Ser europeos
Europa, como resultado de una decisi¨®n hist¨®rica singular de ella misma, est¨¢ llegando a ser Europa; pese a que oficialmente se haya autodenominado Uni¨®n Europea, ser¨¢, ¨ªntima y radicalmente, lo que, desde que empez¨® a ser, ha sido en su ya relativamente larga historia: Europa. Esa historia del hacerse a s¨ª misma de Europa -acaso inconsciente hacia lo externo en su alma, pero con sentimiento hundido y convicci¨®n firme en lo ¨ªntimo de querer ser y de tener que ser- se extiende ya sobre varios siglos. El fin real se est¨¢ acercando, por m¨¢s que, en el ver del momento, sea obligado aceptar algunos a?os, decenios incluso, para su llegada pr¨¢ctica. Europa, pues, est¨¢ llegando a ser, pero los hombres y las mujeres de Europa tienen tambi¨¦n que "llegar a ser"; tenemos que llegar a ser, naturalmente, europeos. ?Es que no lo hemos sido siempre? ?Es que no han sido europeos los que han hecho a lo largo de siglos la historia de Europa al haber ido haciendo la de las naciones o regiones europeas?Estas preguntas han de ser respondidas en puridad con afirmaci¨®n indudable, por m¨¢s que haya de estar ¨¦sta matizada de condicionantes particulares. Esos europeos han sido "europeos" siempre, pero yo dir¨ªa -tal vez otros piensen de modo distinto- que ese ser ha sido en una idealidad de s¨®lo ligera y difuminada definici¨®n apropiada. La Europa hist¨®rica ha sido entidad ideal, porque antes, hoy todav¨ªa casi, era Europa un conjunto de naciones -dirigido por una de ellas, como dej¨® dicho Ortega-, naciones materializadas en geograf¨ªas adyacentes, componentes ¨¦stas de su cuerpo, pero con independencia consciente entre ellas, aunque tambi¨¦n con comprensi¨®n ideal de su radicalidad com¨²n, y cuya alma -el alma de Europa-, existiendo en verdad y alentando con vigor apreciable en puntos decisivos de su hist¨®rico andar, era y es todav¨ªa, en mucho, ideal, et¨¦rea, evanescente; m¨¢s nombre que esp¨ªritu poderoso. Con ese cuerpo y esa alma ha hecho Europa historia, su historia en verdad -?tanto se ha escrito ya sobre la historia de Europa!-, pero es historia ¨¦sa algo constante, que palpita de alg¨²n modo, s¨ª, pero es, por as¨ª decir, te¨®rica, hecha y escrita por cap¨ªtulos paralelos y adyacentes tambi¨¦n sobre aquellas geograf¨ªas y con esa alma.
Hoy da se?ales claras Europa de ser otra cosa; de querer, al menos, ser otra cosa. Europa quiere empezar a ser naci¨®n en s¨ª, supernaci¨®n, si se quiere, en cuanto aglutinaci¨®n pol¨ªtica de las cl¨¢sicas naciones europeas, integradas ahora en la realidad que implica el concepto de Uni¨®n. La integraci¨®n de naciones est¨¢ empezando a cuajar en una geograf¨ªa sin fronteras, cuerpo accidentalmente id¨¦ntico al de ayer, m¨¢s esencialmente dotado de fundamentos reales que, si todav¨ªa no lo son en puridad, navegan ya sobre la derrota adecuada para serlo. Con esa voluntad de querer ser, con ese navegar con rumbo claro hacia horizontes conscientemente presupuestos, est¨¢ Europa hoy empezando a hacer su nueva historia, historia que ya no ha de ser te¨®rica como la de ayer, sino que tiene que ser real, hecha sobre geograf¨ªa ¨²nica y como un alma real, superior en vigor y en ra¨ªz espiritual al alma de ayer, ideal e intangible. Claro es que tal alma no es todav¨ªa real: hay que realizarla.
