M¨¢s all¨¢ de la realidad RAFAEL ARGULLOL
Con la difusi¨®n de la fotograf¨ªa a mediados del siglo XIX, la pintura europea de ra¨ªz renacentista se enfrent¨® al impensable cuestionamiento de sus presupuestos fundamentales. No fue, desde luego, la ¨²nica causa de la crisis moderna de la pintura puesto que el entero escenario del arte occidental se hallaba sometido a debate, tanto en sus lenguajes y sentidos como en sus relaciones de poder, pero la fotograf¨ªa fue, desde el principio, un rival formidable que parec¨ªa usurpar el espacio reservado al lienzo y al pincel. Aunque, al principio, los pintores, en particular los acad¨¦micos, reaccionaron con desd¨¦n, pronto se hizo evidente que era necesario contar con los espectaculares frutos aportados por la fotograf¨ªa. Coubert fue un avanzado en esta direcci¨®n, y a finales del siglo pasado no era infrecuente que pintores, como Munch, se sirvieran de la fotograf¨ªa para ampliar los apoyos de su propia obra. No siendo, por tanto, el ¨²nico factor, no hay duda, sin embargo, de que la irrupci¨®n de la fotograf¨ªa signific¨® un brusco cambio en la tradici¨®n visual de Occidente: frente a la representaci¨®n de la realidad, m¨¢s o menos meticulosa, ahora se produc¨ªa aparentemente la captura de fragmentos de ella (de ah¨ª la coherencia de los indios, que se resist¨ªan a ser fotografiados por temor al robo de sus almas). El deseo de las caras y de los cuerpos al que invitaba la pintura era sustituido, supuestamente, por la apropiaci¨®n. Pese a que la maduraci¨®n de la fotograf¨ªa ha desmentido en parte este juego de fuerzas, es cierto que la pintura moderna, perdido su espacio tradicional -y todav¨ªa m¨¢s con la paulatina sofisticaci¨®n de los medios de reproducci¨®n t¨¦cnica- ha debido orientarse hacia la captaci¨®n de nuevos espacios: desde el impresionismo a la abstracci¨®n el ciclo completo de las vanguardias puede ser entendido en funci¨®n de esta b¨²squeda. Pero el que buena parte de la pintura moderna, en su persecuci¨®n de formas y expresiones, se haya alejado de lo que los plat¨®nicos llamar¨ªan realidad fenom¨¦nica para proponer otra realidad compuesta de trazos, signos o enigmas, no puede hacernos ignorar otros duelos en los que la nueva mirada afrontaba desaf¨ªos igualmente innovadores. El surrealismo y otros realismos contempor¨¢neos son plenos part¨ªcipes de la modernidad. Esta actitud la reflej¨® con extrema lucidez, no s¨®lo en su admirable obra sino en sus textos, el pintor Rudolf H?sler, recientemente fallecido en Barcelona. Sus cuadros, calificados de hiperrealistas con cierta confusi¨®n, son, cuando menos, tan revolucionarios y subvertidores de la apariencia como los que puedan atribuirse a los distintos abstraccionismos: el pincel, como un bistur¨ª en la carne, penetra en la piel de las calles, paisajes y rostros dejando que afloren sus otras realidades, sus almas. Hay en estos cuadros un velo m¨¢gico a trav¨¦s del que el an¨¢lisis pormenorizado de las formas se convierte en m¨ªstica. Como pocos pintores contempor¨¢neos, Rudolf H?sler encarnaba aquello que reivindicaba Baudelaire para el artista moderno: el decidido enfrentamiento con la ciudad moderna, la captaci¨®n de lo fragmentario y de lo contingente, la luz de lo ef¨ªmero; y, no obstante tambi¨¦n, simult¨¢neamente, el ojo necesario para transfigurar el instante en eternidad. Nueva York, Chicago, Tokio, Barcelona, todas las ciudades de H?sler, est¨¢n contempladas desde el doble atributo que Baudelaire exig¨ªa al pintor moderno. En todas ellas flota una imagen desasosegante, turbadora, en la que la ausencia de seres humanos queda inquietantemente contrarrestada por la exactitud del detalle, por la meticulosidad de la disecci¨®n. Es dif¨ªcil imaginar un mejor pintor de las metr¨®polis de este fin de milenio. Como se puede comprender, y a diferencia de otras opciones, Rudolf H?sler afront¨® la "crisis de la pintura" con una defensa apasionada de la pintura como arte, no del pasado, sino del porvenir. No rehuy¨®, por tanto, tambi¨¦n a diferencia de tantos otros, la explicaci¨®n de sus propias obras y la reflexi¨®n te¨®rica sobre la civilizaci¨®n contempor¨¢nea. Resulta, en este aspecto, deslumbradora la solidez de sus posiciones y su capacidad para el di¨¢logo con distintas tradiciones pict¨®ricas. H?sler, como los grandes artistas, sab¨ªa mucho de otros artistas. Pero asimismo, como viajero y como n¨®mada, sab¨ªa mucho de los mundos que le rodeaban. Frente a tanto arte t¨ªsico, recluido en as¨¦pticos talleres y aterrorizado ante la vida, Rudolf H?sler era -parafraseando el t¨ªtulo del ensayo baudelairiano un pintor de la vida contempor¨¢nea. Por eso hac¨ªa muy bien Sergio Vila-Sanju¨¢n al pedir, a ra¨ªz de su muerte, en La Vanguardia, que el Macba apueste por su obra, antes de que ¨¦sta desaparezca hacia otros museos. Riguroso, inconformista, Rudolf H?sler ten¨ªa una profunda conciencia del alcance de su obra. En 1989 escribi¨®: "No se trata de un realismo decimon¨®nico, de nostalgias buc¨®licas, cosa que reducir¨ªa el problema de la luz al tratamiento de plein air, impresionista, sino de una pintura realista contempor¨¢nea conciliada con la tecnolog¨ªa moderna, que plantee en toda su complejidad el tema de la luz, este gran asunto central del arte pict¨®rico, y esto a causa de la diversificaci¨®n del problema: luz interior, luz natural, luz artificial, luz de ne¨®n, luz directa, luz indirecta, luz dispersa, reflejos de luz. Nadie puede escapar a su tiempo. No es posible girar atr¨¢s la rueda del tiempo. Me he referido, por cierto, a la reconciliaci¨®n con una epopeya tecnol¨®gica al servicio del hombre, no a la inversa...".
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