Asalto a la imagen
Hace unos meses me contaban los alumnos que un profesor de mi facultad, antes comunista de estricta observancia, destrozaba en clase la figura de Carlos Marx, present¨¢ndole como un tipo capaz de hacerle un hijo a Lenchen Demuth y cargarlo luego en la cuenta del fiel Engels para as¨ª no perturbar los principios de moral tradicional vigentes en la familia Marx-Von Weinsleben. Es un signo de los tiempos. Los vicios privados son utilizados cada vez con m¨¢s frecuencia para destrozar las im¨¢genes p¨²blicas. Resulta que una famosa violinista debe ser recordada ante todo por su calidad de "peligrosa" ninf¨®mana, que Einstein era un machista impresentable y que Arthur Koestler estaba siempre ¨¢vido de carne femenina, como aut¨¦ntico vampiro sexual que as¨ª ha ganado a pulso la defenestraci¨®n de su busto en una universidad inglesa.En otros casos, la destrucci¨®n se hace a partir de la acumulaci¨®n de pruebas sobre la insinceridad de los personajes. El bronco y agresivo Karel Bartosek ech¨® as¨ª su capa de cieno sobre el Arthur London de La confesi¨®n, un antrop¨®logo norteamericano saca toda la punta que puede a las inexactitudes de Rigoberta Mench¨² y, entre nosotros, C¨¦sar Alonso de los R¨ªos ha dejado a Tierno Galv¨¢n convertido en un irremediable mit¨®mano. Ni siquiera los personajes colectivos se han librado de la quema: en un libro reciente, el prol¨ªfico C¨¦sar Vidal ha cargado contra las Brigadas Internacionales, enarbolando las revelaciones de los archivos de Mosc¨², eso s¨ª, sin asomarse al archivo de las Brigadas que conserva el antiguo instituto de marxismo-leninismo en la capital rusa.
El fen¨®meno es, pues, lo suficientemente amplio como para preguntarse por su origen y significado. De entrada, casi todas las v¨ªctimas de estas revisiones est¨¢n ya muertas y no pueden responder a las acusaciones recibidas. En su mayor¨ªa son, adem¨¢s, gentes ligadas de un modo u otro a la izquierda, de suerte que la desmitificaci¨®n se orienta sospechosamente hacia la conversi¨®n de dicha izquierda en una galer¨ªa de falsos ¨ªdolos. Y son siempre personalidades de primera fila, con lo cual cabe sugerir que en m¨¢s de un caso el investigador acomete ante todo una operaci¨®n de mercado, en un mundo de la comunicaci¨®n donde el sensacionalismo sigue siendo un factor de primera importancia. No hace falta haber le¨ªdo a Koestler o a Mench¨² ni asistido a un concierto de Jacqueline du Pr¨¦ para disfrutar con la cacer¨ªa a que son sometidas sus respectivas vidas.
Los datos aportados para las revisiones pueden ser fiables (a veces, ni eso, como ocurri¨® con el texto manipulado por Franco Andreucci para denigrar a Togliatti). En cualquier forma, lo esencial es ponderar lo que efectivamente representan para la valoraci¨®n hist¨®rica del personaje, y aqu¨ª casi siempre la pesquisa policial dista de encontrarse compensada por un segundo nivel de investigaci¨®n desde el cual pudieran explicarse la raz¨®n o la sinraz¨®n de las infracciones observadas. En unas ocasiones, los datos relativos a la vida privada pueden aportar elementos para la comprensi¨®n de una figura intelectual: es lo que ocurri¨® con Althusser. Pero resulta muy dudoso que la marginaci¨®n de su hijo Freddy por Marx, los acosos sexuales de Koestler o que a don Jos¨¦ Ortega y Gasset le gustasen las morenas, pongo por caso, sean elementos que aporten lo m¨¢s m¨ªnimo para valorar hist¨®ricamente a los autores de El Capital, El cero y el infinito o La rebeli¨®n de las masas. Qu¨¦dese todo, pues, en el m¨¢s estricto campo del sensacionalismo.
El campo de las insinceridades ofrece mayor complejidad, pero siempre cabe exigir la superaci¨®n del nivel puramente policial. Las fabulaciones de Tierno sobre su propia biograf¨ªa pueden formar parte de esa tendencia del viejo profesor a jugar con las designaciones, que culmin¨® en sus c¨¦lebres bandos, y con los silencios y manipulaciones a que otros prohombres de su generaci¨®n sometieron a la imagen de las propias vidas. Ni en su caso, ni en el de Rigoberta Mench¨², ni en el de Arthur London, resulta posible una valoraci¨®n sin introducir antes un an¨¢lisis del contexto y la reconstrucci¨®n del significado posible de esos vac¨ªos o errores deliberados. Sin este paso final, el positivismo puede desembocar en una pura y simple deformaci¨®n.
Y una deformaci¨®n conservadora. Lo que interesa es la aportaci¨®n intelectual y pol¨ªtica de Tierno a la oposici¨®n antifranquista, la biograf¨ªa colectiva de las poblaciones mayas que la Mench¨² trata de resumir en el relato de su vida, algo que explica perfectamente el recurso a la guerrilla, por inadecuado que el mismo parezca al observador desde la atalaya del fin de siglo, o la grandeza y la precisi¨®n con que London describe la represi¨®n estaliniana sufrida en la propia carne. Historiar es, insistimos, ponderar.
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