La Europa son¨¢mbula
"No tener m¨¢s que ideas sugeridas y creer que son espont¨¢neas, tal es la ilusi¨®n propia del son¨¢mbulo, y tambi¨¦n del hombre social", observa el genial autor de Leyes de la imitaci¨®n. Sin querer reducir al m¨¢s actual de los soci¨®logos franceses a un te¨®rico maniaco del "contagio imitativo", nadie mejor que Gabriel Tarde (1843-1904) para introducirnos, en 1999, en el meollo de un engranaje idiota en el que europeos inteligentes pero mim¨¦ticos nos comprometen de buena fe.Es en ¨¦poca de guerra cuando el estado social se acerca m¨¢s a un estado de hipnosis compartida. Tambi¨¦n se sale de ¨¦l generalmente como cuando nos despertamos de un mal sue?o, o incluso de uno bueno: algo confusos, desenga?ados, demasiado tarde ("pero ?c¨®mo he podido creerlo?"). Lo que, en estas sacudidas, recorre el cuerpo social, subraya Tarde, "es un sue?o de mando y un sue?o en acci¨®n". Cuanto m¨¢s molesta es la realidad, m¨¢s necesitamos encubrirla con mitos, y no se conoce ning¨²n conflicto armado entre intereses opuestos que no se haya vuelto aceptable, por no decir deseable, por el conflicto de entidades imaginarias que el sue?o colectivo le superpone por los dos lados (el Derecho contra la Barbarie, dec¨ªamos en 1914-1918, peque?a guerra balc¨¢nica extendida al oeste y al norte).
Con las masacres de Kosovo y la guerra en Serbia, el medi¨®logo, profesionalmente apegado a las tecnolog¨ªas del hacer creer, se interesa primero por los medios de mando del sue?o de la OTAN, que han hecho cre¨ªble la aventura. La explicaci¨®n dada por los art¨ªfices de la comunicaci¨®n no es suficiente. A¨²n lo es menos el complot de un Big Brother hipnotizador instalado en Washington o Bruselas, bombarde¨¢ndonos con im¨¢genes y palabras estudiadas.
No somos v¨ªctimas de una intoxicaci¨®n, colaboramos activamente, con nuestras im¨¢genes y nuestras palabras, en una empresa contraproducente. Precipita lo que quer¨ªa evitar, como es normal en la estrategia, donde el negro surge del blanco y el blanco del negro (por eso, los buenos sentimientos nunca son provocan buenas estrategias).
El problema no es t¨¦cnico, ni siquiera pol¨ªtico. Es mental y cultural. No denunciamos la manipulaci¨®n, intentamos comprender la aculturaci¨®n. Que nos permite hacer nuestras, como buenos son¨¢mbulos, im¨¢genes y palabras venidas de otra historia, de otra tradici¨®n.
"La defensa de las poblaciones civiles y de los valores comunes a las democracias parlamentarias", ¨¦sa es la justificaci¨®n oficial de estas incursiones, humanitaria (alto a la masacre) y moralizadora (nuestros ideales). ?Qui¨¦n puede oponerse? Es la gram¨¢tica as¨¦ptica de la era poshist¨®rica. Nuestros portavoces no hablan de pol¨ªtica, y menos a¨²n de historia. El discurso de la OTAN va y viene entre la exacci¨®n puntual garantizada por la pantalla (el techo que se quema, la mujer que huye, el ni?o que llora) y la altura de los principios universales.
Esta combinaci¨®n maestra lleva el sello del modelo norteamericano de pol¨ªtica exterior que Europa ha hecho suyo: el idealismo moral y la superioridad t¨¦cnica (el wilsonismo m¨¢s el Tomahawk, por as¨ª decirlo). El derecho fija la norma, las m¨¢quinas hacen que se respete. Esquivar la pol¨ªtica a trav¨¦s de la t¨¦cnica, y evitarse las gravedades y complicaciones del pasado con la conquista del espacio, de una a otra frontera (caballo, coche, avi¨®n, cohete), son los dos mitos que mueven la Odisea norteamericana. La historia y la geograf¨ªa nunca han sido un problema para esta tierra prometida, que, desde el principio, era un destino, pero no un pasado. Sus primeros ocupantes se instalaron en un espacio vac¨ªo, o, cuando no lo estaba lo suficiente, limpiado con el Winchester, purificaci¨®n ¨¦tnica sublimada por la imagen de la conquista del Oeste. Nada de vecinos amenazadores. Los territorios fronterizos se compran: Luisiana, Alaska, Oreg¨®n, Florida.
