"Confit" de pato
Una consultora inmobiliaria brit¨¢nica (seguramente no ten¨ªa nada mejor que hacer, o los propietarios de alguna urbanizaci¨®n le pidieron asesoramiento para montar un supermercado) ha estudiado la participaci¨®n que tienen los hombres europeos en la compra familiar, y, seg¨²n sus datos, somos los espa?oles quienes menos intervenimos en esta tarea dom¨¦stica. No hay mal que por bien no venga: quiz¨¢ ¨¦se es el motivo de que en Espa?a se coma mejor que en ning¨²n otro pa¨ªs de Europa.La consultora brit¨¢nica nada dice de los hombres que viven solos; ni de cu¨¢l es la raz¨®n de que -seg¨²n ha podido comprobar un servidor en sus personales estudios de mercado- los hombres compren confit de pato.
Los europeos que m¨¢s ayudan a sus esposas en las compras familiares cotidianas -revelan las conclusiones de la encuesta- son los portugueses, con gran diferencia,seguidos de los polacos, los brit¨¢nicos, los checos y los h¨²ngaros. Los espa?oles -tambi¨¦n con gran diferencia- ocupamos el ¨²ltimo lugar.
He aqu¨ª un nuevo motivo para que nos llamen machistas y las feministas nos corran a gorrazos. Pero uno barrunta que no es precisamente el machismo la causa de esa clamorosa y vergonzante dejaci¨®n de funciones en las responsabilidades comunes de la pareja, sino que las mujeres no se f¨ªan de nosotros. Y hacen bien.
Un hombre casado que va solo a la compra es un peligro social.
Los hombres somos incapaces de regatear el precio, de re?ir con el carnicero porque mete gordo de matute en el kilo de filetes, de colarnos en la pescader¨ªa por el morro, de darle coba al panadero para que nos suba a casa el pan y, de paso, media docena de cajas de leche que tambi¨¦n vende, de convencer al comercial de los encurtidos y variantes para que con el cuarto de aceitunas nos regale un cartucho de pepinillos en vinagre, de gastar lo justo y llevar las cuentas claras. Y, adem¨¢s, ¨²nicamente compramos tonter¨ªas.
Los hombres, o vamos a la compra con una lista hecha por la mujer y entregada con autoritario recitado de las normas de procedimiento, seguido de severas advertencias y duras admoniciones, o arruinamos la econom¨ªa dom¨¦stica.
Ejemplo paradigm¨¢tico de lo que sabe comprar un hombre es el divorciado. Al divorciado se le nota en el s¨²per porque deambula azaroso y desnortado con cara de n¨¢ufrago y compra confit de pato.
El carrito de la compra del divorciado se va llenando hasta los topes de aperitivos, entre los que no faltan las almendras, las avellanas, los saladitos, los anacardos y toda la gama de comestibles duros, buenos para roer y para acompa?ar al dulce n¨¦ctar de los dioses.
Luego, claro est¨¢, cae ese dulce n¨¦ctar de los dioses. No a la buena de Dios, que el divorciado es muy suyo y muy curioso - suelen decir los castizos-, sino en sus diversas versiones embotelladas, tras cuidadosa selecci¨®n: el fino y el oloroso, para abrir boca; el tinto, para las carnes; el blanco, para los pescados, y el rosado, para el ni fu ni fa; cava por si se produce una de esas casualidades de la vida y llega un bien ligar; el aguardiente digestivo, y un surtido de de rones, whiskys y co?¨¢s que amenizar¨¢n las largas noches de televisi¨®n y rosas.
Hecho el acopio de licores, a¨²n faltan las vituallas de fundamento. Al fin y al cabo, si el divorciado est¨¢ en el s¨²per es porque alguna vez habr¨¢ de comer caliente. Y como no es cosa de fre¨ªr un filete (que siempre sale caduco y renegrido de la nevera y se queda duro como una suela), ni de mortificarse guisando unas vulgares patatas con piment¨®n (que tampoco podr¨ªa, so pena de quemar la casa), compra confit de pato. No un tarro, pues lo presentan escaso y, adem¨¢s, hay que hacer provisi¨®n. Mejor una docena. Y con el carrito coronado por la vistosa docena de tarros de confit de pato, pasa por caja y se deja all¨ª el sueldo.
Los hombres, sin las mujeres, somos un desastre. Si lo sabr¨¢ un servidor, que ha llegado a aborrecer el confit de pato.
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