Cero kilos
Una mujer de cada 200 y un hombre de cada 1.000 son anor¨¦xicos. El 15% de los adolescentes de la Comunidad Valenciana no se alimenta bien. En una sociedad sobresaturada de objetos que taponan la insatisfacci¨®n y prometen la felicidad, nos encontramos con una cada vez m¨¢s cuantiosa representaci¨®n de j¨®venes que hacen o¨ªdos sordos a las demandas de los otros -la familia, los doctores, los psiquiatras- y optan por desear nada, que no es lo mismo que no desear. El s¨ªntoma m¨¢s alarmante de ese mortal deseo de nada es dejar de comer contraviniendo el m¨¢s elemental sentido com¨²n que dice que para vivir es necesario comer. Pero la anor¨¦xica, atrincherada en su s¨ªntoma, se encarga habilidosamente de velar con todo tipo de artima?as, la necesidad de comer. Dir¨¢ que desea parecerse a esas modelos et¨¦reas de cuerpo asexuado, y sus padres creer¨¢n que modificando la publicidad ella se recuperar¨¢; sostendr¨¢ que se ve gorda, y su familia y los medios de comunicaci¨®n le echar¨¢n la culpa de todo al ideal de belleza que se difunde desde las pasarelas. Pero lo que en realidad desea la anor¨¦xica es pesar cero kilos, como confesaba ante las c¨¢maras de una televisi¨®n una muchacha valenciana que recibe actualmente tratamiento en un hospital barcelon¨¦s. Nadie que desee realmente pesar cero kilos, esto es, ser nada, est¨¢ pensando ni en ropa, ni en tallas, ni en belleza alguna. No cabe descartar el efecto contagio que la respuesta medi¨¢tica a la anorexia y la dictadura de la moda tiene sobre adolescentes inseguros pero, de ah¨ª a culpar a los modistas y sus modelos del aumento de los trastornos alimentarios media un buen trecho. La anorexia es conocida como una grave neurosis alimentaria. Freud la equiparaba en gravedad a la melancol¨ªa y hac¨ªa equivalente la p¨¦rdida de apetito a la p¨¦rdida de la libido. Y la historia nos ofrece la serie de santas, brujas y m¨ªsticas anor¨¦xicas en un ejemplo claro de que el asunto de no comer nada, de desear nada para no ser y sortear as¨ª la barrera de la naturaleza para trascenderla, no tiene mucho que ver con la moda. De hecho los doctores que atienden a ese tipo de pacientes -el responsable de la Unidad de Trastornos Alimentarios de La Fe, en declaraciones a este mismo peri¨®dico lo hac¨ªa- no vacilan a la hora de decir que detr¨¢s de la enfermedad, escarbando como corresponde a la obligatoriedad de escuchar qu¨¦ dice de s¨ª ese sujeto enfermo que quiere pesar cero kilos, no parece encontrarse m¨¢s dictadura que la que la anor¨¦xica se impone. Y la moda es un tapujo. Una exigencia mort¨ªfera que se vela con los se?uelos que se transmiten sobre el ideal de belleza a un p¨²blico poco formado pero muy receptivo que sabe utilizar eficaces m¨¢scaras encubridoras. Una exigencia que impide a la anor¨¦xica atender las demandas que se le hacen para que se alimente porque en esa atenci¨®n residir¨ªa su fracaso. El manejo a veces siniestro con la comida es casi lo primero que un cr¨ªo aprende a utilizar, con la consiguiente desesperaci¨®n de su madre. La anor¨¦xica no soporta la posibilidad de hacerse cargo de lo que otro quiere para ella. Y, en esa l¨®gica, el especialista en nutrici¨®n, el ginec¨®logo, incluso el psiquiatra o el analista, ser¨ªan c¨®mplices de lo que le pide su mam¨¢. Por eso recaen tanto o abandonan de forma intempestiva el tratamiento o jam¨¢s dejan de infra-alimentarse durante el resto de su vida. Lo explicaba una madre que reclamaba un tratamiento multidisciplinar para estas enfermas que la sanidad p¨²blica no ofrece: "La engordaban pero no la curaban". Y ella tuvo que pagar tres millones de pesetas para que la curasen no para que le dieran de comer. Pero los s¨ªntomas anor¨¦xicos son tan fatales que no producen m¨¢s que demandas, controles, imperativos y desesperaci¨®n en los otros. La alarma est¨¢ sobradamente justificada, pues lo que ella desea es pesar cero kilos y ante semejante deseo s¨®lo cabe un forzamiento para que la muerte no la alcance. Y eso es lo que se comienza a hacer en los hospitales y desde los juzgados con la habitual parafernalia de apuntarse al carro de pol¨ªticos e incluso m¨¦dicos, que quiz¨¢ crean que el asunto empezar¨¢ a estar bajo control s¨®lo porque se ha creado una nueva unidad en tal o cual hospital, o se ha inaugurado la que ya funcionaba desde hace dos a?os. Ante el abismo de la enfermedad colocan fr¨ªvolamente el objeto "hospital", como colocar¨ªan el objeto "normativa de tallas" para calmar en parte la angustia. No est¨¢ de m¨¢s, al contrario, resulta muy preciso pero nunca ser¨¢ suficiente si en esa unidad no existe un lugar que permita la escucha, si no se accede a un tiempo de escucha tan necesario como la propia comida para que el s¨ªntoma, aut¨¦ntico compa?ero de la anor¨¦xica, se movilice y ella sea consciente de por qu¨¦ se hace acompa?ar de ¨¦l como un privilegiado partenaire. Lo que llamamos nuevas patolog¨ªas no son sino un desconocimiento o un olvido sintom¨¢tico de aquello que amenaza al ser humano como el saco de pulsiones que es. El reto es poder ayudar no s¨®lo a comer, que con una orden del juzgado es muy f¨¢cil, sino a descubrir con el paciente qu¨¦ cosa impulsa a alguien a desear pesar cero kilos. Ni jueces, ni m¨¦dicos, ni padres, ni disposiciones legales o normas sobre las tallas en la pasarela tienen todas las respuestas. La verdadera respuesta s¨®lo la tiene, sin saberlo quiz¨¢, la que se mata de hambre. Que llegue a poder decirlo y por lo tanto a curarse es la incertidumbre que nos arredra, pero no hay otro camino.
Carmen Botello es periodista.
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