Por lo que respecta a la religi¨®n del derecho, all¨ª es un justo homenaje al origen. La Constituci¨®n ha precedido a la Federaci¨®n norteamericana, que existe gracias a ella, de ah¨ª que sea sagrada. En Europa, el c¨®digo y la historia han tenido que llegar a compromisos, porque la historia estaba all¨ª antes: en Estados Unidos, el c¨®digo, contrato adoptado ante Dios, ha precedido al acontecimiento y ha hecho la historia de los hombres. Como es sabido, para un creyente (?y qu¨¦ Estado lo es m¨¢s que ¨¦se?), entre la resurrecci¨®n y el juicio final, no ocurre, en definitiva, nada serio.
Se puede decir que una cabeza se ha americanizado cuando ha sustituido el tiempo por el espacio; la historia, por la t¨¦cnica, y la pol¨ªtica, por el Evangelio. As¨ª aparecen "las poblaciones", como se llama a los pueblos aplastados, desconectados de su pasado (enemigos hereditarios, epopeyas de fundaci¨®n, lengua y religi¨®n) y, por lo tanto, de su identidad. Las poblaciones se descomponen a su vez en v¨ªctimas y en refugiados, cuando est¨¢n del lado bueno, del nuestro, y en elementos fan¨¢ticos e instigadores en el caso contrario. De ello resulta una visi¨®n del mundo a vista de p¨¢jaro, en la que desaparece todo contexto sociopol¨ªtico. Reducible a un mapa coloreado, como el que Clinton ha ense?ado a sus fieles para explicarles por qu¨¦ vuelve a Yugoslavia. Esta geograf¨ªa unidimensional, porque carece de la profundidad del tiempo, es pura abstracci¨®n. M¨¢s le hubiera valido, para ser concreto, ense?ar la cronolog¨ªa regional, un milenio de batallas, de mitos, de cismas y de enfrentamientos. Pero la televisi¨®n no est¨¢ hecha para mostrar lo hist¨®rico de las cosas. Una rapsodia de flashes emocionales sin hilo conductor sustituye al encadenamiento l¨®gico.
Estados Unidos cree que lo que fue bueno para ellos, la moral y la t¨¦cnica, ser¨¢ bueno tambi¨¦n para los dem¨¢s. Es normal: nunca ha captado bien la diferencia entre ¨¦l y el resto del mundo. Como todos los imperios, cree estar en el centro. Lo m¨¢s curioso es que los europeos aceptan ahora esta superstici¨®n. La informaci¨®n ocupa el lugar del conocimiento; la imagen, el lugar de la s¨ªntesis, del an¨¢lisis, y Halloween, el del D¨ªa de los difuntos. Es verdad que, orgullosos de su Manifest destiny, los norteamericanos siempre han sabido hacer de la redenci¨®n moral un arma ofensiva y han sabido construir las mejores m¨¢quinas.
Pero si hay una regi¨®n en la que las herramientas simplificadoras del New World Order caen en falso, si se puede decir as¨ª, es en esa Europa tr¨¢gica y pesimista en la que se han cruzado todas las culturas del viejo mundo. El-
manique¨ªsmo puritano casa con el business, no con los Balcanes. El problema es que con el hiperespacio ya no hay barreras mentales entre el viejo y el nuevo mundo, ya que este ¨²ltimo cada vez se siente m¨¢s autorizado a creer que est¨¢ en su casa en todas partes. Con la CNN, el planeta entra en Norteam¨¦rica, y la pol¨ªtica exterior de la metr¨®poli termina por integrarse en su pol¨ªtica interior; y en el interior de McWorld, Norteam¨¦rica, proporcionando a todos el sonido y la imagen a trav¨¦s de la gran y peque?a pantalla, amuebla el subconsciente colectivo, desde los j¨®venes de los suburbios a los Gobiernos.Este contagio de criterios y referencias, sensorial y espont¨¢neo, aunque deliberadamente cultivado por la Administraci¨®n imperial, raya en la narcosis. Nuestro "sue?o de acci¨®n" es el del espectador en su sill¨®n. Con la salvedad de que al cine, "f¨¢brica de sue?os", le sucede la televisi¨®n, el taller de lo reflejo. Es menos inventivo, y esto obliga a hacerlo a¨²n m¨¢s simple.
