Monterroso y sus recuerdos de Rulfo ENRIQUE VILA-MATAS
Una vez o¨ª decir en M¨¦xico que para hacer hablar al dif¨ªcil Juan Rulfo hab¨ªa que escarbar mucho, "como para buscar la ra¨ªz del chinchayote". Y es que Rulfo no crec¨ªa hac¨ªa arriba, sino hacia adentro. Para hacer hablar a Monterroso de su gran amigo Rulfo no es preciso escarbar tanto. Pas¨® el otro d¨ªa Monterroso por Barcelona y, al caer la tarde, en un restaurante de la calle de Casp, tras haber presentado su libro La vaca, le dio por contarnos a los amigos recuerdos de su entra?able amistad con el raro, m¨¢s que rarote, Juan Rulfo. "Era la hora", puede leerse en Pedro P¨¢ramo, "en que los ni?os juegan en las calles de todos los pueblos, llenando con sus gritos la tarde. Cuando a¨²n las paredes negras reflejan la luz del sol". A esa misma hora, pero alejados de los negros p¨¢ramos sombr¨ªos de Rulfo, en un iluminado restaurante barcelon¨¦s, Monterroso invoc¨® de pronto el nombre de Rulfo y se hizo el silencio. No habl¨® Monterroso como se habla en Pedro P¨¢ramo, donde habla todo un pueblo, y las voces se revuelven una con otra y ya no se sabe qui¨¦n es qui¨¦n. Monterroso habl¨® por ¨¦l mismo y empez¨® por recuerdos de la presencia fantasmal de Rulfo en Barcelona. No todo el mundo sabe que el bar preferido de Rulfo en Barcelona era el Treno, ese horrible local muy estrecho, que imitaba un vag¨®n de tren y por el que pasaron todos los ni?os de la burgues¨ªa catalana cuando a principios de los sesenta se estren¨® con la etiqueta moderna de cafeter¨ªa. Pues bien, en el horrible Treno pas¨® Rulfo horas y horas de su vida, y algunos amigos que le ve¨ªan all¨ª sentado, solo, y no se atrev¨ªan a molestarle, pensaban que en cualquier momento Rulfo se pondr¨ªa a hablar por su cuenta y dir¨ªa: "Vine al Treno porque me dijeron que ac¨¢ viv¨ªa mi padre, un tal Pedro P¨¢ramo". Como al parecer Rulfo viv¨ªa eternamente deprimido, a nadie habr¨¢ de extra?ar que diga que otro de los lugares que le encantaban de Barcelona era el Navarra, restaurante del paseo de Gr¨¤cia, esquina Casp, hoy convertido en algo a¨²n m¨¢s deprimente, como si hubieran querido rizar el rizo de la tristeza de Rulfo: un Burger King. En un restaurante de la calle de Casp, muy cercano al antiguo Navarra, evoc¨® el otro d¨ªa Monterroso, al caer la tarde, una tarde distinta de hace algunos a?os cuando, encontr¨¢ndose ¨¦l y Barbara Jacobs hojeando un libro en el quiosco de paseo de Gr¨¤cia-Casp, estaban comentando la cantidad de imitadores que le hab¨ªan salido a Rulfo, y en eso, sin saber que Rulfo estaba de paso por Barcelona, oyeron a sus espaldas la voz inconfundible y temblorosa del autor de Pedro P¨¢ramo: -Ay¨²denme -dijo Rulfo. Como sus personajes, Rulfo pod¨ªa aparecer, cual fantasma, en cualquier parte. No se extra?aron demasiado de verle, como tampoco de la complicada situaci¨®n en la que se encontraba el escritor y para la que ped¨ªa ayuda. Un hombre le hab¨ªa parado en la calle hac¨ªa dos horas frente al Navarra, y se hab¨ªa confesado admirador de su obra. Rulfo llevaba dos horas con ¨¦l en la barra del Navarra sin haber pronunciado todav¨ªa palabra alguna y, lo que era m¨¢s alarmante, sin saber c¨®mo deshacerse de aquel admirador que "platicaba como un alma en pena". Hombre deprimido y t¨ªmido, Rulfo padec¨ªa infernales insomnios. Ya hab¨ªa ca¨ªdo la tarde en Barcelona el otro d¨ªa cuando Monterroso nos transport¨® a Varsovia, adonde hab¨ªa viajado en cierta ocasi¨®n en compa?¨ªa de Rulfo. Record¨® el d¨ªa en Varsovia en que, a las cuatro de la madrugada, Rulfo golpe¨® la puerta del cuarto de hotel de Monterroso para decirle que ya era hora de levantarse. Monterroso le hizo ver que eran las cuatro de la madrugada. "S¨ª, pero vamos a quedar muy mal", dijo Rulfo, "si nos levantamos tan tarde". Monterroso comprendi¨® que su amigo le ped¨ªa ayuda en su insomnio y le dej¨® pasar al cuarto y que se quedara sentado en una silla en la oscuridad mientras ¨¦l segu¨ªa durmiendo. A eso de las cinco de la madrugada volvi¨® a o¨ªrse la voz de Rulfo, desde la tiniebla m¨¢s profunda de aquel cuarto, una tiniebla con un vago aire a silla deprimente del Treno y a la que ya s¨®lo le faltaba una bandada de cuervos cruzando el cielo vac¨ªo de Comala: "Los polacos son muy trabajadores y vamos a hacer el rid¨ªculo levant¨¢ndonos tan tarde".
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