El ser de Europa, el ser europeos, es realidad que ha de cuajar ahora. En el andar de la vida y en el seguir de la historia -la vida de todos- se arranca con el pensar -la idea- y se acaba, cuando acaba, con el pr¨¢ctico hacer -lo real-, que es lo que va a la historia. Europa ha pasado varios siglos de idealidad; ha llegado, est¨¢ llegando, el momento de la realidad. ?Qu¨¦ es, sobre todo, preciso para eso? Yo dir¨ªa que voluntad, es decir, ejercer la voluntad de Europa -esa facultad de su alma siempre alentando- hacia la realidad de su ser, con el ansia de querer ser; ejercicio de voluntad de Europa, de los europeos, sobre el azimut de querer ser europeos hacia el objetivo de pr¨¢cticamente ser europeos. Pero ese querer, ese desear, ha de basarse en s¨®lido fundamento y ha de ser movido por convencida palanca, apoyo y din¨¢mica que proceden de esa voluntad evocada, de esa "voluntad de ser" que el europeo mismo ha de vigorizar. El europeo no ha de contentarse con ser "llevado" por su circunstancia, sino que ha de se?alar ¨¦l mismo su rumbo para llegar a ser europeo con el empuje de su voluntad. Porque el europeo hoy no puede hacer su ser siendo objeto de la historia o sinti¨¦ndose efecto de ella, de la historia actual, corriente, sino que tiene que "sentirse" a s¨ª mismo y ser causa real del desear ser de Europa. Ser europeo, e incluso el todav¨ªa desear serlo, es algo que no supone contraposici¨®n radical -porque en cierto modo se aviene a ello- con algo que palpita desde hace tiempo entre los europeos mismos; con el euroescepticismo. El euroesc¨¦ptico lo es solamente porque duda. Pero el ser de ahora, el ser ahora europeo, admite el dudar, en especial si ¨¦ste es sincero y no artificialmente preparado. El esc¨¦ptico duda, mas no le obliga su duda a no ser europeo, ni a dejar de serlo, ya que por mucho que le empuje su escepticismo hacia el ser de Europa, el euroesc¨¦ptico habr¨¢ de seguir siendo europeo aunque su europeidad no sea la que conviene hoy que sea.
Todo est¨¢, todo estriba, en la voluntad. Esta voluntad se alimenta y fortalece mediante el decir y el hacer de los que en puridad son ya europeos, minor¨ªa, en efecto, de personalidades que han sido ya o que est¨¢n siendo, en estos a?os cruciales para Europa, verdaderos actores de lo europeo, "haciendo" con decisiva actividad en el pensamiento, en la intelectualidad, en la pol¨ªtica y en todo hacer trascendente. Son los estadistas, s¨ª, pero son tambi¨¦n los pensadores y los intelectuales, hombres y mujeres de naciones de Europa, europeos ya en el sentir ideal y ejemplos claros de europeos reales. Algunos del pasado nos han dejado en sus obras y en su recuerdo senderos ya trazados para acercarnos a la Europa real andando hacia ella. Pero el presente exige m¨¢s. Se requiere hoy que el estadista vivo, el pol¨ªtico europeo de cualquier nacionalidad, fomente la voluntad de ser europeos de los europeos de hoy. Ese pol¨ªtico europeo no puede, no debe hacer tan s¨®lo pol¨ªtica de partido y pol¨ªtica nacional, sino que ha de empe?arse con fuerza en hacer pol¨ªtica verdaderamente europea, es decir, pol¨ªtica de Europa y para Europa. Que la cosa es harto compleja no se debe dudar, pero que es necesaria tampoco conviene olvidarlo. Si esa pol¨ªtica no llega a ser con eficacia subrayada, ser¨¢ francamente dif¨ªcil que los que somos de Europa lleguemos a ser real y verdaderamente europeos.
Ese plural -europeos- es de aplicaci¨®n racional y pr¨¢ctica a nacionales de entidades siempre europeas que no est¨¢n oficialmente en la Uni¨®n Europea -aunque son de Europa, por m¨¢s que quepa alguna reticencia en ello-, pero que aspira a estarlo cuando se decida la ampliaci¨®n por algunas de aqu¨¦llas solicitada. El hecho de haber sido comprendidas ciertas de esas naciones en la artificial Europa del Este no invalida su condici¨®n de europeas. Pronto, acaso, se decidir¨¢ esa cuesti¨®n. Europa llegar¨¢ un d¨ªa a ser verdaderamente Europa, y sus habitantes, en consecuencia, a ser tambi¨¦n real y verdaderamente europeos.
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