Deber de memoria (1945-1999)
"Nosotros, los pueblos, hemos decidido evitar a las futuras generaciones el horror de la guerra...". As¨ª empieza la Carta de las Naciones Unidas. Era el a?o 1945 en San Francisco. Acababa una guerra en la que se hab¨ªan utilizado las pr¨¢cticas m¨¢s abominables de destrucci¨®n masiva e individual. Con los ojos llenos de pavor, los pueblos de la tierra pensaron en sus hijos y en sus nietos y decidieron evitarles los desgarros que acababan de vivir. "Puesto que las guerras nacen en las mentes de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la paz". Es el primer p¨¢rrafo de la Constituci¨®n de la Unesco, aprobada en Londres en noviembre de 1945. La construcci¨®n de la paz se hace cada d¨ªa, por cada uno. La paz es un comportamiento que se forja a trav¨¦s de la educaci¨®n, la ciencia y la cultura, confiriendo a cada ser humano la capacidad de actuar de acuerdo con su propia reflexi¨®n. El ministro brit¨¢nico Butler, cuando ca¨ªan las V-2 sobre el Reino Unido, concluy¨® que s¨®lo por la educaci¨®n -conocimiento y respeto de las otras culturas, consciencia de la fuerza del di¨¢logo, participaci¨®n en los asuntos p¨²blicos...- podr¨ªan evitarse en el futuro el genocidio, la selecci¨®n ¨¦tnica, la tortura, la mordaza.
Evitar la guerra yendo a sus ra¨ªces: la injusticia que provoca exclusi¨®n y miseria, los cuales desembocan en emigraciones y adopci¨®n de actitudes fan¨¢ticas y extremistas. Compartiendo mejor, para evitar lacerantes disparidades sociales. Al Si vis pacem para bellum se fue oponiendo progresivamente el para pacem. Si quieres la paz, prep¨¢rala, constr¨²yela. No aceptes lo inaceptable; escucha siempre, pero act¨²a seg¨²n tu criterio; no busques fuera las respuestas a las preguntas esenciales, porque est¨¢n dentro de ti. Prevenir la guerra por el desarrollo, por la libertad de expresi¨®n -que convierte la legalidad en justicia-, por la mejor distribuci¨®n de los recursos de toda ¨ªndole.
?Cu¨¢ntos enfrentamientos se han evitado! ?Cu¨¢nta dignidad -la de la "solidaridad intelectual y moral" que proclama la Carta Magna de la Unesco- se ha promovido o restablecido! Pero lo que se previene y, por tanto, no acaece, no se ve. La paz no se ve. No se ve la vida azarosa o sonriente y esperanzada. No se ve lo que se evita. Pero es la mayor victoria y tendremos todos -los medios de comunicaci¨®n en primer lugar- que contribuir a esta manifestaci¨®n y gesti¨®n de los invisibles, de lo que no aparece en la pantalla, se anuncia en la radio o se escribe en la prensa.
Durante estos ¨²ltimos a?os, la democracia ha ganado terreno, la voz del pueblo se oye hoy en lugares donde antes todo era silencio. Era la paz de la seguridad. Ahora empieza a germinar la seguridad de la paz. Ahora la discriminaci¨®n racial -el abominable apartheid- se ha superado en ?frica del Sur y Namibia, y dos grandes personajes de piel negra (Nelson Mandela y Sam Nujoma) presiden los destinos de sus pa¨ªses. Se ha alcanzado la paz en Mozambique, El Salvador, Guatemala y est¨¢ en camino en el Ulster y en el Medio Oriente, porque han concurrido la determinaci¨®n y la perseverancia. Y la visi¨®n. La visi¨®n sobre todo, porque, como dijo Albert Einstein, "en los momentos de crisis, s¨®lo la imaginaci¨®n es m¨¢s importante que el conocimiento".
