?Malditos pueblos!
De todas las razones nobles o maquiav¨¦licas que se han dado para explicar 1a intervenci¨®n de la OTAN en Kosovo, la menos convincente me parece la aportada por Julio Anguita: que Milosevic es de izquierdas, y eso hay quien no lo perdona. Por dif¨ªcil que resulte creerlo, se dir¨ªa que en esta ocasi¨®n el l¨ªder de IU se equivoca. Su dictamen dice muy poco sobre las causas reales del conflicto yugoslavo. En cambio deja perfectamente claro lo que Anguita y probablemente algunos m¨¢s consideran que es "ser de izquierdas". Milosevic es de izquierdas, como los difuntos Ceausescu y Kim Il Sung fueron de izquierdas, o como lo sigue siendo el sempiterno comandante Castro. Y como tambi¨¦n eran de izquierdas esos "congresos b¨²lgaros" a los que otro gerifalte de IU -que probablemente no hace tanto asist¨ªa a ellos fervorosamente- compar¨® con evidente ingratitud el congreso del PP del pasado enero, recogiendo un chiste inventado por otros, pero que ¨¦l no hubiera debido atreverse a repetir. En efecto, eso ha sido la izquierda para algunos, para los mismos precisamente que hoy deploran que en las sucesivas elecciones libres de la democracia espa?ola los ciudadanos cada vez les voten menos: ?por qu¨¦ ser¨¢? No he estado nunca en Kosovo y todo lo que s¨¦ de esa tierra, como de cualquier otra parte de la antigua Yugoslavia, lo he aprendido en art¨ªculos y libros. La experiencia que tengo de las osadas majader¨ªas que dicen otros acerca del conflicto vasco que conocen de o¨ªdas me impide pronunciarme tajantemente sobre la adecuaci¨®n de la respuesta armada que la OTAN est¨¢ dando a las agresiones de Milosevic. Por supuesto, no creo que cualquier respuesta armada contra un agresor armado sea intr¨ªnsecamente mala ni que sean siempre los ej¨¦rcitos los causantes de las guerras: sobre estos temas busco reflexiones pol¨ªticas, no jaculatorias seudorreligiosas o posturitas est¨¦ticas. Adem¨¢s, me impresiona que la mayor¨ªa de las personas cuyo criterio respeto y que conocen de primera mano la situaci¨®n por haber estado en Yugoslavia sean partidarias de la intervenci¨®n contra Milosevic. Ya en el caso de Bosnia he conocido a varios que fueron all¨¢ como cooperantes pacifistas y se volvieron partidarios de una razonable firmeza militar. En cambio, los que homologan como igualmente criminales a Milosevic y a la OTAN dan la impresi¨®n de haber salido menos de casa...
Sin embargo, aunque no me atrevo a desaprobar tajantemente la intervenci¨®n punitiva contra el siniestro dictador serbio, se me ocurren un par de preocupadas reservas. La primera es de ¨ªndole estrictamente pr¨¢ctica, es decir, versa sobre la efectividad del procedimiento b¨¦lico elegido. La guerra convencional funciona cuando se trata de conseguir objetivos inequ¨ªvocamente militares: por ejemplo, romper el cerco a Sarajevo o reconquistar el Kuwait invadido. Pero es un instrumento demasiado grosero para lograr metas pol¨ªticas m¨¢s sofisticadas, como instaurar una democracia efectiva o establecer la convivencia ¨¦tnica. En tales casos puede tener efectos incluso contraproducentes, al bloquear a sangre y fuego los mecanismos de participaci¨®n civil que deben institucionalizar dichos procesos. Por supuesto, resulta evidente que los deportados albanokosovares huyen de Milosevic, y no de los bombardeos de 1a OTAN, pero quiz¨¢ la confusi¨®n creada por ¨¦stos haya favorecido la actividad genocida del Ej¨¦rcito serbio, hoy en Kosovo y ma?ana en Montenegro o Macedonia. Si debe haber una intervenci¨®n militar, tendr¨ªa cuanto antes que apegarse lo m¨¢s posible al terreno y servir de apoyo a movimientos de resistencia locales de modo discriminado y espec¨ªfico. La guerra impone una l¨®gica brutal en la que probablemente se mover¨¢ como pez en el agua un bruto como Milosevic... a menos de alcanzar un nivel de exterminio en el que perecer¨¢n tanto sus c¨®mplices como quienes podr¨ªan reemplazarle ventajosamente.
Mi segunda objeci¨®n se refiere a la legitimaci¨®n democr¨¢tica de la intervenci¨®n armada. La actual, carente del refrendo expl¨ªcito de la ONU (ya s¨¦ que hubiera sido muy dif¨ªcil de conseguir, dado el derecho a veto de Rusia), parece m¨¢s bien una yihad o guerra santa a la occidental contra un determinado violador de derechos humanos... en un mundo en el que desdichadamente no faltan otros tolerados y aun festejados por los mismos integrantes de dicha cruzada. Admito la posibilidad de guerras justificadas, pero no la de guerras santas (?ni humanitarias!). Quisiera un fundamento legal internacional m¨¢s laico y menos caprichoso en cuanto a lo que debe ser castigado y permitido. Contra lo que vociferan los tontilocos, ser¨ªa de lo m¨¢s conveniente que existiese un gendarme mundial. Pero un gendarme sometido a jueces y leyes internacionales, no un alguacil creativo que inventa sus normas seg¨²n conviene en cada caso.
