El incordio
LOS DEM?CRATAS espa?oles asumen que la recuperaci¨®n de la soberan¨ªa sobre Gibraltar, por mucho que sea una colonia, no es posible sin el consentimiento de la poblaci¨®n. Pero que los llanitos sean un incordio permanente, que boicoteen todos los acuerdos anglo-espa?oles sobre utilizaci¨®n conjunta de tierras y mares adyacentes, pasa ya de casta?o a oscuro. En octubre pasado, Londres y Madrid llegaron a un acuerdo para la explotaci¨®n pesquera espa?ola de las aguas de la zona. Y hay que decir de la zona y no del Pe?¨®n, porque el Tratado de Utrecht no reconoce aguas territoriales a Gibraltar. Pero desde hace unos meses, y estos ¨²ltimos d¨ªas con car¨¢cter de agresi¨®n directa y jactanciosa, la polic¨ªa naval de la colonia impide faenar a los barcos espa?oles argumentando que sus redes no se ajustan a la ley del Pe?¨®n.
Quinientos pescadores de Algeciras han interrumpido sus labores y claman por una soluci¨®n que para ellos es de rigurosa subsistencia, mientras el ministro Matutes anuncia que la crisis va para largo, con lo que confiesa una impotencia que trata de encubrir con el endurecimiento de los controles para entrar y salir del Pe?¨®n; una pol¨ªtica de trocar incordio por incordio. Los pescadores han decidido negociar directamente con el ministro principal de Gibraltar, lo que revela su escasa confianza en la diplomacia espa?ola.
La actitud gibraltare?a responde a la estrategia de presentarse ante el mundo como un caso de autodeterminaci¨®n, y a Espa?a, como el obst¨¢culo a esas aspiraciones. Hostilizan para que haya represalias y los malos sean los espa?oles. Por eso es un error hacer la vida dif¨ªcil a los habitantes de la colonia. Habida cuenta, por a?adidura, de la ol¨ªmpica pasividad brit¨¢nica a la hora de hacer cumplir a los gibraltare?os los pactos que en su nombre suscribe, el recurso adecuado s¨®lo puede ser a las m¨¢s altas instancias comunitarias. La Roca incumple m¨¢s de 40 directivas de la UE, y aunque el camino de la sanci¨®n comunitaria sea largo y no siempre contundente, es perentorio hacer que la opini¨®n mundial se percate, al menos, del incordio que supone la existencia de la ¨²ltima colonia en Europa.
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