Buenas madrugadas
Mi holganza, en esto, de casi tres a?os no la ha causado el des¨¢nimo sino la mezquindad con que el tiempo se nos presta (el d¨ªa, el mes, la vida). Muy bien relevado de un largo deber, tal vez me sea posible reanudar la marcha: materia no falta; s¨ª, quiz¨¢, neuronas.Como en nada me siento menos imperito, lo saben mis lectores, que en radiofon¨ªa nocturna, por ella, por la hablada, empezamos: la palabra es mi oficio, y me seduce m¨¢s que, verbigracia, los motines estruendosos del rock. Da la gloria o¨ªr la voz humana en faenas noticiosas, tertulias poliopinantes, se?uelos de m¨¦dicos taumaturgos (en un anuncio, el propio San Pedro afea los juanetes a un nuevo hu¨¦sped celeste), de videntes sagaces (si el consultante se acoge a lo esot¨¦rico) o de psic¨®logos al minuto (si opta por la ciencia), y, muy especial, cuando el comentarista la emplea para conducir por la jungla del deporte. Va creciendo el inter¨¦s cuanto m¨¢s se penetra en la noche: algunas emisoras ceden entonces su antena a espont¨¢neos comunicantes que, amparados en el anonimato de la llamada, cuentan lo que ni el cura oye (escucha, prefieren los radiohabladores) en su receptor¨ªa de pecados.
All¨ª dan noticia de s¨ª adictos a una u otra adicci¨®n, ad¨²lteros, dips¨®manos, jugadores, mansos, desventurados, arrebatados, suicidas, discrepantes de su sexo y del contrario, putas, cursis, enfermos, co?ones, putos, enga?ados, c¨¢ndidos y c¨¢ndidas supervivientes de remotas edades que creen en el celestineo de hechizos o ensalmos: se trata de un censo no pocas veces conmovedor. En ocasiones, son simples perplejos. Llama, por ejemplo, una muchachita sollozante: al llegar a casa sin ser esperada, ha hallado a pap¨¢ laborando en tajo ajeno: ?se lo dir¨¢ a su madre? Un inc¨®gnito acude a su pregunta: encontr¨® a mam¨¢ con su obrador en pr¨¦stamo, no se lo dijo a pap¨¢ y hay paz en el hogar; el mutismo le parece aconsejable. Pero he aqu¨ª que cuando fascina tan exacta simetr¨ªa, irrumpe un malasombra contando que su desconcierto fue mayor, porque sorprendi¨® a su abuelo alboroz¨¢ndose en el lecho con un mozo. Se lo call¨® en casa, y el viejo le ha quedado en deuda para siempre; se la est¨¢ cobrando en met¨¢lico a plazos frecuentes. Apl¨ªquese, pues, la llorona, y que calle y exprima.
Cuando estas confidencias empiezan a llegar -algunas s¨®lo son aptas para mayores con cicatrices, o para deficientes- no pasa mucho de la media noche; algunas emisiones, pocas a¨²n, van diciendo adi¨®s a su audiencia dese¨¢ndole ?Buenas madrugadas!; y hay programas, tampoco muchos por el momento, por fortuna, que salen al encuentro de sus oyentes con el mismo gentil saludo: ?Buenas madrugadas! La nueva finura, repetida una y cien veces por sus adictos, hiere la noche como una lluvia de alegres banderillas clavadas en el idioma: ?Buenas madrugadas! Quien oye sintiendo sufre calambres al comprobar cu¨¢nto crecen la anemia idiom¨¢tica y la anomia en muchos hablantes obligados por su profesi¨®n a respetar la ley com¨²n. Ni siquiera muestran sentido de lo risible.
Es claro el origen de este reciente espantajo: se ha formado anal¨®gicamente sobre el modelo de buenos d¨ªas, buenas tardes o buenas noches. Y no resulta m¨¢s dif¨ªcil percibir su causa: es permanente la incertidumbre al se?alar las horas nocturnas posteriores a las doce. Vacilamos entre la una de la noche o la una de la ma?ana, incluso para referirnos a las dos o a las tres. Pero es muy posible que, con ¨¦nfasis, hablemos tambi¨¦n de la una, las dos o las tres de la madrugada: esto ¨²ltimo dir¨¢ quien se queja por trabajar hasta esas horas, y lo preferir¨¢n los padres escamados con el tard¨ªo regreso de sus cr¨ªas al nido; pero no hay duda de que las cuatro o las cinco pertenecen ya a la madrugada. Hasta m¨¢s o menos las seis, en que empieza la ma?ana (aunque tampoco extra?ar¨ªan las cuatro, las cinco o las seis de la ma?ana).
