Piqu¨¦ y la regeneraci¨®n
Confieso que el se?or Piqu¨¦ no me cae bien sino muy bien y no s¨®lo por contraste con su predecesor sino por ¨¦l mismo. Me parece que algunos de los rasgos que ha exhibido en su actuaci¨®n ministerial y como portavoz gubernamental ofrecen un perfil de ¨¦l novedoso y muy digno de respeto. Frente a una pol¨ªtica que es, cada d¨ªa, de forma m¨¢s caracterizada y repetitiva, el patrimonio ¨²nico de unos profesionales dedicados a ella, ha tenido una trayectoria empresarial, se le ve libre de esa obsesi¨®n ambiciosa que suele caracterizar a los de su especie, responde con sosiego, admite fallos y no pretende tener el monopolio de la verdad. Adem¨¢s muchas de las acusaciones que contra ¨¦l se han vertido no parece que tengan fundamento alguno. Si una sociedad patrimonial de su esposa recibi¨® pagos de una empresa que presid¨ªa, eso le ata?e a los tres y no al Parlamento. El candidato del PSOE, por tanto, debiera abandonar su propensi¨®n a considerar que el buen camino pol¨ªtico pasa por exigir que se paguen m¨¢s impuestos o sugerir que la inspecci¨®n fiscal viene a ser como la tea de quemar herejes.El interrogante sobre Piqu¨¦ no reside en que haya sido empresario o sea rico sino en que la Administraci¨®n p¨²blica permite, en la pr¨¢ctica, un elevado nivel de discrecionalidad, inevitable por mucho que se acent¨²e el rigor de la legislaci¨®n, y que, cuando aparecen por sorpresa cuestiones controvertidas, como las que nos ocupan, no existen reglas de comportamiento a las que sujetarse y con las que juzgar, ni tampoco voluntad imparcial de hacerlo. En estas circunstancias el inevitable resultado consiste en no llegar a determinar de forma precisa si existe responsabilidad de cualquier tipo con lo que se multiplica la cultura de la desconfianza respecto a la vida p¨²blica. El resultado puede ser una generalizada visi¨®n de la clase pol¨ªtica como una oligarqu¨ªa liberal, gerenciada hacia izquierda o derecha seg¨²n las circunstancias y estabilizada por la apat¨ªa ciudadana, que est¨¢ m¨¢s atenta a sus propios intereses que a una ideolog¨ªa la cual le sirve tan s¨®lo como m¨²sica de acompa?amiento (Castoriadis).
Descartadas las acusaciones sobre el se?or Piqu¨¦ privadas de fundamento, el debate debiera centrarse en el supuesto favoritismo o no en el trato con empresas en las que ha tenido responsabilidades o pertenecientes a amigos pol¨ªticos. Sobre este punto, lo primero que llama la atenci¨®n es el conocimiento a posteriori. Las ventajas obtenidas por Ercros son de la suficiente envergadura como para que, antes de la definitiva concesi¨®n, se hubieran hecho p¨²blicas, dada la vinculaci¨®n previa del ministro con la empresa. Ahora a la oposici¨®n no le queda m¨¢s remedio que pedir la previa inhibici¨®n por escrito del ministro, en definitiva, un papel¨ªn. En el caso de las subvenciones concedidas a P¨¦rez Villar lo sucedido resulta todav¨ªa m¨¢s estridente. Subvencionar a quien ha prevaricado concediendo subvenciones constituye un comportamiento tan extravagante que ser¨ªa digno de observar el destino profesional que le habr¨ªa de corresponder a quien siguiera parecido rumbo en la empresa privada.
Para resolver cuestiones como ¨¦sas no sirven tanto las leyes como la publicidad previa y los c¨®digos de conducta. Supongamos que no ha existido la primera y que los segundos no est¨¢n precisados. Lo l¨®gico, en este caso, hubiera sido constituir una comisi¨®n de investigaci¨®n sobre el caso y concluir por definirlos; el PP estaba obligado a hacerlo por lo que dijo, muchas veces con raz¨®n, cuando estaba en la oposici¨®n. No ha sido as¨ª y por la coincidencia, de hecho, entre oposici¨®n y Gobierno hemos tenido un rato de gresca, deterioro de la imagen p¨²blica de una persona respetable, desmesura en el ataque y en la defensa y la promesa de que sucesos parecidos seguir¨¢n menudeando.
El PP hizo amplias promesas de regeneraci¨®n pol¨ªtica que han quedado en poco, tanto en el tratamiento de los casos propios como en la legislaci¨®n. Se salva en la comparaci¨®n con el adversario y con ello sestea, pero alg¨²n d¨ªa se arrepentir¨¢ de ello. En su ¨¦poca, Burke asegur¨® que la pol¨ªtica era una "honesta aventura" de caballeros ricos. Hoy es s¨®lo una profesi¨®n de gentes dotadas de cierto sentido de la oportunidad, pero ¨¦ste puede ejercerse en beneficio propio o colectivo. Lo m¨ªnimo es que parezcan honestos siempre.
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