Aunque pierda, gana
Perder¨¢ territorio, pero si se llega a un acuerdo en Rambouillet sobre Kosovo, Slobodan Milosevic habr¨¢ ganado tiempo, y podr¨¢ f¨¢cilmente consolidarse durante tres a cinco a?os m¨¢s, como poco, en el poder. Ese es su objetivo. Poco le importan Kosovo, su pasado o el futuro de los serbios que all¨ª habitan. El l¨ªder serbio, hoy presidente de la Rep¨²blica Federal de Yugoslavia, no s¨®lo sabe como nadie ser un superviviente pol¨ªtico, sino erigirse en elemento indispensable para la comunidad internacional a la hora de garantizar un acuerdo y su aplicaci¨®n. Lo logr¨® en Bosnia, donde inici¨® la salvaje guerra, y puede volver a conseguirlo en Kosovo. Sabe que aunque Serbia pierda, ¨¦l puede ganar. Sabe, adem¨¢s, que esto lo saben los negociadores internacionales, los albano-kosovares y la deprimida y atomizada oposici¨®n democr¨¢tica en Serbia, donde Milosevic se ha venido preparando durante meses para lo que ahora se avecina y tiene a los medios de comunicaci¨®n amordazados. Su t¨¢ctica en las negociaciones de Rambouillet es la de que su delegaci¨®n proteste, resista, exija, y acabe eventualmente aceptando, convirti¨¦ndose en la piedra de toque del eventual acuerdo, sin posible alternativa. Y si fracasan las negociaciones, quedar¨¢, una vez m¨¢s, como un h¨¦roe para los suyos. Milosevic no dar¨¢ nada a cambio de nada. Pretende sacar algo de un acuerdo: al menos, el levantamiento de sanciones econ¨®micas que pesan sobre Serbia. Todos esperan que, con amenaza de ataque de la OTAN o sin ella, tense todo lo que pueda la cuerda, para empezar con un intento de que la negociaci¨®n se enmarque en el ¨¢mbito de decisi¨®n serbio, al ser Kosovo formalmente una provincia de Serbia.
Milosevic aprecia que casi toda la comunidad internacional se resiste a la eventualidad de un Kosovo formalmente independiente, pues podr¨ªa ponerse en marcha un desestabilizador proceso de reagrupaci¨®n de los albaneses bajo un s¨®lo Estado: una Gran, si bien pobre, Albania. Milosevic cre¨ªa que esta baza le bastaba. Sin embargo, este intrigante nato e iniciador de sanguinarias guerras, a pesar de su extrema habilidad, cometi¨® un error garrafal cuando intent¨® expulsar al jefe de la misi¨®n de verificaci¨®n de la OCSCE en Kosovo, el estadounidense William Walker. Provoc¨® as¨ª un cambio radical de actitud en Washington e incluso favoreci¨® la idea de que EE UU participe militarmente en cualquier operaci¨®n necesaria, ya sea para bombardear a los serbios o para la misi¨®n de pacificaci¨®n en Kosovo. Tras el enfrentamiento con Walker, las amenazas de una OTAN que ha abandonado la disuasi¨®n de ata?o en favor de la persuasi¨®n y la imposici¨®n, y las revelaciones sobre la matanza de albaneses kosovares en Racak, han cambiado el esp¨ªritu del Grupo de Contacto.
Este Grupo, que engloba a EE UU, Rusia, Alemania, Francia, Reino Unido e Italia en una especie de autodesignado directorio mundial, o al menos europeo, trata de imponer para Kosovo un estatuto provisional -intentar uno definitivo llevar¨ªa a un fracaso de toda negociaci¨®n, aunque fuera impuesta- para los pr¨®ximos tres a?os, con una gran autonom¨ªa dentro de Serbia o de la Federaci¨®n Yugoslava, autonom¨ªa en la que los serbios y otras minor¨ªas en Kosovo tambi¨¦n tendr¨¢n una esfera de autogobierno. De hecho, aunque Kosovo no sea un Estado independiente, se asemejar¨ªa a Bosnia, en donde, al menos temporalmente, el verdadero poder reside en el alto representante internacional, actualmente el espa?ol Carlos Westendorp, convertido en una especie de MacArthur balc¨¢nico. En Bosnia, Westendorp ha ido adquiriendo estos poderes paulatinamente. Tras esta experiencia, su futuro hom¨®logo en Kosovo -sea o no Walker- dispondr¨ªa de tales poderes desde el principio, apoyado tambi¨¦n por tropas de la OTAN. Cuando dirigi¨® las tropas de ocupaci¨®n en Jap¨®n, MacArthur no tuvo que lidiar con ning¨²n Milosevic. ?ste, que quit¨® la autonom¨ªa y reprimi¨® a los kosovares, puede convertirse, por desgracia y realismo, en el garante de una paz, aunque sea temporal. ?Seguir¨¢ ganando siempre?
aortega@elpais.es
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