"Evitar el horror de la guerra". ?C¨®mo? Por el desarrollo duradero a escala mundial, compartiendo con justicia. Ayudando a que todos los pa¨ªses vayan adquiriendo los saberes necesarios. Favoreciendo que todos los ciudadanos puedan participar, es decir, contar en los asuntos p¨²blicos y no s¨®lo ser contados en las encuestas de opini¨®n y en las elecciones. En el centro del tri¨¢ngulo interactivo paz-desarrollo-democracia se halla la educaci¨®n. Eduaci¨®n para todos a lo largo de toda la vida. "La democracia es la mejor soluci¨®n en la lucha contra la pobreza", ha escrito Amartya Sen, el flamante premio Nobel de Econom¨ªa. En la d¨¦cada de los noventa, como presintiendo la necesidad del cambio, muchos pa¨ªses -entre ellos los m¨¢s poblados del mundo- han hecho un gran esfuerzo inversor en educaci¨®n mediante el establecimiento de nuevas prioridades en sus presupuestos. A un incremento en educaci¨®n se corresponde, de forma casi inversamente proporcional, una disminuci¨®n del crecimiento demogr¨¢fico. La educaci¨®n es el mejor regulador de la natalidad. As¨ª, el aumento actual de 254.000 nuevos "pasajeros" diarios en el planeta Tierra -?deber de memoria!- ir¨¢ decreciendo si se mantienen las tendencias de los ¨²ltimos lustros.
Sin embargo, el c¨ªrculo vicioso de un sistema financiero basado en pr¨¦stamos que enriquecen a quienes los dan (y hacen funcionar sus f¨¢bricas) y empobrecen a quienes los reciben (que no pueden poner en marcha las suyas ni explotar sus recursos naturales), ha originado una asimetr¨ªa creciente, que acumula riqueza en un extremo y miseria en el otro. Riqueza con frecuencia desapercibida y triste, porque no se ama lo que no se ha so?ado y merecido.
Y as¨ª, guiados por las fuerzas del mercado e ¨ªndices a corto plazo, en lugar de hacerlo por medidas pol¨ªticas inspiradas en la Declaraci¨®n Universal de los Derechos Humanos, hemos olvidado, poco a poco, el horror de la guerra. Hemos acudido a grandes conferencias mundiales sobre medio ambiente, poblaci¨®n, desarrollo social, papel de la mujer..., pero luego no hemos honrado nuestros compromisos. En 1974, en la Asamblea General de la ONU, los pa¨ªses m¨¢s desarrollados acordaron ayudar a los menos favorecidos con el 0,7% de su PIB. Les quedaba el 99,3% para ellos. Con la excepci¨®n de algunos pa¨ªses n¨®rdicos, otra promesa incumplida. Es m¨¢s, en los ¨²ltimos tres o cuatro a?os ha descendido el porcentaje de cooperaci¨®n internacional (?hasta el 0,2% del PIB!) y han aumentado (hasta 3-5 veces en muchos pa¨ªses) las inversiones en gastos militares.
Deber de memoria. Delito de silencio. Nos hemos olvidado de los desgarros y el sufrimiento del torbellino de la violencia y de la guerra. La guerra es perversa. No los pueblos. No quienes se ven, de pronto, arrastrados por el vendaval. Sin embargo, no hemos alzado nuestra voz para provocar el clamor suficiente que alertara a los mandatarios. Y en lugar de construir la paz, hemos dejado que la raz¨®n de la fuerza se imponga de nuevo a la fuerza de la raz¨®n, que prevalezca sobre la prevenci¨®n, sobre el esfuerzo continuado de persuasi¨®n y de di¨¢logo. No hemos puesto en pie alianzas subregionales para la r¨¢pida intervenci¨®n en caso de cat¨¢strofes, para reducir su impacto, para anticiparnos, en la medida de lo posible, cuando se producen devastadores incendios forestales, huracanes... No hemos aprendido todav¨ªa a pagar el precio de la paz y ya estamos de nuevo pagando el de la guerra.
El precio (en vidas humanas, que son el m¨¢s perfecto monumento que debemos proteger) de la contienda mundial 1939-1945, llev¨® a la creaci¨®n de las Naciones Unidas. En 1989, al hundirse, con el muro de Berl¨ªn, el sistema sovi¨¦tico, el mundo vislumbr¨® el arco iris de un nuevo cambio. El tel¨®n de acero se hab¨ªa oxidado porque, basado en la igualdad, se olvid¨® de la libertad. Ahora estamos en la zozobra de un sistema que, basado en la libertad, se ha olvidado de la igualdad. Y ambos, de la fraternidad.
Cuando parec¨ªa que, por fin, se podr¨ªa contar con los "dividendos de la paz" y se reforzar¨ªa el Sistema de las Naciones Unidas, se ha producido exactamente lo contrario: se las ha debilitado, se las ha reducido a funciones de mantenimiento de la paz (pos-conflicto) y de ayuda humanitaria. A todo el engranaje de desarrollo (agencias para la agricultura, la salud, el trabajo, la educaci¨®n, la ciencia y la cultura) se le aplica el "crecimiento cero". Incluso, en el caso de la Unesco, que tiene m¨²ltiples tareas pero s¨®lo una misi¨®n, la de construir la paz, la de establecer una cultura de paz en lugar de una de guerra y violencia que prevalece desde los or¨ªgenes de la historia, los Estados Unidos, el pa¨ªs m¨¢s poderoso de la tierra, no ha podido cumplir su anunciado retorno por razones presupuestarias (unas pocas decenas de millones de d¨®lares).