Para vender una guerra a la opini¨®n p¨²blica, y "make a long story short", la Casa Blanca debe, naturalmente, garantizar la inocuidad, la rapidez y las buenas relaciones econ¨®micas, pero ante todo, debe contar una buena historia. Una pel¨ªcula de acci¨®n moderna, exportable a cualquier parte por estar desprovista de todo contexto hist¨®rico que pueda limitar la audiencia. Lo ind¨ªgena, fugitiva aparici¨®n, se limita al color local, como la pareja de franceses acobardados en Salvar al soldado Ryan, o los mexicanos grasientos en las pel¨ªculas de John Ford. El "Good guy", decidido, pero que no escapa a los estados de ¨¢nimo, carga de la justicia y distinci¨®n del Dem¨®crata, contra el "bad guy", mirada torva y cara de cerdo. Psic¨®pata, perverso, nacionalista terco.
Gui¨®n tautol¨®gico (el malvado es malvado, "a rose is a rose is a rose"), que no ense?a nada pero agrada a los figurantes y auxiliares de la periferia. Del lado del caballero blanco, pues, la Democracia, entidad teol¨®gica, a¨¦rea, impoluta ( ajena, por naturaleza, a la cultura de la violencia, como bien saben los argelinos, vietnamitas e irlandeses). El US Army es su brazo secular; la ONU, una tarjeta de visita amovible; la "comunidad internacional", un nombre c¨®modo, y el presidente de Estados Unidos, su altivo tutor.
Del lado del Doctor No, emboscados en sus b¨²nkeres, los b¨¢rbaros y los dictadores. Su aniquilamiento significar¨¢ la vuelta inmediata a la civilizaci¨®n, a la moral internacional, a la libre circulaci¨®n de capitales. Nasser, Gaddafi, Castro, Assad, Jomeini, Milosevic: de estos monstruos procede todo el mal. Porque cada duelo es el ¨²ltimo de los ¨²ltimos, y el ser inmundo que hay que derribar, el ¨²ltimo de los dinosaurios. El ¨²ltimo obst¨¢culo entre las poblaciones atrasadas y la globalizaci¨®n de la libertad, sin impuestos ni derechos de aduana (Arabia Saud¨ª, por tanto, no tiene ninguna dictadura, es una zona libre). Estos Hitler intermitentes no est¨¢n, pues, ligados a pueblos, tradiciones, sensibilidades que les preceden y les sobreviven: el espantap¨¢jaros est¨¢ solo, mastodonte sin nadie que le mande o que le siga.
Sobre todo, nada de flash back, una foto ser¨¢ suficiente. Con la luz apagada en las zonas de operaciones, se encender¨¢n las pantallas en casa, donde los nuevos procedimientos infogr¨¢ficos har¨¢n maravillas. ?Sin im¨¢genes?
?Qu¨¦ importa! No importa, los signos har¨¢n el trabajo a partir de un documento cualquiera. Se dice a veces que la tecnolog¨ªa anula la fuerza de las palabras. De hecho, mitos y m¨¢quinas no se llevan bien. Un mito no es un comentario en off, es una forma de construir la imagen misma. En estas crisis a ciegas, no se quita nunca el sonido y el discurso sobre la actualidad se convierte en la actualidad misma.
