El Bar?a se apiada del Madrid
Los azulgrana se conformaron con la victoria, sin buscar la goleada que ped¨ªa la afici¨®n
Infalible, el Bar?a refrend¨® su jerarqu¨ªa en el campeonato con un triunfo tan incuestionable que la diferencia de tres goles pareci¨® poca, dada la distancia abismal que le sac¨® al Madrid. El Real result¨® ser un equipo tan miserable que bendijo la goleada, y ¨¦sta no alcanz¨® el guarismo reclamado por la hinchada m¨¢s por la benevolencia de su equipo que por la capacidad del rival. Desde una posici¨®n de comodidad y suficiencia, y respondiendo al tono caballeroso con el que se negoci¨® la contienda, los azulgrana se mostraron corteses con el Madrid. Marcaron nada m¨¢s empezar, sentenciaron pasada la media hora y se despidieron con un golazo de Rivaldo que evoc¨® la ¨¦poca de Romario.
Una faena met¨®dica, profesional e incluso m¨¢s cient¨ªfica que humana. La afici¨®n se qued¨® fr¨ªa ante la desigualdad del choque, la resignaci¨®n del Madrid y el absentismo del Bar?a, que se dej¨® ir cuando se supo ganador. Le falt¨® algo de calor a un encuentro que respet¨® de principio a fin la salud de los dos equipos.
Es el Madrid una calamidad. Hac¨ªa mucho tiempo que no pasaba por el Camp Nou un equipo tan deprimente. Ya se sab¨ªa de sus males, y el Bar?a los agrand¨®. Por f¨¢cil, la victoria del Bar?a fue recibida sin el entusiasmo de otras veces, y puede que, por bondadosa, le haya perdonado el despido a Hiddink.
El Madrid se extravi¨® desde que sali¨® de la Ciudad Deportiva con el mapa de Hiddink. Nunca estuvo en el partido, sino que jug¨® muy desorientado, con cierta desidia, tan resignado como quien va al dentista. La alineaci¨®n blanca ya fue un acto de rendici¨®n. El Real aceptaba desde la salida su manifesta inferioridad, cantada tanto por la tradici¨®n -quince a?os sin ganar y cinco sin marcar un gol- como por el momento de juego. No pens¨® en vencer sino en vivir a expensas de las circunstancias del partido; y una vez que su derrota era indiscutible, se trabaj¨® una digna salida del campo. Rivaldo les chaf¨® el adi¨®s con un tercer gol de antolog¨ªa. Para entonces, el encuentro hab¨ªa quedado ya reducido a un ejercicio de trabajos forzados para el Madrid y a una actuaci¨®n circense para el Bar?a. Relajados, los azulgrana se desfiguraron como gran equipo y se entregaron a la jarana. Fue una competici¨®n para ver qui¨¦n era capaz de ligar la mejor jugada. El ¨¢rea dej¨® de ser un punto de llegada para convertirse en una sala de estar con Iv¨¢n Campo de anfitri¨®n. Le buscaban uno a uno todos los barcelonistas. Hasta Luis Enrique. En este contexto, sin embargo, nadie como Rivaldo para salirse del equipo y entretener a la gente. Tom¨® una y otra vez la pelota hasta que la meti¨® dentro.
El gol sirvi¨® para dar por acabada la jornada, cuyo inter¨¦s dur¨® muy poco tiempo. Desde un planteamiento muy cobarde, Hiddink hab¨ªa llamado a su plantilla a protagonizar una heroicidad. Mont¨® el equipo de forma muy deficiente. Prescindi¨® de Savio y dej¨® de atacar el flanco derecho del Bar?a, su punto m¨¢s vulnerable; puso a un central reciclado de medio centro, como Sanchis, cediendo la iniciativa al rival; y no supo tapar ninguna de las dos bandas, pese a que situ¨® a Jarni por delante de Roberto Carlos. La tarima defensiva no le dur¨® ni cinco minutos. El Madrid cedi¨® en el primer remate serio de los barcelonistas. Guardiola y Coc¨² trabajaron la jugada hasta dejar a Kluivert mano a mano con Iv¨¢n Campo. El holand¨¦s mare¨® al central y puso el bal¨®n para la llegada de Luis Enrique, que se plant¨® solo, sin que Sanchis ni Roberto Carlos acudieran a tapar el centro.
