M¨¢s ricos y desiguales
El pasado a?o celebramos los 50 a?os de la Declaraci¨®n de los Derechos Humanos, un texto que va m¨¢s all¨¢ de la defensa de los derechos civiles y pol¨ªticos, para alumbrar la segunda generaci¨®n de derechos del hombre: los econ¨®micos y sociales. La Declaraci¨®n fue impulsada por las Naciones Unidas en el marco del esfuerzo por construir un nuevo orden que hiciese imposible el retorno a los horrores del genocidio, el desempleo, la pobreza, la desigualdad, la miseria y el conflicto social y pol¨ªtico que hab¨ªa caracterizado las cuatro primeras d¨¦cadas de este siglo. En las relaciones entre los pa¨ªses, se impuls¨® el reconocimiento de la soberan¨ªa de las naciones y la descolonizaci¨®n. En el interior de los pa¨ªses industriales, las clases trabajadoras y progresistas llegaron a un armisticio con las fuerzas pol¨ªticas y econ¨®micas conservadoras. Los primeros renunciaban a derrumbar el capitalismo y aceptaban el mercado como mecanismo de creaci¨®n de riqueza, y los segundos renunciaban al monopolio del poder pol¨ªtico y econ¨®mico y aceptaban el derecho de todos a participar en la vida pol¨ªtica y el papel del Estado en la redistribuci¨®n de la renta, mediante impuestos progresivos y programas de gasto social. Sobre este armisticio se levant¨® el Estado del bienestar y la promesa de una vida decente para todos los ciudadanos.?Qu¨¦ ha pasado con esa promesa? En un primer momento se cumpli¨® en gran medida. Desde la postguerra hasta finales de la d¨¦cada de los sesenta, se extendi¨® por todas las sociedades occidentales y, en menor medida, en los pa¨ªses en desarrollo, un sentimiento de igualdad que estaba basado en la creencia de que el trabajo, la protecci¨®n social y el acceso a la vivienda, a la educaci¨®n y a la cultura eran derechos econ¨®micos y sociales de todos los ciudadanos. Pero en una sola generaci¨®n, nuestras sociedades han roto de forma violenta esa promesa de bienestar. El desempleo se ha convertido en una especie de nueva plaga b¨ªblica que afecta cada vez a mayor n¨²mero de personas, especialmente en Europa. Y en aquellas otras econom¨ªas que han mantenido bastante bien su capacidad de crear empleo, como es el caso de los EEUU, los salarios que perciben muchas personas no son sino el pasaporte para la desigualdad y la pobreza, que no son ya patrimonio s¨®lo de los pa¨ªses atrasados. Los m¨¢s ricos tienen cada vez m¨¢s pobres dentro de s¨ª. Tantos, que por primera vez el Informe sobre el Desarrollo Humano 1998 incluye un ¨ªndice espec¨ªfico de pobreza para los pa¨ªses desarrollados. En 1960, el 20% de la poblaci¨®n mundial que viv¨ªa en los pa¨ªses m¨¢s ricos ten¨ªa 30 veces el ingreso del 20% m¨¢s pobre. En 1985, esa relaci¨®n era de 82 veces. En 1969, el 20% de los hogares norteamericanos m¨¢s ricos ten¨ªan siete veces m¨¢s renta que el 20% m¨¢s pobre. En 1992, esa relaci¨®n era ya de 11 veces y ha seguido creciendo. Lo mismo podr¨ªamos decir para la mayor parte de los pa¨ªses. Las 225 personas m¨¢s ricas del mundo acumulan una riqueza superior a un bill¨®n de d¨®lares, igual al ingreso anual del 47% m¨¢s pobre de la poblaci¨®n mundial, es decir, de 2.500 millones de habitantes.
?Por qu¨¦ aumenta la desigualdad y la pobreza? Los pa¨ªses son m¨¢s ricos que en el pasado, y sin embargo son m¨¢s desiguales. Cabr¨ªa esperar que cuanto m¨¢s elevada sea la riqueza de un pa¨ªs, menos pobres tendr¨¢. No es as¨ª. De hecho, el grado de pobreza tiene escasa relaci¨®n con el nivel de desarrollo de los pa¨ªses. Los EEUU tienen el mayor ingreso per c¨¢pita y tienen tambi¨¦n el mayor ¨ªndice de pobreza. Holanda tiene un nivel de renta per c¨¢pita similar al de Gran Breta?a, pero sus niveles de pobreza son muy diferentes. La econom¨ªa no es, por tanto, la causa de la pobreza.
?Hemos de preocuparnos por la desigualdad? ?No ser¨¢ un fen¨®meno pasajero que retroceder¨¢ cuando las econom¨ªas crezcan un poco m¨¢s? Pienso que no. Al mercado no le gusta la igualdad. Pero la econom¨ªa no es la causa ni el principal motivo de por qu¨¦ ha de preocuparnos la desigualdad. Aunque los economistas tenemos alguna evidencia de que la igualdad estimula el crecimiento, nuestras econom¨ªas pueden funcionar razonablemente bien con estos niveles de desigualdad. ?Por qu¨¦ hemos de preocuparnos entonces? Por motivos de naturaleza humana, social y pol¨ªtica. Es razonable pensar que la desigualdad fija los l¨ªmites internos fuera de los cuales la esperanza en una vida decente desaparece y la cohesi¨®n social se descompone. La desigualdad est¨¢ llevando a la pobreza a muchas personas. Y la pobreza significa negaci¨®n de las oportunidades y opciones b¨¢sicas para vivir una vida larga, saludable y creativa. La pobreza afecta a la dignidad, a la autoestima, al respeto de los otros y de las cosas que la gente valora en la vida.
