Las mujeres: 35 horas y... algo m¨¢s
Un a?o m¨¢s, la preocupaci¨®n por los altos niveles de paro y la b¨²squeda de soluciones al desempleo marcan la celebraci¨®n del 1 de Mayo. Y, como viene siendo habitual en los ¨²ltimos a?os, las reivindicaciones de todas las organizaciones sindicales en esta jornada convergen nuevamente en torno a la reducci¨®n de la jornada laboral a 35 horas semanales. De hecho, el consenso social en torno a las 35 horas ha ido creciendo de forma gradual hasta ocupar hoy un lugar central entre las propuestas para combatir el paro y volver al tan ansiado camino del pleno empleo. Sin embargo, una vez mas, los debates y propuestas del 1 de Mayo siguen estando polarizados en el empleo, la modalidad arquet¨ªpica de trabajo en las sociedades industriales avanzadas, pero en ning¨²n caso la ¨²nica relevante. Junto con el empleo (trabajo remunerado) coexisten toda una serie de modalidades de trabajo que, aunque no derivan una compensaci¨®n monetaria, requieren una inversi¨®n de tiempo, dedicaci¨®n y energ¨ªa para producir bienes y servicios para terceras personas. Entre estos, el trabajo dom¨¦stico y de cuidados, que realizan fundamentalmente las mujeres en la esfera familiar, es el m¨¢s significativo. ?ste es un trabajo invisible que permanece oculto por las estad¨ªsticas oficiales y ausente de la mayor parte del debate social, pero que cumple un papel estrat¨¦gico de primer orden; porque no s¨®lo satisface necesidades fundamentales para la reproducci¨®n humana sino que ocupa buena parte del tiempo productivo de un elevado n¨²mero de personas y representa un volumen nada despreciable de horas de trabajo que se realizan diariamente y que suponen, adem¨¢s, una importante contribuci¨®n econ¨®mica. En la Comunidad Aut¨®noma Vasca (CAV), el trabajo dom¨¦stico como actividad exclusiva ocupa aproximadamente a 400.000 mujeres, pero tambi¨¦n ocupa una parte importante del tiempo de trabajo diario de las mujeres con empleo y, en mucha menor medida de los hombres. Tomando en cuenta tanto el trabajo remunerado como el no remunerado, la Encuesta de Presupuestos de Tiempo de Eustat estima que en el a?o 1998 las mujeres de la CAV trabajan un total de 44 horas y 56 minutos semanales mientras que los hombres trabajan como media 35 horas y 26 minutos; es decir, que la jornada de trabajo semanal de las mujeres es nueve horas y media mayor que la de los hombres. Esto supone que los hombres de la CAV desarrollan un 44% de todo el trabajo que se requiere para mantener el nivel de riqueza, bienestar y la calidad de vida existente mientras que las mujeres aportan el 56%. Ahora bien, los hombres dedican la mayor parte de su tiempo productivo, un 72%, al trabajo remunerado y s¨®lo el 28% restante a las tareas dom¨¦sticas y al cuidado de las personas en el hogar; las mujeres, en contraste, dedican un 63% de su tiempo productivo al trabajo dom¨¦stico y de cuidados y s¨®lo un 37% al trabajo remunerado. As¨ª pues, la invisibilidad y no valoraci¨®n econ¨®mica y social del trabajo dom¨¦stico tiene una importancia particular para las mujeres porque son ellas quienes dedican una mayor proporci¨®n de su tiempo de trabajo a actividades no remuneradas y porque la sobrerrepresentaci¨®n en estas actividades es un factor clave de su subordinaci¨®n y discriminaci¨®n en el mercado laboral y en la sociedad en general. En particular, la concentraci¨®n de las mujeres en la producci¨®n dom¨¦stica tiene diversas. En primer lugar porque en la medida en que no son demandantes de empleo, buena parte de ellas no figuran como paradas ni tienen derecho a prestaci¨®n alguna salvo cuando enviudan (45% de la cotizaci¨®n del marido). En segundo lugar, porque la responsabilidad casi en exclusiva del trabajo dom¨¦stico y de cuidados constituye un condicionante clave para el acceso y la participaci¨®n de las mujeres en el mercado laboral al limitar su disponibilidad. En tercer lugar, el hecho de que estas tareas no tengan rango de trabajo y permanezcan ocultas por las relaciones familiares y por la divisi¨®n sexual del trabajo en la esfera privada