La clemencia del p¨²blico
El Real lleg¨® al paso del ecuador de su segunda temporada con La clemenza di Tito. Mal asunto. La ¨®pera mozartiana requiere un complicado juego de equilibrios para salir a flote con holgura. Musicalmente, es pura porcelana, pero si no se canta muy bien y se lleva con nervio en el foso, puede desembocar en un aburrimiento. Esc¨¦nicamente, la debilidad de la trama incita a soluciones arriesgadas. El peligro acecha en cada esquina.El director rumano Pet Halmen se dej¨® tentar por el simbolismo del libreto para trasladarlo al simbolismo de las estatuas. No es el ¨²nico que se ha dejado llevar por ese impulso en esta ¨®pera. Nicholas Hitner y David Fielding tambi¨¦n utilizaron sobradamente las estatuas, aunque en otro sentido, en su montaje de Glyndebourne. Halmen invita a la identificaci¨®n y al juego. En un museo, en una villa repleta de esculturas, los visitantes (los espectadores) se identifican con unos bustos y a partir de ah¨ª juegan el juego de la ¨®pera. En las primeras escenas, el mecanismo funciona y hasta es did¨¢ctico. Despu¨¦s acaba por fatigar. Adem¨¢s, se carga de pedanter¨ªa. El escenario se contin¨²a hacia el foso por medio de unas escaleras blancas que los cantantes utilizan para sus entradas y salidas. La complicidad con la sala est¨¢ servida con esta extensi¨®n espacial.
La clemenza di Tito De Mozart
Director musical: Ralf Weikert. Director de escena: Pet Halmen. Con Z. Todorovich (Tito), V. Gens (Vitella), D. Kostoski (Servilia), A. Seiltgen (Sesto), D. Beronesi (Annio) y Alfonso Echeverr¨ªa (Publio). Orquesta Sinf¨®nica de Madrid, Coro de la Comunidad de Madrid. Teatro Real. Madrid, 12 de marzo.
Producci¨®n fallida
La ¨®pera se vive como una correspondencia m¨²sica-escultura, para adentrarnos en una valoraci¨®n muse¨ªstica. Los telones suben y bajan, los s¨ªmbolos se recargan con motivos de gusto dudoso, y de cuando en cuando aparece alg¨²n efecto pl¨¢stico poderoso: las dos primeras escenas en que est¨¢ el coro y el final del primer acto con las columnas solas. Poco m¨¢s para mantener en la memoria. El escenario del Real se empeque?ece. No se sabe muy bien por qu¨¦ se elige una producci¨®n de estas dimensiones. Es pretenciosa, fallida. No est¨¢ a la altura que se espera del Real.Lo peor que puede suceder en una representaci¨®n de ¨®pera es que pase sin pena ni gloria. Es lo que ocurre en esta Clemenza di Tito. Ralf Weiker es un director seguro y ordenado, pero su clemenza es de trazo grueso, sin tensi¨®n, sin garra. La orquesta responde a lo que le piden con encomiable disciplina.
El tenor que encarna a Tito tuvo una primera parte aciaga. En el intermedio se anunci¨® por megafon¨ªa que ten¨ªa una grave afecci¨®n vocal, pero que iba a seguir. Cant¨® un poco mejor, pero dentro de lo no admisible.
El p¨²blico se apiad¨® de su situaci¨®n y le aplaudi¨®. Veronique Gens, gran cantante, tuvo una noche desconcentrada. Ausente. Su Vitella est¨¢ a a?os luz de su do?a Elvira mozartiana de Aix: una l¨¢stima en alguien de su talento. El resto del reparto cant¨® con correcci¨®n. Voces cortas, pulcras, sin emoci¨®n. Annette Seiltgen fue la m¨¢s aplaudida como Sesto. A su esperado Parto, parto le falt¨® empuje, pasi¨®n. El Coro de la Comunidad de Madrid tuvo, sin embargo, una actuaci¨®n impecable.
Es una cuesti¨®n de d¨®nde poner el list¨®n. El Teatro Real no se puede conformar con estos niveles tan anodinos. Queremos demasiado a este teatro y por eso esperamos mucho m¨¢s. La clemencia del p¨²blico, ayer, dej¨® en un juego de ni?os a la del emperador Tito en la ¨®pera. ?Qui¨¦n se atreve a decir ahora que es fr¨ªo el p¨²blico de Madrid?
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