Se puede declinar el producto en funci¨®n del folclore. El gui¨®n original, tempestad sobre los malvados, es para el gran p¨²blico, a lo Tim Burton, Luc Besson o Cameron. Si toma de la fuente del Fun-Military-Industrial Complex (los fans de Nueva York s¨®lo creen m¨¢s en esto), puede adquirir entre nosotros una gravedad conceptual, pat¨¦tica y metaf¨ªsica que crispa las caras y enronquece la voz. El destino del siglo, se nos dir¨¢, est¨¢ en juego. Los intelectuales franceses son expertos en a?adir a los signos-clich¨¦s signos- memoria sacados de la reserva de los s¨ªmbolos antifascistas y antitotalitarios -Gulag, Stalin, guerra de Espa?a, Oradour-sur-Glane-, se?ales intimidatorias pero ¨²tiles, porque dispensan de todo an¨¢lisis detallado. Donde reinan las may¨²sculas es desaconsejable la exactitud.
"La II Guerra Mundial", se ha dicho, "fue la primera pel¨ªcula en la que cada norteamericano pod¨ªa tener un papel...". Nosotros, los europeos, le debemos mucho a este actor improvisado de Normand¨ªa y de las Ardenas, casi tanto como al de Stalingrado. Quiz¨¢ porque una causa justa impuesta por la Historia no se presenta ni se piensa nunca como una pel¨ªcula desde el principio. No hay que pasarse con el orgullo. Es despu¨¦s, y no durante, cuando se introducen los anuncios y los trucajes.
Las guerras de Irak y de Serbia tienen por lo menos un punto en com¨²n: que las necesidades de la narraci¨®n han determinado y dado ritmo a la intriga, en tiempo real. Con alg¨²n aprieto con el gui¨®n en el ¨²ltimo caso. La m¨¢xima fuerza contra l a patada en la espinilla, era un gui¨®n honroso, pero ?c¨®mo bombardear una poblaci¨®n sin convertir a un pueblo en m¨¢rtir, cuando la palma del martirio -pensemos en Vietnam- equivale al laurel del vencedor? ?C¨®mo transformar en h¨¦roes a los pilotos profesionales mejor protegidos del mundo? ?C¨®mo destilar un buen combate singular, un duelo de honor, cuando la relaci¨®n de fuerzas y de PNB es de mil a uno? ?C¨®mo incluso llamar "guerra" -situaci¨®n que implica un m¨ªnimo de reciprocidad, yo te golpeo, t¨² me golpeas- a una operaci¨®n de castigo con cero muertos, donde el torturador es torturado a fondo (quedando entendido que depende s¨®lo del miserable parar el tormento con un sencillo gesto que indique que acepta rendirse o hablar, en lugar de obstinarse en lo irracional)?
En lo que respecta a la prestidigitaci¨®n, Occidente sabe hacerla.Tiene con qu¨¦. Incluso puede contar con Milosevic para que, consciente de las dificultades de rodaje, preste servicio a la causa, masacrando y expulsando a los albaneses sin verg¨¹enza. Lo que vuelve a poner la compasi¨®n del lado bueno, del nuestro. Pero dej¨¦monos de iron¨ªas. La cuesti¨®n deber¨ªa ser c¨®mo frenar de la mejor forma posible la "cat¨¢strofe humanitaria", y no c¨®mo explotarla en t¨¦rminos de comunicaci¨®n.
?Fuerza determinada, fuerza imb¨¦cil? Grecia conquist¨® a su conquistador pas¨¢ndole por su molde cultural. Y reprogram¨® inteligentemente la fuerza romana (el griego, recordemos, era la lingua franca del Imperio Romano). Prueba de que los imperios se suceden y no se asemejan: Norteam¨¦rica desprograma a Europa, que se vuelve as¨ª basta y miope como su leader. Presume en vano de no recibir instrucciones de la metr¨®poli. Sus diplom¨¢ticos se las ingenian en vano para tomar iniciativas, fomentar grupos de contacto, sacar lecciones, poner caras.
