Nuestra primera guerra XAVIER BRU DE SALA
Unos de vacaciones y otros, a la vuelta de la esquina, de ¨¦xodo forzoso. A veces, los t¨®picos son tan ciertos que ocupan todo el paisaje y la capacidad de observaci¨®n disponibles. Un poco de intranquilidad y de zozobra por estas fechas puede incluso que nos ense?e a situarnos un poco mejor en el mapa f¨ªsico y moral de nuestro tiempo. Junto a sus aliados de la OTAN, Espa?a est¨¢ en guerra. Y con ella Catalu?a, sin que se hayan o¨ªdo por aqu¨ª las mismas voces discrepantes que en Madrid. Se trata de una guerra muy tecnol¨®gica, en la que s¨®lo ha habido muertos por el lado de los serbios y por el de sus v¨ªctimas. Una guerra de castigo a un ej¨¦rcito de larga trayectoria genocida, un duro ataque de dudosa eficacia pero, seg¨²n decimos nosotros, los atacantes, necesario y compasivo. ?C¨®mo nos lo tomamos? La participaci¨®n espa?ola en la guerra del Golfo fue de apoyo log¨ªstico y moral, pero sin participaci¨®n en los combates. Lo de Bosnia fue y es una acci¨®n humanitaria, de la que en consecuencia es bastante dif¨ªcil discrepar. ?sta es ya una guerra, limitada, sin previsi¨®n de env¨ªo de tropas terrestres, un tanto sui g¨¦neris, pues, pero guerra al fin y al cabo. Y estamos en ella, somos ciudadanos de un pa¨ªs atacante. Para la inmensa mayor¨ªa de nuestra poblaci¨®n -desde anteayer, todos los menores de 60 a?os-, se trata de la primera guerra en la que su pa¨ªs participa de pleno. Aunque estemos de vacaciones. Es tambi¨¦n la primera vez en siglos que Espa?a, y Catalu?a con ella, forma parte de un ej¨¦rcito europeo u occidental que entra en combate. Y es un espa?ol quien da la orden de ataque. Entre las consecuencias de estar dentro se incluye la proximidad moral. Si estamos en el campo de batalla, echando bombas junto a los dem¨¢s, ya no es posible juzgar desde fuera como en los ¨²ltimos 30 a?os. Es un error de ubicaci¨®n, entre huidizo e infantil, hablar del asunto como si no fuera con nosotros, o como si nos concerniera s¨®lo en cuanto a seres humanos. Esta vez hay m¨¢s, bastante m¨¢s. A lo mejor cuesta un poco adaptar la mentalidad y la mirada a la novedad de la posici¨®n interior en la que estamos, pero es saludable esforzarse un poco. ?C¨®mo reaccionamos? En el arco parlamentario y en la opini¨®n p¨²blica catalanas, apenas se oyen voces que no partan de culpabilizar a los serbios de la situaci¨®n. A partir de ah¨ª, hay quien hubiera preferido otro tipo de intervenci¨®n, quien teme que las consecuencias para los kosovares no sean muy distintas a las de haber dejado actuar impunemente a Milosevic, o quien est¨¢ preocupado por una posible, aunque no probable, extensi¨®n del conflicto. Pero el principio de que la intervenci¨®n est¨¢ justificada y ha sido la menos mala de las dos decisiones posibles -castigar o abstenerse- no tiene, que se hayan expresado en p¨²blico, discrepantes en la derecha, y muy pocos en la izquierda. M¨¢s bien los ex comunistas catalanes est¨¢n del lado de su compa?ero D"Alema, ex comunista y primer ministro del pa¨ªs atacante m¨¢s implicado. Alguno ha sostenido que el sufrimiento de los albanokosovares es una consecuencia del bombardeo sobre Yugoslavia, adem¨¢s de repetir otras lindezas soltadas en Madrid, pero eso no rompe la notable unidad moral de los catalanes, incluidas las dudas y el desasosiego. No hay simetr¨ªa con el resto de Espa?a. All¨ª, la mayor¨ªa de ex comunistas coinciden con ciertos herederos de la derecha hist¨®rica -ya plenamente democr¨¢ticos e incluso amigos de profundizar el Estado auton¨®mico- en subrayar la culpabilidad de Occidente, en sugerir que los serbios est¨¢n en su derecho, que Kosovo es bien suyo, o en se?alar que esta guerra es ilegal porque Rusia tiene derecho de veto en la ONU, lo cual es cierto pero irrelevante. El divorcio que se ha producido entre los anguitistas y otros intelectuales de la izquierda menos reciclada, por una parte, y por otra los solidarios, los humanitaristas, la gente de las oeneg¨¦s, que eran sus afines ideol¨®gicos, parece irreconciliable. El comunismo europeo agoniza en Serbia doblado de fascismo. Algunos, crey¨¦ndose tanto en posesi¨®n de la verdad ¨¦tica que niegan esta evidencia, pueden acabar como Peter Handke, el proserbio, que es, con todo merecimiento, la bestia negra de la intelectualidad occidental. En cambio, los que condenan los ataques de la OTAN porque est¨¢n contra el derecho de injerencia por razones humanitarias, porque consideran que los Estados pueden pisotear y masacrar a sus s¨²bditos sin entrometidos exteriores o porque, seg¨²n ellos, el derecho moral de Occidente no es superior al de Milosevic, se expresan sin una palabra de compasi¨®n por los kosovares en los peri¨®dicos, pero no tienen voz en el Congreso. Unos y otros se intercambian argumentos para justificar una posici¨®n que s¨®lo se comprende por fidelidad al desaparecido bloque del Este o por un singularismo hisp¨¢nico de rancio abolengo que incluye el deber, llegado el caso, de arreglar las tensiones internas espa?olas manu militari y sin que el mundo rechiste. Las razones de fondo son distintas, las actitudes similares, los discursos se parecen. Pero es una ventaja para la derecha que, gobernando Aznar, sus proserbios no aparezcan vinculados al PP.
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