Memoria de la ciudad
CARLOS COL?N Cada vez que muere una fiesta o vacaci¨®n, cada d¨ªa despu¨¦s de Epifan¨ªa, cada Domingo de Resurrecci¨®n, cada noche del ¨²ltimo d¨ªa de Feria, cada primero de septiembre, cuando es mayor el desaliento por la vuelta a la rutina tras la plenitud sentimental y vital liberada por lo festivo, la ciudad nos acoge y nos abraza en su hermosa cotidianidad, como una afectuosa y permanente presencia. Al fin, una ciudad es menos un sitio en el que estar que un sitio al que poder volver: siempre una ?taca. Y ello tanto en la realidad (nuestra ciudad, aquella que nos ha sido dada o a la que nos hemos dado) como en lo imaginario (las ciudades que forman parte de nosotros por ser parte de nuestros sue?os: el Nueva York de Gershwin y de Allen, el Londres de Dickens, el Edimburgo de Stevenson, el Par¨ªs de Prouts y de Edwards o Minelli, la Praga de Kafka, la Roma de Sthendal y de Fellini). Tras las lluvias y nubarrones del viernes y el s¨¢bado, como afirmando su estar ah¨ª esper¨¢ndonos, Sevilla se nos dio ayer en una luz transparente y absoluta, anuncio y promesa de toda la luz que nos aguarda y que ya ha empezado a crecer devorando la noche con la invisible pero firme determinaci¨®n de las mareas. Paseando esa pureza le¨ªa la noticia de la nueva ordenanza municipal para la rotulaci¨®n de las calles de la ciudad, y me alegraba -mitigando el desconcierto que me produjo ese mismo d¨ªa o¨ªr que se quiere erigir una estatua a P¨ªo XII en el barrio de su nombre- al saber que este Ayuntamiento, que alguna barbaridad ha hecho cambiando nombres hist¨®ricos por otros capillitas, ha decidido no s¨®lo preservar la memoria hist¨®rica de los nombres de tantas calles ligadas a los oficios o a la historia, sino recuperarlos. Con ello se lograr¨ªa evitar el baile hist¨®rico de nomenclaturas invitando a un talante ciudadano pol¨ªticamente correcto. Por pamplinoso que pueda parecernos esto de lo pol¨ªticamente correcto, hay que decir que no deja de tener sus efectos sobre los comportamientos. S¨ª dej¨¢ramos ya del todo de identificar coloquialmente la falsedad con los jud¨ªos, el robo con los gitanos y la orientaci¨®n sexual con el insulto, algo habremos avanzado. Ser¨ªa por ello pol¨ªticamente correcto, y un saludable ejercicio de aproximaci¨®n municipal a la realidad cotidiana, estabilizar la nomenclatura en un consenso hist¨®rico ligado a la objetividad de nombres que los ciudadanos no han abandonado (plaza del Pan), borrando del todo el generalato heredado del franquismo, equilibrando la preeminencia de determinados periodos hist¨®ricos (caso de la Restauraci¨®n) o devolviendo nombres olvidados pero de gran belleza y peso hist¨®rico (calle de la Mar). Lo que habr¨ªa que evitar es un exceso de celo historicista-costumbrista que creara nuevas distancias entre la realidad y la nomenclatura, museificando el callejero ciudadano. Tal vez sea ¨¦ste el caso de la avenida de la Constituci¨®n, ya que con este nombre quedar¨¢ en la ciudad la huella del hecho hist¨®rico espa?ol m¨¢s importante de la segunda mitad de este siglo. Y ser¨ªa lo justo, ya que la normalidad democr¨¢tica que representa es lo que hace posible estos cambios.
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