El ¨²ltimo desencanto
Creo que la confianza de los habitantes de este pa¨ªs en su clase pol¨ªtica no es un recurso tan abundante como para podernos permitir su derroche. No nos enga?emos. La convivencia democr¨¢tica requiere de unos m¨ªnimos que son tanto m¨¢s estrictos cuanto menor haya sido el periodo hist¨®rico de su uso. Y, por mucho que hayamos exportado transiciones, nuestra pr¨¢ctica y convencimiento democr¨¢ticos son realmente fr¨¢giles.Adem¨¢s, despu¨¦s de un largo silencio y de dos o tres desencantos (el primero, tan antiguo como la pel¨ªcula del mismo t¨ªtulo), el conjunto de la sociedad percibe actualmente, cada vez con m¨¢s claridad, la falta de sinton¨ªa entre sus problemas y las soluciones que unos y otros grupos pol¨ªticos proponen cuando se dignan ponerse a ello, que es para lo que son elegidos y deber¨ªa constituir su primera preocupaci¨®n.
Parece evidente que falta altura en el an¨¢lisis, en el discurso, en los mensajes, en las ideas, en aquello que constituye (adem¨¢s del f¨²tbol) alimento de la ciudadan¨ªa. Por no hablar de los problemillas de la propia maquinaria pol¨ªtica. ?O cree usted, se?or Aznar, que cuando, respondiendo a inc¨®modas preguntas sobre corrupci¨®n, usted maneja el consabido "... y t¨² m¨¢s" el personal queda reconfortado? Que cada palo aguante su vela. Persistiendo en el error, puede que en nuestra conciencia social se acabe instalando, de forma definitiva, la idea de que el actual sistema pol¨ªtico ha superado la categor¨ªa de mal menor para acabar siendo un mal equivalente a otros en el complejo problema de vivir en sociedad. No s¨¦ si me explico.-
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