado. Si tiene talento, el delito queda impune.
En el caso de este libro de Paul Theroux, no: la operaci¨®n est¨¢ a la vista. El autor no ha tomado la menor precauci¨®n para disimularla ni justificarla. Ten¨ªa un arreglo de cuentas con un antiguo amigo, al que quiso y admir¨® m¨¢s que a ning¨²n otro escritor, y por quien no fue correspondido, sino m¨¢s bien vejado. Entonces, lo mat¨®, escribiendo este violento y desgarrado libro.
Afortunadamente, los muertos por la literatura, a diferencia de las v¨ªctimas de las cacer¨ªas, suelen gozar de buena salud. Espero que Sir Vidia S. Naipaul sobreviva a esta dosis de estricnina. ?l es el mejor escritor de lengua inglesa vivo y uno de los m¨¢s grandes que ha producido nuestra ¨¦poca. En sus novelas, ensayos, libros de viajes y memorias, que se ramifican por todo el planeta, el lector se deleita con una prosa excepcionalmente precisa e inteligente, castigada sin misericordia para eliminar en ella toda hojarasca, y con una iron¨ªa sutil, a ratos c¨ªnica, a ratos c¨¢ustica, que suele morder carne y hacer expl¨ªcitas verdades que desmienten o ridiculizan las "ideas recibidas" de nuestro tiempo. No existe escribidor m¨¢s incorrectamente pol¨ªtico en el mercado literario. Nadie ha pulverizado con m¨¢s sutileza y gracia en sus novelas, y con m¨¢s contundencia intelectual en sus ensayos, las falacias del tercermundismo y las poses y frivolidades del "progresismo" intelectual europeo, ni demostrado m¨¢s persuasivamente la demagogia, la picard¨ªa y el oportunismo que generalmente se emboscan tras esas doctrinas y actitudes. Por eso, aunque su talento haya sido reconocido por todo cr¨ªtico con dos dedos de frente, suele ser universalmente detestado.
Se dir¨ªa que, a este curioso hind¨² nacido en una islita del Caribe, que gracias a becas pudo estudiar en las ciudadelas del privilegio brit¨¢nico, Eton y Oxford, que resisti¨® a la soledad y la discriminaci¨®n a que en esos medios su piel oscura y su procedencia lo condenaban (estuvo a punto de suicidarse, pero no lo hizo porque no ten¨ªa monedas para hacer funcionar la llave del gas), no le molesta en absoluto esta situaci¨®n, que el libro de Paul Theraux viene a apuntalar. Tal vez para defenderse contra los prejuicios y el infortunio, o por una disposici¨®n innata, ha cultivado la antipat¨ªa casi con tanto talento como la literatura. Es un maestro diciendo impertinencias y decepcionando a sus admiradores.
Yo lo invit¨¦ a cenar una vez y me dijo que lo pensar¨ªa. Llam¨® d¨ªas m¨¢s tarde para averiguar qui¨¦nes ser¨ªan los otros invitados. Se lo dijimos. Pero ¨¦l todav¨ªa no se decidi¨®. Volvi¨® a llamar por vez tercera y pregunt¨® por mi mujer. Exigi¨® que le describiera el men¨². Despu¨¦s de escuchar la desconcertada descripci¨®n, dio instrucciones: ¨¦l era vegetariano y comer¨ªa s¨®lo este plato (cuya receta dict¨®). A?adi¨®: "Siempre bebo champagne en las comidas". Aquella noche de la cena, esperamos su aparici¨®n presas de miedo p¨¢nico. Pero vino, bebi¨® y comi¨® con moderaci¨®n y -?uf!- hasta hizo alg¨²n esfuerzo para mostrarse simp¨¢tico con la compa?¨ªa.
? Mario Vargas Llosa, 1998. ? Derechos mundiales de prensa en todas las lenguas reservados a Diario El Pa¨ªs, SA, 1998.
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