Jugaba el Bar?a con una gran tensi¨®n competitiva, muy centrado, bien posicionado y d¨¢ndole aire y velocidad a la pelota desde todas las l¨ªneas ante el tran-tran del Madrid, un equipo muy cansino, mal puesto, desvertebrado y de actitud depresiva. Frank de Boer estuvo impecable en la lectura del juego defensivo y a la hora de dar salida a la pelota; Guardiola dirigi¨® igual de bien la recuperaci¨®n que la elaboraci¨®n; y Figo y Kluivert abrieron siempre a los centrales para la llegada de Luis Enrique. La actividad barcelonista fue febril hasta que Roberto Carlos se expuls¨®, con una acci¨®n m¨¢s agresiva que antirreglamentaria, en una entrada a Figo que el ¨¢rbitro juzg¨® de acuerdo con el sentir de la grada.
El Bar?a se abandon¨® y perdi¨® din¨¢mica de juego. Le bast¨® la anticipaci¨®n para defenderse,aunque le falt¨® inter¨¦s en ataque. Pero las concesiones del Madrid fueron tantas que se encontr¨® un segundo gol como quien no quiere la cosa: Figo se abri¨® a la banda para recibir, oblig¨® a Iv¨¢n Campo a salir a taparle, le fij¨®, cedi¨® para la llegada de Guardiola, y el capit¨¢n la puso para la llegada de Luis Enrique.
El Madrid dio al Bar?a espacio, tiempo, l¨ªnea de pase y remate. Hiddink no hizo nada hasta el descanso por reorganizar a un equipo que era una calamidad. Tuvo s¨®lo un momento para meterse en el partido. Fue cuando Ra¨²l, en el primer remate del equipo, cabece¨® a dos metros de la l¨ªnea de gol y Hesp ofreci¨® el cuerpo y sac¨® las manos con la rapidez de un portero de balonmano.
El descanso permiti¨® al Madrid reorganizarse. Hiddink sac¨® al campo a Guti y a Savio, y el equipo fue otro. El centrocampista centr¨® m¨¢s al grupo y Savio se plant¨® dos veces ante porter¨ªa. Estaba el colectivo blanco m¨¢s a gusto en la cancha, era un grupo m¨¢s racional y el Bar?a hab¨ªa perdido sentido de equipo. Rivaldo cogi¨® la pelota y, como de costumbre, jug¨® su partido. El brasile?o es el problema y, al mismo tiempo, la soluci¨®n. Cuando no hay manera de meter un gol, no queda otro remedio que entregarse a Rivaldo. Pero el brasile?o no atiende para nada las reglas del juego si se trata de repartirse la pelota. Hasta cinco ocasiones de superioridad num¨¦rica desperdici¨® el ataque local ante la defensa forastera.
Rivaldo se redimi¨® con un tercer gol de mucho m¨¦rito, pero el Bar?a fue m¨¢s equipo en el primer tramo de partido que en el ¨²ltimo. La hinchada lo celebr¨® con jolgorio tanto por su belleza como por romper la somnolencia en la que hab¨ªa ca¨ªdo el juego azulgrana. Hubo un largo rato en que pareci¨® que el Bar?a se reservaba, como si jugara por jugar, para cumplimentar la faena de una manera funcionarial, y la afici¨®n qued¨® algo mosqueada.
El respiro le vino bien al Madrid, que pudo cerrar el partido con una derrota menos dolorosa de lo que se presum¨ªa. La expulsi¨®n de Roberto Carlos le sirvi¨®, adem¨¢s, para disculparse de su actuaci¨®n sin necesidad de romper la ley del silencio.
El Madrid es hoy un equipo mudo. No tiene nada que decir. Perdido en la cuneta de la Liga, aguarda con desespero que se reanude la Copa de Europa. Gusta de los partidos de ida y vuelta, de jugar presionado, necesitado. Parec¨ªa el de ayer uno de esos partidos. Pero su desplome frente al Bar?a fue estruendoso. Los azulgrana fueron un equipo inaccesible. Muy armado futbol¨ªsticamente, el grupo de Van Gaal ha tomado vuelo (suma ocho victorias consecutivas) y responde al papel de favorito al t¨ªtulo.
Entregado el Madrid, la Liga depende del Bar?a, un equipo infalible, aunque no insaciable. Y es que ayer dio la sensaci¨®n de que se hab¨ªa apiadado del Madrid. El gran m¨¦rito de este equipo fue hacer creer que un 3-0 al Madrid era un resultado corto.
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