Debo aceptar que mis dos objeciones son fr¨¢giles porque no configuran ninguna alternativa viable al tr¨¢gico camino emprendido. Adem¨¢s, tampoco creo que los esfuerzos diplom¨¢ticos hubieran podido proseguirse indefinidamente, sustituyendo genialmente a los negociadores agotados por otros de refresco: el uso de fuerza militar lo hab¨ªa ya iniciado Milosevic hace mucho, sin dejar por ello de parlotear cazurramente con unos y otros. De modo que no me siento capaz de rechazar en t¨¦rminos absolutos la ofensiva defensiva de la OTAN... ni tampoco de aprobarla con tanto entusiasmo como algunos de los que me rodean. ?No queda entonces m¨¢s que un silencio resignado? Bueno, creo que a¨²n cabe decir una palabra contra los pueblos.
Una de las lecciones feroces de este fin de siglo es que nada empeora tanto a una persona como convencerla de que pertenece a un pueblo. No hace falta a?adir "oprimido", porque todos los pueblos lo est¨¢n por definici¨®n. Los que no est¨¢n oprimidos est¨¢n "amenazados" y, francamente, no s¨¦ que es peor. ?Qui¨¦n oprime o amenaza a los pueblos? Sus conciencias, es decir, los l¨ªderes que han decidido convencer a gente corriente y a menudo simp¨¢tica de que pertenecen a un pueblo, esa cosa antrop¨®faga y trascendental. Para lograr tal afiliaci¨®n forzosa subrayan hasta lo caricaturesco o monstruoso los ambiguos rasgos ¨¦tnicos existentes (a fin de potenciar al m¨¢ximo la excelencia dolorida del grupo) y mutilan en cada individuo sus mestizajes peculiares ("eres de los nuestros o de los suyos") y su identificaci¨®n con la humanidad sin lemas del vecino ("?no ves que te desprecia o que te expolia?"). Establecen siempre la beatificaci¨®n de la propia y mitol¨®gica identidad contra la satanizaci¨®n de alguna otra, no menos fant¨¢stica. En vez de reivindicar los derechos ciudadanos de convivencia, tantas veces conculcados...precisamente por los pueblos (tengo derecho a hablar en mi lengua, a celebrar mis fiestas, a practicar mi religi¨®n, a poseer mis s¨ªmbolos pol¨ªticos), denuncian la traidora vocaci¨®n de coexistir pac¨ªficamente con quienes son distintos en cuatro o cinco cosas, aunque se nos asemejen en otras diez mil: "?C¨®mo vamos a soportar a semejantes cabestros?".
Sin duda, no todos los l¨ªderes del pueblo son iguales: los hay violentamente exterminadores, como lo fue Franco en su d¨ªa o lo es hoy Milosevic, pero ello no dignifica, sino muy parcialmente, la conciencia popular que reacciona en su contra (aunque, desde luego, hace dignos de ayuda a quienes padecen su tiran¨ªa). Hace tiempo que o¨ª a albanokosovares sostener la imposibilidad de convivir con serbios, puesto que ellos no son eslavos, y ahora muchos refugiados proclaman -m¨¢s comprensiblemente- que no volver¨¢n a Kosovo hasta que desaparezca de all¨ª el ¨²ltimo serbio, o que esa tierra es suya porque la ocupan desde antes de tiempos de Cristo. La palabra m¨¢gica, abracadabrante, de unos y de otros es "autodeterminaci¨®n", pero entendida seg¨²n la definici¨®n ir¨®nica de Enzesberger: el derecho reclamado por parte de los habitantes de un territorio a determinar qui¨¦nes y c¨®mo han de vivir en todo ¨¦l. Saberse parte de un pueblo es alcanzar la exquisita dignidad de ser insoluble entre los dem¨¢s e incompatible con dos o tres adversarios selectos (siempre los vecinos m¨¢s pr¨®ximos). Se convierte uno en variedad ecol¨®gica preciosa, en orqu¨ªdea humana o, m¨¢s frecuentemente, en planta carn¨ªvora. Todo responde a la misma bot¨¢nica. Y entre tanta maleza apenas hay espacio para los verdaderos ciudadanos del siglo XX o XXI, como nuestro Nabokov: "Soy un escritor norteamericano nacido en Rusia y educado en Inglaterra, donde estudi¨¦ literatura francesa, antes de pasar quince a?os en Alemania...".
El populismo nacionalista ha aparecido con fuerza en Europa, al quebrarse los viejos Estados dictatoriales. Sirve de coartada para que no lleguen a surgir Estados verdaderamente democr¨¢ticos y tambi¨¦n para hacer la vida imposible a los que mejor o peor han logrado configurarse. Lo ha expresado muy bien Michael Ignatieff, en su reciente libro El honor del guerrero (editorial Taurus), que lleva como subt¨ªtulo "Guerra ¨¦tnica y conciencia moderna", y que merece ser estudiado en las escuelas: "El nacionalismo de la gente com¨²n es una consecuencia secundaria de la desintegraci¨®n pol¨ªtica, una respuesta a la destrucci¨®n del orden y de la convivencia de las etnias que aqu¨¦l hizo posible. El nacionalismo crea comunidades del miedo, grupos convencidos de que s¨®lo est¨¢n seguros si se mantienen juntos, porque los seres humanos se hacen nacionalistas cuando temen algo, cuando a la pregunta "?y qui¨¦n me protege ahora?" s¨®lo saben responder: "Los m¨ªos". En ese caldo de cultivo se cr¨ªan los Milosevic y compa?¨ªa. ?Y pensar que a¨²n hay despistados que exigen una Europa de los pueblos frente a la Europa de los Estados! Pedir una Europa de los pueblos significa dar luz verde a la Europa de los cr¨ªmenes.
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