En general, las perspectivas del hablante deciden la elecci¨®n. A quien no le urge el sue?o se le oir¨¢ contar que estuvo leyendo hasta las dos o las tres de la noche; pero otros preferir¨¢n acortarla, como esos padres quejosos de que la prole no se recoja antes de las dos o las tres de la madrugada o de la ma?ana. Con estas ¨²ltimas referencias, la mente tiende hacia la aurora; si fondea en de la noche, puede correr el reloj casi hasta que sale el sol. Recuerdo cu¨¢nto me desmoralizaba en la Europa norte?a ir por la calle a la una o las dos -para m¨ª, de la noche-, y ya estaban los cargantes pajaritos gorjeando, trinando y piando al d¨ªa que se desperezaba por los tejados: me convert¨ªan en libertino, cuando s¨®lo acababa de cenar -a la espa?ola, es cierto, con algo de charla-, y me retiraba buscando la dosis ordinaria de cama.
Pero una cosa es el complemento gramatical de una hora determinada, en que tan flexible se muestra nuestro idioma, al igual que otros vecinos, y cosa bien distinta el sustantivo madrugada, firme en todos para nombrar s¨®lo el amanecer, el alba o la alborada, y que en modo alguno remite a las altas horas oscuras en que esas emisiones radiales acontecen; varias de las cuales, por cierto, acaban justamente cuando empieza la amanecida. Con esa firmeza significativa, la locuci¨®n de madrugada significa exclusivamente, diccionario en mano, "al amanecer, muy de ma?ana".
Pero las innovaciones en el idioma siempre obedecen a una necesidad, sea o no necedad. De hecho, el cambio de costumbres es el inductor de ?buenas madrugadas! Hasta no hace mucho, ?era preciso saludar durante las horas comprendidas entre las buenas noches y los buenos d¨ªas, dedicadas por casi todo el mundo al sue?o y sus aleda?os? No, por supuesto, con una precisi¨®n que exigiera soluciones al idioma. Hoy el noctambulismo se ha hecho casi multitudinario; el juvenil, por ejemplo: aunque a efectos radiof¨®nicos cuenta poco, ha creado una enorme noche adolescente que engloba la salida del sol. Y hay la creciente legi¨®n de quienes trabajan a esas horas transportando, vigilando, sufriendo, curando, fabricando, adicta a la radio o, como yo, aguardando el sue?o mientras oye (repito: ?deber¨ªa decir escucha?), que somos destinatarios de estas emisiones lunares y de sus saludos. De paso, algunos saludadores se distinguen de quienes radian a reci¨¦n cenados: ocupan, en efecto, un trecho temporal bastante bien definido -el correspondiente al sue?o de los m¨¢s-, al cual regatean el nombre leg¨ªtimo; porque es, ni m¨¢s ni menos, un trozo de la noche, como el que le precede (o, ya, de la ma?ana, si as¨ª gusta). Y se desea afirmar la diferencia tambi¨¦n en el lenguaje, y, para ello, usan algunos esa cortes¨ªa tan c¨®mica, potenciada por el falso plural, madrugadas. Pero, ?qu¨¦ necesidad hay de ella? Bastar¨ªa un buenas noches al empezar, y un buenos d¨ªas al terminar, si la aurora est¨¢ pr¨®xima; los zalameros podr¨ªan anteponer a d¨ªas otros adjetivos m¨¢s sugestivos: risue?os, placenteros, triunfales, encantadores..., qu¨¦ s¨¦ yo. O, mejor, no desear nada, con un escueto hasta ma?ana. A m¨ª, a la una y media o a las dos, eso de buenas madrugadas me resulta inquietante -como las avecillas germanas- porque sugiere que la noche se me ha pasado en blanco y que est¨¢ llegando el quiquiriqu¨ª. Se trata, por cierto, de un plural muy curioso y frecuente en espa?ol. Aparece en las buenas noches (o d¨ªas o tardes), en las Pascuas felices (nadie piensa que son tres) o en las Navidades; tambi¨¦n en muchas formaciones sem¨¢nticamente audaces o morfol¨®gicamente raras (cantama?anas, pintamonas, ablandah¨ªgos, a sabiendas, de mentirijillas, entendederas, parar mientes...: ?son tantas!). Y en general, ayuda a constituir idiom¨¢ticas an¨®malas, es decir, creadas fuera de las normas comunes de nuestro sistema, y a incrustarlas, por su faz singular, en la memoria del hablante. Entre ellas, salutaciones rituales y felicitaciones como las antedichas, a las cuales aspira a sumarse la reci¨¦n nacida, y que mi memoria, por mucho plural que se le ponga y mucho tr¨¦molo oral, se propone excluir. D¨ªgase cualquier cosa menos ¨¦sa, y d¨¦jese enseguida el micro a los espont¨¢neos, que, a veces, alumbran criaturas asombrosas, como aquella pobre mujer, hace pocas noches, nada sumisa a las tundas del bestial marido: se estaba desvorciando.
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