constituye una coartada para la falta de responsabilidad no s¨®lo de los hombres sino tambi¨¦n de las instituciones y del conjunto de la sociedad. Y, por ¨²ltimo la exclusi¨®n o la inserci¨®n parcial y precarizada de las mujeres en el ¨¢mbito laboral tiene consecuencias porque implica la falta de ingresos propios y, por tanto, la dependencia econ¨®mica lo que da lugar a situaciones de vulnerabilidad econ¨®mica y social graves para las mujeres. As¨ª pues, desde una perspectiva emancipadora, las reivindicaciones del 1 de Mayo no pueden limitarse al mundo del empleo sino que deben incorporar tambi¨¦n las demandas relacionadas con el trabajo no remunerado. Esto supone partir del reconocimiento de una fuerte interdependencia entre la organizaci¨®n del mercado laboral y la organizaci¨®n del trabajo dom¨¦stico y, por tanto, de la necesidad de actuar tanto en el ¨¢mbito laboral como en la esfera dom¨¦stica. Desde nuestro punto de vista, esto supone la necesidad de elaborar y aplicar pol¨ªticas p¨²blicas que incidan fundamentalmente en dos aspectos: uno, garantizando el derecho al empleo de las mujeres y fortaleciendo el mercado laboral femenino y dos, desarrollando pol¨ªticas que permitan la creaci¨®n de una amplia red de servicios colectivos de apoyo a la vida diaria: guarder¨ªas, centros para las personas mayores, comedores escolares, etc. que sustituyan buena parte de las tareas que actualmente realizan las mujeres en el ¨¢mbito privado y que, adem¨¢s, tienen un elevado potencial de creaci¨®n de empleo. En relaci¨®n al fortalecimiento del mercado laboral femenino se tratar¨ªa de dise?ar pol¨ªticas tendentes a hacerlo m¨¢s igualitario, estable, seguro y con niveles salariales aceptables. Porque no basta con reivindicar el derecho a un empleo y de incrementar la participaci¨®n laboral de las mujeres sino de que ¨¦sta se realice en condiciones no precarias, evitando que el mercado laboral penalice a las mujeres por su disponibilidad condicionada a las exigencias de la conciliaci¨®n familiar. Porque fortalecer la posici¨®n de las mujeres en el mercado de trabajo significa mayor independencia econ¨®mica y mayores posibilidades de autonom¨ªa y toma de decisiones, lo cual se traduce en una mejora de la capacidad de negociaci¨®n sobre las responsabilidades familiares y de cuidados en la esfera privada. Dentro de las medidas dirigidas a reforzar el mercado de trabajo femenino, la reducci¨®n de la jornada laboral y el reparto del empleo podr¨ªan ocupar un lugar central. A priori, porque cualquier iniciativa que mejore sus posibilidades de acceder a un empleo constituye una mejora en el sentido de que permite reducir los elevados niveles de paro entre las mujeres. Pero, sobre todo porque una jornada laboral reducida puede crear las condiciones necesarias para que mujeres y hombres dispongan de mas tiempo para el trabajo familiar. Estas propuestas podr¨ªan, de hecho, contribuir a generalizar tambi¨¦n para los hombres el modelo de la "doble presencia" familiar-laboral reservado, hasta el momento, en exclusiva para las mujeres. Sin embargo, la historia demuestra que una jornada laboral mas corta no garantiza, por s¨ª misma, un reparto mas igualitario ni del trabajo dom¨¦stico ni de los empleos porque el problema no es s¨®lo la duraci¨®n sino tambi¨¦n la distribuci¨®n de la jornada laboral. Pero adem¨¢s, la reducci¨®n de la jornada laboral puede ser una iniciativa que favorezca una participaci¨®n plena e igualitaria de las mujeres en el mercado laboral siempre y cuando vaya acompa?ada de otro tipo de medidas que act¨²en directamente sobre la organizaci¨®n del trabajo dom¨¦stico tanto en lo privado como en lo p¨²blico. Esto es, el fortalecimiento del mercado laboral femenino debe ir necesariamente acompa?ado de pol¨ªticas de desarrollo de servicios colectivos de cuidados que permitan socializar y corresponsabilizar al conjunto de la sociedad en las tareas de la reproducci¨®n humana. Bego?a Mendia y Arantxa Rodr¨ªguez son miembros de la Asamblea de Mujeres de Bizkaia.
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