Victorino hace un roto
Victorino Mart¨ªn lleg¨® con el enorme cartel que tra¨ªa de ferias anteriores y le hizo un roto. A qui¨¦n se le ocurre. No deber¨ªa ser excusa aquello de que nadie sabe lo que un toro lleva dentro: Victorino lo sabe. Eso, o es que ha perdido facultades. La corrida vino deslucida desde la presentaci¨®n hasta el comportamiento, y adem¨¢s uno de los toros se llev¨® por delante a Manuel Caballero, al que le peg¨® una cornada. Se lo llev¨® por delante de mala manera dos veces en el transcurso de la misma faena.
El caso es que se ve¨ªa venir. La ¨²nica vara que recibi¨® el toro result¨® insuficiente, sac¨® genio, tom¨® la muleta pidiendo pelea, y como Manuel Caballero la acept¨® ariesgando mucho pero dominando poco, el victorino desarroll¨® sentido y se ech¨® a lomos al torero, tir¨¢ndole luego un espeluznante menudeo de ga?afones. No acert¨® a herir en la primera voltereta mas s¨ª a la segunda y a¨²n se tem¨ªa que podr¨ªa producirse la tercera porque Caballero continu¨® en la arena, intentando temerariamente, in¨²tilmente, el toreo por naturales y derechazos. Mat¨® al toro y pas¨® por su pie a la enfermer¨ªa. El pabell¨®n de torero pundonoroso que ya ten¨ªa ganado y reconocido Manuel Caballero, qued¨® en lo alto.
Victorino / Mora, Ponce, Caballero
Toros de Victorino Mart¨ªn, mal presentados, tres muy chicos; mansos, de feo estilo. Juan Mora: cuatro pinchazos, bajonazo -aviso con dos minutos de retraso- y dobla el toro (ovaci¨®n y salida al tercio); bajonazo descarado (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo y estocada traser¨ªsima baja (vuelta). Enrique Ponce: pinchazo, estocada corta ca¨ªda, rueda insistente de peones y descabello (ovaci¨®n y salida al tercio); pinchazo perdiendo la muleta, otro sin perderla, estocada corta trasera y descabello (silencio). Manuel Caballero: dos pinchazos, estocada ca¨ªda y rueda insistente de peones (ovaci¨®n y salida al tercio); pas¨® a la enfermer¨ªa, donde fue intervenido de cornada menos grave en el gl¨²teo.Plaza de la Maestranza, 16 de abril. 7? corrida de feria. Cerca del lleno.
No fue ese tercer victorino el peor de la corrida, en el sentido de toro malo; toro que pone un bald¨®n a la ganader¨ªa. Los hubo peores, de esos tan mansos y tan descastados que dejan al ganadero con las posaderas al aire, sufriendo el mayor de los rid¨ªculos. Entre estos destac¨® el quinto, un impresentable ejemplar, paradigma de la mansedumbre y la burrer¨ªa, abroncado durante el arrastre por su mala cabeza.
No es que la ganader¨ªa tuviese al p¨²blico en contra. Antes al contrario estaba a su favor y dedicaba una ovaci¨®n cerrada a cada toro en cuanto saltaba al redondel. Daba igual que el toro tuviese pocas chichas y luciera aspecto de novillo. Es natural: entra ya la feria en su parte mollar, con carteles aproximadamente rematados, y se llegan a la plaza las masas triunfalistas, dispuestas a convertir cada tarde en la corrida del siglo. El procedimiento adecuado es aplaudirlo todo. Y, por supuesto, todo lo aplaud¨ªa. Aplaud¨ªa los toros burros, los lances bufos, las bregas toscas, los puyazos asesinos, los pares de banderillas colgando del costillar, los pinchazos, los bajonazos.
Sali¨® alg¨²n toro desarrollando la caracter¨ªstica casta victorina -que nadie ha dicho sea f¨¢cilmente digerible- y se fue sin torear. No se hace referencia aqu¨ª a los derechazos ni a los naturales sino al repertorio lidiador aplicable a los toros de la m¨¢s variada condici¨®n. Y cuando los derechazos y los naturales proced¨ªan, sol¨ªa faltar la decisi¨®n y la t¨¦cnica necesarias para embarcar las vibrantes embestidas.
Las lidias de los dos primeros toros planteaban esta cuesti¨®n, que los respectivos espadas resolvieron a medias. Juan Mora, que lleva unos a?os remedando los aires de los toreros aflamencados -tal que el Paula-, realizaba un trasteo sin unidad ni sentido lidiador, poni¨¦ndose vertical mientras pasaba al toro por la periferia o prodigando parones, que eran truco para aprovechar el viaje y d¨¢rselas de artista.
No siempre fue de esta guisa. De repente abr¨ªa el comp¨¢s, embarcaba largo, el toro segu¨ªa el enga?o hasta donde le mandara y quedaba la suerte preciosa de empaque y magn¨ªfica de ejecuci¨®n.
Salvando las l¨®gicas distancias, con la primera faena de Enrique Ponce suced¨ªa algo parecido: que unas veces el toro se revolv¨ªa fiero, oblig¨¢ndole a torear crispado y rectificar apresuradamente los terrenos, otras corr¨ªa la mano con templanza y llevaba al toro embebido en la pa?osa.
La inc¨®gnita es si tanto Mora como Ponce interpretaban esos pasajes de toreo excelso porque sus toros embest¨ªan boyantes a rachas o si la boyant¨ªa de los toros se manifestaba cada vez que a Ponce y Mora les ven¨ªan soplos de inspiraci¨®n y se atrev¨ªan a parar, templar y mandar.
Le correspondi¨® a Mora el lote de mayor manejabilidad, en el que se incluye el sexto toro, que lidi¨® en sustituci¨®n de Manuel Caballero, y el p¨²blico celebr¨® sus pases largos, sus pases cortos, sus parones, sus verticalidades y sus desarmes con la jubilosa vehemencia de quien asiste a la reencarnaci¨®n de la tauromaquia eterna. A Ponce, en cambio, le toc¨® pechar con el manso, burro, descastado, anovillado, flaco e impresentable quinto, que se iba suelto del enga?o, o cuando se lo presentaba el matador reculaba escarbando. Varias vueltas por el redondel haciendo el burro dio el toro, mancillando el honor de su estirpe y dejando en el m¨¢s espantoso de los rid¨ªculos al ganadero, que no sabr¨ªa d¨®nde meterse ni d¨®nde guardar su cartel, para disimular el bochorno.
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