1999. De nuevo el uso de la fuerza, con los m¨¢s sofisticados medios, aunque siempre resulte al final -gracias, en buena medida, a los periodistas y reporteros- que las fuerzas a¨¦reas deban descender de las alturas, salvo en el desierto, y hacer la guerra casa por casa y ¨¢rbol por ¨¢rbol. De nuevo la fuerza, esta vez, adem¨¢s, fuera del Sistema de Naciones Unidas, lo que crea un precedente muy peligroso. Si en su actual composici¨®n y funciones el Consejo de Seguridad no puede actuar con la celeridad y autoridad requeridas, que se cambien y mejoren sus caracter¨ªsticas. Pero prescindir de las Naciones Unidas es fomentar la incoherencia que representa la existencia de democracias a escala nacional para afrontar los problemas nacionales y de una oligocracia a escala mundial para abordar las cuestiones transnacionales.
Las Naciones Unidas, como ¨²nico marco de una s¨®lida democracia internacional que permita atajar en sus ra¨ªces la violencia y el terror, que con excesiva frecuencia generan los sentimientos nacionalistas, religiosos, ideol¨®gicos; que haga saber que la comunidad internacional no reconocer¨¢ a quienes alcancen el poder por la sangre en lugar de hacerlo por las urnas; que interpondr¨¢ sus fuerzas con vigor y celeridad cuando sean patentes la inexistencia de gobernaci¨®n o la violaci¨®n masiva de los derechos humanos. As¨ª, todos sabr¨ªan a qu¨¦ atenerse y se evitar¨ªa la inmensa confusi¨®n que origina toda conflagraci¨®n, porque la primera v¨ªctima de la guerra es la verdad.
1999. Tendremos que volver a reflexionar y actuar como en 1945. En los albores de un nuevo siglo y de un nuevo milenio, tendremos que fortalecer, con el esp¨ªritu fundacional, la uni¨®n de las naciones para prevenir la violencia y la guerra. Tendremos que basar esta uni¨®n en cuatro nuevos contratos: social, natural, cultural y ¨¦tico. Tendremos que elaborar y cumplir c¨®digos de conducta -en flujos de capitales, energ¨ªas, agua, armas...- a escala planetaria. Tendremos que invertir m¨¢s en favor de esta maravilla que es cada ser humano, ¨²nico. El coste es razonable si se tiene en cuenta que s¨®lo las inversiones en armamento han superado el a?o pasado los 800.000 millones de d¨®lares.
Deber de memoria. Recuerdo ahora, con especial emoci¨®n, cuando en Auschwitz y en Gor¨¦ -dos sitios declarados Patrimonio de la Humanidad por la Unesco- dec¨ªamos con firmeza: "?Nunca m¨¢s!". Cuando viendo Rubben Island, desde Cape Town, exclam¨¦: "?Nunca m¨¢s!". Y cuando abr¨ªamos en Kigali la "Casa de la Prensa" y en Bujumbura la "Casa de la Paz". Y en Somalia... Y repet¨ªamos: "?Nunca m¨¢s!". Despu¨¦s, en Sarajevo. Y en Mostar, empezando a reconstruir ahora los puentes grande y chico. Nunca m¨¢s.
Nunca es tarde para la paz. Mejor hoy que ma?ana. Que pare el fuego y, con la misma prodigalidad utilizada para hacer funcionar la m¨¢quina de guerra, hagamos funcionar ahora la de la paz. Que se sepa la verdad y se haga justicia. Que, bajo el cuidado de las Naciones Unidas, retornen a un Kosovo aut¨®nomo y plural, religiosa y ¨¦tnicamente, quienes han sido expulsados de sus hogares y tierras. Las heridas se abren en unas horas, pero tardan mucho tiempo en cicatrizar. Por eso hay que empezar cuanto antes.
Cuanto antes hay que iniciar el otro camino y hay que escribir una historia distinta de la que ahora s¨®lo podemos describir. Ser¨ªa el mejor homenaje a nuestros hijos y nietos, a los que prometimos, en 1945, que les ahorrar¨ªamos el horror de la guerra. Deber de memoria.
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