Tomeo, "nobelable" JOAN DE SAGARRA
El pasado mi¨¦rcoles, el editor Jorge Herralde y un servidor nos subimos al Talgo camino de Zaragoza -cuatro cochinas horas- para participar en un homenaje al escritor oscense (Quicena, 1931, aunque hay quien da como a?o de su nacimiento 1932) Javier Tomeo, aragon¨¦s, baturrico de pro, al cual, seg¨²n dijo Juan Bolea, concejal de Cultura del Ayuntamiento zaragozano, "hasta ahora se le hab¨ªa hecho -a ¨¦l y a su obra- escaso reconocimiento p¨²blico". Ser¨¢ en Zaragoza, porque aqu¨ª, en Barcelona, y m¨¢s concretamente en mi barrio -que tambi¨¦n es el de Tomeo-, en el paseo de Sant Joan, entre las calles de Rossell¨® y Proven?a, el baturrico Tomeo es todo un personaje. Aunque el librero de la esquina del paseo de Sant Joan con Rossell¨® no se haya enterado: el viernes, en la modesta paradita que mont¨® frente a su tiendecilla, no mostr¨® ning¨²n libro de Tomeo (todo eran marujas, maripaus, el Dios en La Habana, las afueras de Dios, el mos¨¦n Tronxo, la telebasura y la hagiograf¨ªa de Mart¨ª i Pol). No te jode. Fuimos a Zaragoza a aupar a Javier Tomeo -les copains d"abord!- y a sumarnos a la propuesta del Ayuntamiento zaragozano de pedir para Javier, el ilustre oscense, nada menos que el Premio Nobel. Y es que uno piensa que si el Nobel se lo han dado a don Camilo, no hay raz¨®n para que no se lo den a Javier, el cual no s¨®lo escribe mejor que el marqu¨¦s gallego -con menos pochas, menos Rolls Royce y menos negra imponente, pero con m¨¢s sapos bebedores de cerveza, alg¨²n que otro unicornio y hasta un hombre tortuga-, sino que encima es m¨¢s simp¨¢tico. As¨ª que en Zaragoza, en el paraninfo de la Facultad de Ciencias Econ¨®micas y Empresariales, nos reunimos un grupo de fan¨¢ticos de Javier Tomeo para auparle en su carrera hacia el Nobel. Menuda pandilla: Herralde, su editor; el cr¨ªtico literario Rafael Conte, ma?o como Tomeo; Ram¨®n Ac¨ªn, cr¨ªtico literario de El Heraldo de Arag¨®n, el hombre que mejor conoce la obra de Tomeo; el profesor de econom¨ªa Luis Alegre, que lo mismo se te pone a cantar la La bien pag¨¢ un 28 de junio en las colas de la Delegaci¨®n de Hacienda zaragozana que te lo encuentras en una discoteca luciendo la camiseta de Guardiola y bailando la yenka con Pen¨¦lope Cruz; Gabino Diego, otro fan de Tomeo, y un servidor. Moderaba -es un decir- la mesa el periodista F¨¦lix Romeo, orondo y saleroso muchacho. Aparte de Ac¨ªn, que se puso un pel¨ªn serio, se habl¨® principalmente de la afici¨®n que tiene Javier a perderse por los teatros en que estrenan sus obras, de la anorexia de sus novelas -anorexia que Herralde cambi¨® por el concepto franc¨¦s de fause maigre, es decir, que tiene tetas y culo, cosa que a Javier le encant¨®- y de la misoginia del escritor oscense, la cual, dicen, supera a la de don Santiago Ram¨®n y Cajal, lo cual no es poco. Total, que si no le dan el Nobel a Tomeo no ser¨¢ porque los amigos de la mesa no hayamos hecho cuanto pudimos para que as¨ª fuese, aunque, a decir verdad, yo creo que acabar¨¢n d¨¢ndoselo, porque a un escritor de raza como Javier, desconocido para una ministra de Cultura del PP, la misma se?ora que confundi¨® a Saramago con una tal Sara Mago, esas tonter¨ªas han de traerle suerte. Tomeo se mostraba feliz y contento en Zaragoza. Iba por el paseo de la Independencia junto a Gabino Diego y se maravillaba de que la gente le parase y le pidiese un aut¨®grafo. "A m¨ª, que no soy nadie, y yendo con Gabino", dec¨ªa el angelote. A los aragoneses les hace gracia eso de tener a un paisano nobelable -el escritor aragon¨¦s m¨¢s traducido en todo el mundo- y ya se lo imaginan vestido de baturro y bailando una jota ante el rey de Suecia. Por la tarde fuimos al teatro Principal, que cumple 200 a?os, donde se estrenaba Los misterios de la ¨®pera, adaptaci¨®n teatral de la novela hom¨®nima de Javier, con Jeanine Mestre, Paco Casares y Emilio Gavira, bajo la direcci¨®n de Carles Alfaro, el hijo del escultor valenciano, un hombre de teatro hecho y derecho. Es un encanto, una preciosidad de espect¨¢culo, con esa voluminosa soprano -bueno, no tan voluminosa como ser¨ªa de desear-, Brigida von Schwarzeinstein (Jeanine), incapaz de precipitarse con su caballo en la pira en la que arde el cad¨¢ver de su amado Sigfrido, pero ansiosa de que un bombero del teatro la deje satisfecha. Yo calificar¨ªa esa obra -con la man¨ªa que tenemos los cr¨ªticos de calificarlo todo, obras, autores, int¨¦rpretes; de colgarles a todos su sambenito- como un Bernhard ma?o: con hora y media m¨¢s de espect¨¢culo -es decir, el doble-, una Brunilda un tanto m¨¢s hipopot¨¢mica y una jotica bailada con obstinaci¨®n germ¨¢nica por un l¨²brico bombero turco, lo mismo puede arrasar en Salzburgo que en Bayreuth. Rematamos la jornada con un delicioso ternasco que nos zampamos Javier y un servidor en Casa Emilio, una de las mesas m¨¢s nobles y entra?ables de Zaragoza. Y entre bocado y bocado, yo le dec¨ªa a Javier lo agradable que ha de ser sentirse aragon¨¦s, baturrico y nobelable, querido por todos, lejos de esa tortilla envenenada en la que se mezclan el Porcel, el Gimferrer, el Mart¨ª i Pol...
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