Minucias
Como una nube de plomo, la guerra pesa sobre nuestras cabezas. Llevamos un mes y sigue haci¨¦ndose dif¨ªcil pensar en otras cosas. Uno no puede dejar de decir bienaventurados los pa¨ªses como el nuestro que pueden entretenerse en un qu¨ªtame all¨¢ esas corrupciones. Da cierta verg¨¹enza preocuparse de las trifulcas de Piqu¨¦ y Borrell. Y, sin embargo, la vida parlamentaria gira en torno a estas cosas. Los pol¨ªticos, empecinados en sus pugnas por el poder, parecen los menos interesados en los Balcanes. La OTAN ha definido un nuevo horizonte estrat¨¦gico y Aznar no tiene prisa en informar de ello al Parlamento: que se enteren por la prensa. La guerra sigue, porque en guerra estamos, por m¨¢s que Aznar silbe y mire a otro lado cuando alguien se lo recuerda. Parece el presidente empe?ado en ahorrar a los espa?oles el trance de preocuparse por la guerra. Y, por mucho que se desvele, la preocupaci¨®n existe. No pasar¨¢ Aznar a la historia por la sensibilidad demostrada en este conflicto. Sus aduladores nos dir¨¢n que ni el carisma ni la sensibilidad es ni ser¨¢ nunca lo suyo, que lo suyo es la alta diplomacia. Pero no se puede tratar a la opini¨®n interior como si la guerra no existiera para no pillarse en su impopularidad y oficiar en el exterior de fiel servidor de Clinton con el ojo puesto en Solana. En pol¨ªtica se aprovecha todo. Pero especular con una guerra es ignominioso. La guerra sigue y, mientras, la vida parlamentaria espa?ola contin¨²a languideciendo. Que no se ocupen de la guerra es lamentable. Pero no s¨®lo eso. El Gobierno decide ahora que no habr¨¢ debate del estado de la naci¨®n hasta despu¨¦s de las elecciones. Y lo dice apunt¨¢ndose una medalla: queremos "evitar que sea un mitin", lo cual en campa?a electoral es imposible. De modo que uno de los debates m¨¢s importantes y simb¨®licos del a?o es incompatible con el acontecimiento supremo de la democracia: el momento electoral. Desgraciadamente, el Gobierno tiene raz¨®n. Pero el debate pod¨ªa haber sido una oportunidad para empezar a romper esta l¨®gica. Si debate y elecciones no son compatibles porque las campa?as est¨¢n contraindicadas con la c¨ªvica confrontaci¨®n de ideas y propuestas, los ciudadanos (y los medios de comunicaci¨®n) tendr¨ªamos que hacer suspensi¨®n de pol¨ªtica durante los periodos preelectorales. Si los mismos pol¨ªticos reconocen que en estas fechas no hay lugar para la cordura, hasta el punto de que consideran imprudente convocar un debate, ?por qu¨¦ les escuchamos?
De la privilegiada situaci¨®n de este pa¨ªs en comparaci¨®n con los que se debaten entre las limpiezas ¨¦tnicas y los nuevos totalitarismos identitarios podr¨ªamos sacar por lo menos una conclusi¨®n: la conveniencia de mimar a las instituciones democr¨¢ticas a trav¨¦s de las cuales es posible una convivencia razonable. Todo lo contrario: se desprecia al Parlamento y a la opini¨®n, se maniobra para ajustar el debate del estado de la naci¨®n al inter¨¦s del que gobierna, se consagra el principio de que las campa?as electorales son s¨®lo ruido. ?Qu¨¦ contar¨ªa Aznar si llegara el momento en que soldados espa?oles tuvieran que ir a Kosovo por algo m¨¢s que razones humanitarias? En pol¨ªtica no se puede estar despistando siempre. Alg¨²n d¨ªa hay que coger el toro por los cuernos.
La capacidad de hacerse o¨ªr en el mundo ni la regalan ni se improvisa y Espa?a empez¨® a tomar carrerilla hace menos de 20 a?os. Cuenta la riqueza, la demograf¨ªa, el territorio y la capacidad de iniciativa. En todo ello Espa?a no pasa del segundo nivel. Raz¨®n de m¨¢s para actuar pensando en reforzar las instituciones democr¨¢ticas propias. S¨®lo as¨ª los prejuicios nacionales empezar¨ªan a cambiar.
La ciudadan¨ªa tiene algo que decir. Porque si los ninguneos del Parlamento, si las campa?as electorales excesivas y si las utilizaciones partidarias de la guerra se castigaran electoralmente, pronto cambiar¨ªan los h¨¢bitos pol¨ªticos. El problema es a qui¨¦n votar si cuando gobiernan todos hacen lo mismo: ven en el Parlamento un engorro, hacen de los medios de comunicaci¨®n p¨²blicos un instrumento de partido y capitalizan todo lo que se les pone por delante. Lo hemos visto estos d¨ªas. Lo hemos visto tantas veces. Bienaventurados los pa¨ªses en que todav¨ªa se pueden discutir estas minucias.
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