La cota 481
La cota 481. El pico de la muerte. El voluntario norteamericano Edwin Rolfe, integrante de la brigada Lincoln, recuerda en su diario, seg¨²n constata Carlos Rojas en Por qu¨¦ perdimos la guerra: "Hed¨ªa a muerto. Los obuses enemigos pasaron sobre las cotas y cayeron en el valle, matando heridos evacuados y hombres que llenaban sus cantimploras. Explotaban a 20 o 30 metros de nosotros. ?Si fuera posible abrazarse a la ladera! Hed¨ªa a muerto. Silbaban las balas. El aire se poblaba de rastros rojos ". La batalla del Ebro. Cinco meses, de julio a noviembre de 1938, que decidieron la Guerra Civil. Miles de muertos. "Fueron meses de muchas lluvias", afirman Toni Blanch y Jaume Escud¨¦. Hablan de las granadas Otto, de las bombas de mano CNT, de machetes argentinos y del proyectil El Abuelo, del m¨¢user y de espoletas. Llevan a?os recorriendo los campos de la zona, recogiendo restos de la batalla, visitando trincheras, imaginando: "Asciendes por una ladera escarpada y piensas que, si a ti te supone un esfuerzo, c¨®mo deb¨ªa de ser para aquellos hombres, cuando les estaban disparando", explica Escud¨¦. La cota 481 es una vieja amiga para estos dos hombres, que han cedido sus colecciones para la formaci¨®n del Centro de Estudios de la Batalla del Ebro (CEBE), que, con sede en Gandesa (Terra Alta), pretende aunar todo el material posible sobre la contienda. En los a?os cuarenta y cincuenta, los restos de la batalla eran codiciados por pura supervivencia. El kilogramo de metal se vend¨ªa a 50 o 60 pesetas, cuando un jornal era de 30; y hab¨ªa mucho metal en la sierra. Los hombres y los ni?os se dedicaban a recoger y desactivar bombas, con el consiguiente peligro. M¨¢s de uno se ha dejado un dedo, la mano, los brazos o la vida. Las mujeres rastreaban buscando sartenes, cantimploras, todo el hierro no explosivo. As¨ª inici¨® Blanch su colecci¨®n. Escud¨¦, m¨¢s joven, lo hizo m¨¢s por curiosidad. Empez¨® por un pozo en el terreno familiar: "Los soldados utilizaban sus cascos como cubos para sacar agua. Pero algunas veces los perd¨ªan. Salieron muchos y los guard¨¦". Especializados ya, armados con un detector de metales, salen cuando pueden: Blanch, pay¨¦s, "los domingos y cuando llueve"; Escud¨¦, maestro, los veranos. Las piezas m¨¢s queridas son las m¨¢s extra?as y dif¨ªciles, como el proyectil El abuelo, uno de los m¨¢s grandes que se pueden ver en la exposici¨®n: 200 kilogramos de bomba desactivada que Blanch carg¨® a pulso y se llev¨® en remolque con el explosivo intacto. "Lo mol¨ª a golpes para abrirlo", recuerda. Las m¨¢s emotivas son "las que pertenecieron a familiares, una m¨¢quina de liar tabaco de un t¨ªo que muri¨® en Madrid y una mochila de un hombre que cay¨® aqu¨ª al lado", dice Escud¨¦. Tambi¨¦n fusiles antiguos y granadas de los maquis, que tambi¨¦n actuaron en la zona. Un ¨¢nimo de coleccionista acrecentado por el hecho de que los republicanos andaban pertrechados con restos: granadas de la I Guerra Mundial de cualquier pa¨ªs, fusiles de ex¨®tica procedencia, cartuchos de diferentes calibres, toda una exposici¨®n de material b¨¦lico. Palas de pontoneros, uniformes, insignias, carteles, todo. Todo lo relacionado con la batalla, tomando como base las colecciones de los particulares, conformar¨¢ el CEBE, abierto estos d¨ªas de Semana Santa de forma provisional, pero que ser¨¢ permanente a partir de octubre o quiz¨¢ antes. Un centro que, ubicado en las antiguas escuelas de Gandesa, pretende, adem¨¢s, ofrecer rutas, la visita a las trincheras, a los monolitos conmemorativos, a los lugares desde donde los militares dirigieron la batalla. Se?alizar las rutas, limpiar las trincheras, localizar documentos -desde los decretos de Defensa hasta la carta a la novia del soldado m¨¢s an¨®nimo- e integrar el pueblo devastado de Corbera en la ruta son faenas que todav¨ªa quedan por hacer, y que complementar¨¢n el museo de una de las batallas m¨¢s controvertidas de la Guerra Civil.
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