La hora m¨¢s dif¨ªcil de un antiguo antiatlantista
Solana llam¨® a su hijo y le ley¨® a Victor Hugo al final del d¨ªa en que orden¨® a los militares atacar Serbia
?rase una vez en Bruselas un hombre de un tel¨¦fono colgado. Las ¨²ltimas 36 horas de la vida de Javier Solana Madariaga pueden pasar a la historia, pero en ellas no hay m¨¢s que llamadas de tel¨¦fono. Este madrile?o que empieza a acercarse a la sesentena, catedr¨¢tico de F¨ªsica del Estado S¨®lido, militante del PSOE cuando el dictador Franco a¨²n estaba en vida, eternamente se?alado por el dedo por haber cambiado las manifestaciones anti-OTAN de los primeros a?os ochenta por la secretar¨ªa general de ese mismo organismo en los ¨²ltimos a?os noventa, apret¨® en la noche del martes el bot¨®n rojo y por primera vez orden¨® un ataque de la Alianza a un pa¨ªs soberano sin que ning¨²n otro se lo haya solicitado.No ha sido un capricho suyo. Ha sido una decisi¨®n madurada durante meses por la comunidad internacional pero que abre mil interrogantes. Su tardanza (para unos) y su precipitaci¨®n (para otros). Sus efectos en las relaciones con Rusia y con Naciones Unidas. Su utilizaci¨®n para legitimar acciones similares de pa¨ªses no amigos. O sus consecuencias en el resto de los Balcanes.
Son interrogantes que Javier Solana ha consultado estos d¨ªas con un sinf¨ªn de jefes de Estado o de Gobierno. El secretario general de la OTAN habl¨® el martes con el presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y su secretaria de Estado, Madeleine Albright; con el canciller alem¨¢n, Gerhard Schr?der, y su ministro de Exteriores, Joschka Fischer; con el jefe del Consejo italiano, Massimo D"Alema; con el ministro brit¨¢nico de Exteriores, Robin Cook; con el presidente del Gobierno espa?ol, Jos¨¦ Mar¨ªa Aznar; con el enviado de EEUU en Kosovo, Richard Holbrooke; convers¨® largamente con el secretario general de la ONU, Kofi Annan, y con la responsable de la agencia de este organismo para los refugiados (ACNUR), la japonesa Sadako Ogata, y habl¨® en la sede de la OTAN con el embajador ruso ante la Alianza.
Tras estas conferencias, y conociendo ya el fracaso de Holbrooke en Belgrado, tom¨® la decisi¨®n de atacar. Eran apenas las ocho de la tarde del martes. Poco despu¨¦s, a las nueve, se reuni¨® con Holbrooke en su despacho de Bruselas, y despu¨¦s ambos comparecieron ante el Consejo Atl¨¢ntico. Un Solana con aspecto apesadumbrado acompa?¨® al americano hasta la puerta a las 22.30.
El secretario general volvi¨® a reunirse entonces con el Consejo Atl¨¢ntico para comunicarles su dictamen. "He tomado la decisi¨®n de atacar. Ustedes han podido o¨ªr por boca del se?or Holbrooke que no hay otra posibilidad de arreglar las cosas por v¨ªa diplom¨¢tica. Son momentos dif¨ªciles, pero hemos de asumir la responsabilidad", dijo. Los embajadores le dedicaron un cerrado aplauso.
Solana le comunic¨® al jefe supremo de las fuerzas aliadas, el general Wesley Clark, la orden de ataque y ley¨® una corta declaraci¨®n ante la prensa. Volvi¨® a su despacho y habl¨® con el canciller Schr?der y el ministro Fischer, que transmitieron sus explicaciones al Consejo Europeo reunido en Berl¨ªn. Llam¨® a su hijo Diego en Madrid y recibi¨® nuevamente al general Clark para darle la orden por escrito. A las dos de la madrugada se fue a su casa.
Hombre de poco sue?o y mucha lectura, ley¨® un rato a Victor Hugo. A las 6.30 del mi¨¦rcoles el general Clark le puso al corriente de los preparativos militares. Solana sali¨® al vecino Bois de la Cambre para correr un rato y a las ocho lleg¨® a su despacho. Pas¨® la ma?ana entre reuniones con sus colaboradores y nuevas llamadas. A la una de la tarde concedi¨® la primera entrevista del d¨ªa. Pasado el mediod¨ªa se confirmaba que el italiano Romano Prodi hab¨ªa sido elegido nuevo presidente de la Comisi¨®n Europea.
Javier Solana deber¨¢ pasar a¨²n algunos a?os colgado del tel¨¦fono. Quiz¨¢ hasta que en el 2004 pueda hacer realidad su verdadera obsesi¨®n: presidir el Gobierno de Espa?a.
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