?Cu¨¢les son las causas de la desigualdad? ?Qu¨¦ es lo que se opone a su eliminaci¨®n? Ya hemos visto que la econom¨ªa no es el problema. El mundo tiene recursos m¨¢s que suficientes para acelerar el desarrollo humano y para erradicar la pobreza, al menos en sus formas m¨¢s dram¨¢ticas y denigrantes. Las causas y resistencias est¨¢n en la sociedad y en las pol¨ªticas.
Existe una fuerte tendencia en la naturaleza humana a pensar que el ¨¦xito personal o el de los pa¨ªses es el premio que reciben los afortunados por su capacidad, esfuerzo y disposici¨®n moral para aprovechar las oportunidades. Esta forma de pensar las causas de la riqueza lleva a despreciar a los desafortunados. Para la gente que as¨ª piensa, la pobreza ser¨ªa la consecuencia inevitable y hasta merecida de la falta de capacidad y de disposici¨®n moral para el esfuerzo que abocan al infortunio. En EEUU, soci¨®logos y psic¨®logos como Charles Murray o Richard Hernstein han sostenido que la inteligencia juega un papel relevante en decidir qui¨¦nes ser¨¢n afortunados o desfavorecidos. Y a¨²n m¨¢s, han defendido que la herencia gen¨¦tica juega un papel determinante en el coeficiente de inteligencia. Quiz¨¢ algunos crean que ¨¦sa es una forma de pensar ajena a nosotros, pero algunos razonamientos que empleamos aqu¨ª para explicar por qu¨¦ se han desarrollado algunas comunidades aut¨®nomas y otras no tanto no est¨¢n muy lejanos de esta forma autocomplaciente de pensar las causas de la fortuna y la desigualdad. Esta autocomplacencia de los afortunados tiene una gran responsabilidad en la tolerancia con la que en nuestras sociedades contemplamos la creciente desigualdad, pobreza y exclusi¨®n.
En segundo lugar, un factor que impide luchar contra la desigualdad y la pobreza es la idea de que el derecho pol¨ªtico de voto es el instrumento necesario y suficiente que necesitan los ciudadanos para forzar pol¨ªticas que acaben con la desigualdad. De hecho, ¨¦sta fue la presunci¨®n de muchos estudiosos del Estado de bienestar, como T. S. Marshall. Concibieron el bienestar social como un proceso evolutivo que poco a poco ir¨ªa abarcando a un mayor n¨²mero de personas. Y de hecho fue as¨ª hasta finales de los a?os sesenta. Pero ahora est¨¢ cada vez m¨¢s claro que la sociedad del bienestar no es el resultado autom¨¢tico del crecimiento de la econom¨ªa y de la extensi¨®n del derecho de voto, sino de la tensi¨®n entre dos tipos de fuerzas: las polarizadoras y disgregadoras que act¨²an a trav¨¦s de los mercados y las fuerzas sociales que tienden a la cohesi¨®n. Esa tensi¨®n se ha decantado en las dos ¨²ltimas d¨¦cadas a favor del mercado y la desigualdad.
Los gobiernos son instrumentos esenciales en la correcci¨®n de la desigualdad y en la eliminaci¨®n de la pobreza. Sin duda, los pa¨ªses necesitan gobiernos democr¨¢ticos, competentes, honrados y que persigan el inter¨¦s general. Pero no es suficiente. Posiblemente hemos confiado de forma excesiva en su capacidad para corregir por s¨ª solos la desigualdad. De ah¨ª que sea necesario avanzar en dos sentidos. Por un lado, es necesario hacer efectivos y extender los derechos econ¨®micos y sociales consagrados en la Declaraci¨®n de 1948. El Estado del bienestar de los a?os cincuenta se dirigi¨® b¨¢sicamente a proteger al hombre, cabeza de familia, que tra¨ªa los ingresos. Hoy las cosas han cambiado y la protecci¨®n de esos derechos debe extenderse sin limitaciones de condici¨®n familiar, sexo, territorio, etnia o raza. Y hay que hacerlo tanto en el interior de cada pa¨ªs como a nivel internacional. El respeto a la soberan¨ªa de los pa¨ªses no puede ser cobertura para que gobiernos y gobernantes corruptos mantengan a su poblaci¨®n -o a determinados grupos sociales o ¨¦tnicos- en la pobreza. El siglo XX signific¨® el choque entre esos dos derechos: el de ciudadan¨ªa y el de soberan¨ªa. Pero la erradicaci¨®n de la pobreza se debe perseguir con el mismo ah¨ªnco que se comienzan a perseguir los cr¨ªmenes contra la humanidad. Por otro lado, es necesario avanzar en el sentido de que los derechos econ¨®micos y sociales dejen de ser una declaraci¨®n ret¨®rica para pasar a ser un objetivo cuantificable de las pol¨ªticas. De la misma forma que a los gobiernos se les juzga por sus ¨¦xitos en la erradicaci¨®n de la inflaci¨®n y el d¨¦ficit p¨²blico, debemos tambi¨¦n juzgarlos por los niveles de equidad social que logren con sus pol¨ªticas.
Pero me gustar¨ªa resaltar que los gobiernos no son suficientes. Una sociedad de mercado s¨®lo puede funcionar si tiene delante ciudadanos exigentes. La participaci¨®n de la sociedad civil es la fuerza b¨¢sica que tiene la sociedad para corregir las tendencias desigualitarias de los mercados y para presionar a los gobiernos. Los instrumentos son las alianzas, tanto nacionales como internacionales, entre grupos civiles en favor de los derechos humanos, de lucha contra la pobreza o de grupos de consumidores responsables. Esta participaci¨®n activa jugar¨¢ en los inicios del siglo XXI el papel que la extensi¨®n del derecho individual de voto jug¨® en los a?os cincuenta y sesenta.
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