Norteam¨¦rica ni siquiera tiene necesidad de ser dominadora. Para nosotros se ha vuelto inevitable, es decir, misteriosa. Ahora se dice sin pensar: "los occidentales". Al¨¦rgico a sus propias complejidades, el dominado piensa siguiendo las especificaciones del dominante, por im¨¢genes y esl¨®ganes (el Estado de derecho, Democracia, Libertad). Lo que hace cre¨ªble este western es una crisis general de la transmisi¨®n europea: crisis de la escuela, de lo impreso, del espect¨¢culo, de todas los hilos de la memoria. Perdido el dominio intelectual de nuestro pasado, nuestro presente pol¨ªtico se nos hace hasta tal punto extra?o que podemos hacer sinceramente nuestro el simplismo virtuoso de Hollywood. Y confundir en su estela al idealismo hist¨®rico, que consiste en poner la fuerza de las cosas al servicio de un ideal, y el mediatismo antihist¨®rico, que consiste en sustituir el choque de las im¨¢genes por el peso de lo real, en reemplazar el razonamiento pol¨ªtico por el sentimiento moral, y finalmente, como dec¨ªa Barthes, en "dar a una realidad c¨ªnica patente una moral noble".
As¨ª se impone como "inevitable" el gui?ol populista del Combate de las Esencias (Democracia contra Fuerzas del mal), all¨ª donde se necesitar¨ªa una balanza de precisi¨®n y un meticuloso conocimiento de las cicatrices seculares para reconciliar paso a paso la justicia y la rectitud. Resultado: un imperio stop and go, pero arrogante, instant¨¢neo y sin memoria, pero seguro de s¨ª mismo, con mitolog¨ªas maniqueas, se ve investido de la summa potestas, poder de vida y muerte, sobre una regi¨®n por desgracia aquejada como ninguna otra de un exceso de memoria. Donde el pasado determina cada lugar, neur¨®ticamente, y donde, ma?ana como ayer, s¨®lo ser¨¢n viables lados mal cortados, golpe a golpe, sin formalismos ni grandilocuencia.
Entre la superstici¨®n de la historia, que hace estragos en los Balcanes, y la erradicaci¨®n de la historia que hace estragos en el Middle West, entre la paranoia y la frivolidad, hubiera sido deseable que el Viejo Continente impusiera el justo medio, puesto que, en Belgrado y Pr¨ªstina, a¨²n est¨¢ enfrentado a su propio pasado: invasi¨®n otomana, cuesti¨®n de Oriente, tratado de Versalles. Sin remontarnos a 1389, al mito fundador de la novela nacional serbia, ?no solicitaba el primer ministro Pacic a Clemenceau, en 1918, la expulsi¨®n de los albaneses de Kosovo? La Historia no es nuestro c¨®digo, naturalmente, pero disociar ambos nunca ha dado resultados viables.
Para pegar los pedazos, Europa necesit¨® a un De Gaulle, es decir, una lucidez aumentada por un car¨¢cter, capaz de adelantarse al futuro porque dio a la actualidad su profundidad temporal. Hay un refractario, o unos cuantos, que se atreven a pensar en los asuntos europeos con una gram¨¢tica europea, en lugar de plegarse al punto de vista de una burocracia imperial err¨¢tica y parsimoniosa, que tratando los asuntos perif¨¦ricos no d¨ªa a d¨ªa y durante toda su duraci¨®n, sino de emisi¨®n en emisi¨®n, al ritmo de los medios de comunicaci¨®n, como una m¨¢quina loca. Y deseando el dominio absoluto y sin pagar al contado.
La apuesta no es peque?a, si es cierto que en el tribunal del conformismo, que emite sus veredictos cotidianos en titulares e informes, el menor recalcitrante es tenido por delincuente (rojo, pardo o ambos). ?Tendremos, pues, que abdicar de todo proyecto valiente y so?ar como estetas con la belleza de las civilizaciones que mueren? El saber objetivo acumulado al fondo de nuestras canciller¨ªas, siglos de tratados, conferencias, y congresos almacenados en las bibliotecas, kil¨®metros lineales de pragmatismos sutiles, de masacres paradas, de odios ancestrales mitigados o dominados, expiran a los pies de una resplandeciente reportera-vedette de la CNN, musa del secretario general de un State Departament omnipresente en la peque?a pantalla... Calder¨®n perfecto para una obra maestra melanc¨®lica titulada El crep¨²sculo europeo, que habr¨ªa podido firmar Spengler y llevar a la pantalla espl¨¦ndidamente Visconti.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.