El puente
El aire est¨¢ cruzado por puentes innumerables, trazado de pasadizos colgantes e invisibles.El aire es un gran mapa de recorridos, una cartograf¨ªa de deseos cuyo destino son otras calles, otras ciudades, pero, sobre todo, otros ojos u otras manos.
Todos somos ingenieros del aire, sofisticados t¨¦cnicos especializados en la posibilidad, pues en el aire apuntalamos todo aquello que quisi¨¦ramos ver.
Por el aire, sin necesidad de movimiento, podemos transitar y trasladarnos y el cielo es la gran pista por la que transcurren las miradas y se propagan las palabras que no sabemos pronunciar. Entre Madrid y Barcelona existe un v¨ªnculo enfurru?ado y entra?able que se llama puente a¨¦reo en el que se produce a diario un trasiego de aviones, un ir y venir de viajeros apresurados que, sin embargo, durante los 50 minutos que dura la traves¨ªa, se ven obligados a permanecer formalmente sentados, en general en silencio, probablemente inactivos a pesar de haber decidido dar un ¨²ltimo repaso a eso tan importante que van a decir en la reuni¨®n a la que acuden o incluso a pesar de haber dejado justo para aprovechar ese rato la preparaci¨®n de aquel importante informe.
Seguramente inactivos, un tanto l¨¢nguidos, inevitablemente serios; pero perdida la gravedad que sin duda recuperar¨¢n una vez que el avi¨®n aterrice, se ajusten el nudo de la corbata o se coloquen las medias, sostengan con firmeza su malet¨ªn o su peque?o equipaje de mano y se dispongan de nuevo a poner los pies en el suelo y a ejercitar la mirada de corto alcance.
Mientras tanto, esos adultos responsables estar¨¢n literalmente en las nubes.
Porque el aire es el lujo de la levedad, casi de la inexistencia. Porque en el aire se est¨¢ en ninguna parte pero se tiene un destino, as¨ª que uno puede muy bien dejarse ir, abandonarse a s¨ª mismo sin el desasosiego que producir¨ªa un camino del que no se conoce el final.
Uno sabe que llegar¨¢ a Madrid o que llegar¨¢ a Barcelona, sabe de d¨®nde viene y a d¨®nde va, est¨¢ avisado de antemano de cada uno de los pasos que ha de dar y de que precisamente uno de ellos consiste en estar suspendido en el vac¨ªo, ocupando un lugar sin culpa, flotando con la indolencia desvalida y liberadora de lo que no est¨¢ en su mano, sobrevolando algo que no tiene necesidad de distinguir.
Se habr¨¢ podido permitir, por unos minutos, estar literalmente en las nubes.
Desde el aire, la tierra parece el cuerpo que nos espera. Quiz¨¢ esos silenciosos pasajeros que observan su geograf¨ªa por la ventanilla del avi¨®n, que vislumbran al fin, y seg¨²n su destino, la silueta tumbada de Madrid o de Barcelona, esos viajeros tan serios y tan ocupados antes y despu¨¦s de esos 50 minutos, est¨¦n evocando cada una de las marcas de ese otro cuerpo que saben de memoria, una cicatriz, un pedazo de piel, un tatuaje, o inventando quiz¨¢ cada uno de los secretos que cuando se ama un cuerpo nunca acaban.
As¨ª que creo que despu¨¦s de tan viejas, pasadas de moda, anticuadas rencillas entre Madrid y Barcelona, entre Barcelona y Madrid, ser¨ªa en el aire, lugar com¨²n, espacio fuera de control, donde todos podr¨ªamos ser, simplemente, esos adultos con la mirada perdida en un infinito cuyo final es el abrazo.
De hecho, el ex alcalde de Barcelona, Pascual Maragall, ha presentado en un hotel madrile?o del barrio de Arg¨¹elles sus propuestas como candidato socialista a la Presidencia de la Generalitat de Catalu?a.
Seguro que Pascual Maragall lleg¨® a Madrid en el puente a¨¦reo y por eso, y porque es un ex alcalde recordado con respeto, ha explicado sin complejos algo que est¨¢ en el aire, que ya estaba en el aire, pero hac¨ªa falta que alguien lo mirara con los ojos extensos que s¨®lo son posibles desde la ventanilla de un avi¨®n.
Y ha sabido transmitir que las palabras, en cualquier idioma, son patrimonio de todos.
Porque yo, desde Barcelona, digo hoy en Madrid: "T'estimo molt".
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