Luis Fern¨¢ndez
Como lo ve¨ªamos por la tele o en la largu¨ªsima distancia que separa el c¨¦sped de la grada de los terrenos de juego, tuvimos que esperar a su contrataci¨®n como entrenador del Athletic para comprobar que Luis Fern¨¢ndez (Tarifa, 1959) tiene las manos grandes, grand¨ªsimas. Entonces, todos los franc¨®filos que lo fuimos por su obra y gracia (y la de Platini, Tigana, Giresse, Genghini, Rocheteau y compa?¨ªa) nos dimos cuenta de que aquel jugador larguirucho y desgarbado (zangolotino, dir¨ªa Fern¨¢n G¨®mez), no quer¨ªa comerse el mundo, pero s¨ª atraparlo para contarle cuatro cosas y saldar algunas deudas. Costaba entender que aquella apisonadora futbol¨ªstica era de origen espa?ol, andaluz por m¨¢s se?as, porque defin¨ªa muchos rasgos franceses en su perfil que con el paso del tiempo hab¨ªan entremezclado el origen sangu¨ªneo de su Tarifa natal. Quiz¨¢ fuera porque Francia tiene escrita y aprendida la enciclopedia del mestizaje o por alguna ¨®smosis cosm¨¦tica, pero a Luis Fern¨¢ndez cuesta trabajo separarle sus or¨ªgenes faciales. Aquel ni?o que con una decena de a?os amaneci¨® un d¨ªa en Ly¨®n, tras haber vivido otra emigraci¨®n interior (a Barcelona) y haber sufrido la muerte de su padre, se despert¨® en pleno cintur¨®n industrial parisino, muy lejos de los caballos y del viento de Tarifa, con un idioma que aprender, una vida que encarar y un nuevo mundo que comprender. Aquel ni?o ha perdurado en el transcurso de los a?os y a¨²n hoy se asoma con frecuencia a la personalidad arrolladora del hombre de ¨¦xito. Hay una cierta fusi¨®n permanente en su car¨¢cter y en sus actitudes: entre el entrenador que es y el jugador que fue; entre el hombre que es y el ni?o yuntero que fue alg¨²n d¨ªa. Pero conviene no enga?arse. Luis Fern¨¢ndez dista mucho de ser la persona que representa un personaje, que cultiva un estereotipo (tambi¨¦n el f¨²tbol tiene su versi¨®n del papel couch¨¦, mas bien estraza). Dir¨ªase que es aut¨¦ntico para bien y para mal, con un sentido ir¨®nico tambi¨¦n pleno de mestizaje, en el que cuesta adivinar si prevalece lo andaluz o lo franc¨¦s. Una autenticidad que le llev¨® a personarse en un club de f¨²tbol con una sola frase en la boca: "Quiero jugar en este equipo". Aquel d¨ªa nac¨ªa una gloria del f¨²tbol franc¨¦s, capaz de mantener su figura futbol¨ªstica al lado de dos genios descomunales (Platini y Tigana). L¨ªder del Par¨ªs St. Germain y col¨ªder de la selecci¨®n francesa m¨¢s admirada que ese pa¨ªs ha producido, Luis Fern¨¢ndez dibuj¨® tambi¨¦n su impronta social. Curtido por la academia callejera y familiar, dicharachero de origen y devoci¨®n, con esa concreci¨®n en las ideas que tanto cautiva como espanta, Luis Fern¨¢ndez no s¨®lo se ha hecho un curr¨ªculo deportivo, sino que ha labrado un car¨¢cter singular, de esos que granjean una linea en la historia del futbol, m¨¢s all¨¢ de los t¨ªtulos conseguidos como futbolista o como entrenador. Cabe la duda de si su pedigr¨ª se afianza m¨¢s en una u otra faceta. Cuando la rodilla le dej¨® en el banquillo, Luis Fern¨¢ndez no perdi¨® el tiempo. Cogi¨® al Cannes, lo ascendi¨® de categor¨ªa y lo meti¨® en una competici¨®n europea. En Par¨ªs, la capital, se hizo un nombre internacional. La segunda transic¨ª¨®n En Bilbao, le bastaron un par de horas para interiorizar el mensaje, triturarlo en su versi¨®n particular y servirlo en bandeja de plata. En cierto modo Bilbao, el Pa¨ªs Vasco, le plantea una segunda transici¨®n: acostumbrado al mestizaje deb¨ªa recomponer su h¨¢bitat futbol¨ªstico a un domicilio particularista y lo asumio con la fe del inquilino. Crey¨® en el f¨²tbol, en la estructura, en lo social como argumento de cotidianeidad y tanto ha cre¨ªdo que, a fuer de insmiscuirse, con fe y obras, le permite dictaminar apostas¨ªas y feligres¨ªas, en bien del colectivo (a su juicio). Lo ¨²nico que chirr¨ªa en su cat¨¢logo de afinidades es el culto a la tauromaquia (una pasi¨®n de anta?o, asociada ahora a Enrique Ponce) que contrasta con el sentimiento taurino bilba¨ªno (pol¨ªticamente incorrecto seg¨²n el manual de usos y costumbre decretadas en el pa¨ªs). S¨®lo a un ganador se le puede permitir torear con la ikurri?a un ¨¦xito deportivo. Ese momento pasar¨¢ a la historia como la m¨¢xima expresi¨®n del mestizaje, un ejemplo simb¨®lico en la catedral de las esencias, por obra y gracia de un tarife?o parisino, que comulga con la fe m¨¢s antigua del futbol. Bendita gloria.
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